
En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.
En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.
Texto de Pablo Íñigo Argüelles 13/05/25
En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.
La semana pasada, en Chicago, pude ver Prólogo a la historia del nacimiento de la libertad, la muestra del artista estadounidense Paul Pfeiffer en el Museo de Arte Contemporáneo (MCA), que reúne, sobre todo, una serie de experimentos videográficos que ha producido a lo largo de los últimos treinta años.
A principios de los noventa, atraído por cómo sus colegas utilizaban herramientas entonces novedosas para la edición digital de fotos y video como Photoshop y Premiere, Pfeiffer empezó a utilizarlos de manera autodidacta para alterar fragmentos de transmisiones televisivas —principalmente deportivas— fotograma por fotograma, eliminando el elemento humano. El resultado son imágenes descontextualizadas que detonan una pregunta: ¿Las imágenes nos hacen a nosotros o somos nosotros quienes las hacemos?
Por ejemplo, en una de las piezas que más llamó mi atención (Caryatid, 2003), Pfeiffer disecciona fragmentos de una ceremonia de premiación de la Copa Stanley, removiendo toda presencia humana y dejando únicamente el trofeo flotando en medio de una arena repleta de gente.
Al eliminar las manos que lo sostienen y dejar al objeto flotar como una especie de ídolo distópico, Pfeiffer ironiza —creo— la predilección masiva por los símbolos y escudriña a una sociedad que vitorea con fervor peleas de boxeo y enaltece a sus ídolos. Esto último se puede ver claramente en la obra principal de la muestra, Four Horsemen of the Apocalypse (30), que muestra a un jugador de basquetbol suspendido en medio de una arena como si estuviera siendo reclamado por fuerzas sobrenaturales y la cual es utilizada para promocionar la muestra en cada rincón de Chicago y en sus túneles de metro.
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Ya de vuelta en Nueva York, me encuentro —en distintos momentos— con los proyectos de dos fotógrafas que se suman a mi reflexión sobre Pfeiffer, aunque desde un enfoque distinto.
La primera de ellas es Elsa Hammarén, fotógrafa sueca que hace unos años se mudó a París para perseguir su carrera artística, y quien explora, a través del retrato, las identidades de sus musas como una forma de comprender la monstruosidad de las ciudades que ha habitado.
Su trabajo más reciente, una serie de cinco impresiones en plata sobre gelatina, forma parte de la muestra Minutes to Go, en The Hancock Foundation, en Brooklyn, curada por Chiara Gabellini. Desde que vi por primera vez su obra en Shared Spaces, en el museo del ICP, la mirada de Hammarén me pareció una amalgama ideal entre el retrato más clásico y la nostalgia inmediata de las relaciones pospandémicas.
Hammarén, quien trabaja a diario en su próximo proyecto en el cuarto oscuro del ICP, también expuso su obra el año pasado en Paris Photo.
La segunda es la fotógrafa española Paula Guardián, quien recientemente publicó su proyecto The Breaking of the American Dream en Nido Fanzine. Este trabajo documenta el día a día de una familia somalí que vive en un refugio para inmigrantes en Ohio, y resalta la dinámica familiar en el contexto del nuevo gobierno estadounidense, que ha endurecido su postura frente a los inmigrantes y refugiados mediante agresivas políticas migratorias.
Las fotografías de este proyecto, que Guardián comenzó el año pasado, se integran a una mirada silenciosa que ya había destacado en trabajos anteriores. Con ella, produce retratos en los que sitúa a sus sujetos en sus contextos cotidianos, elevándolos a través de su magistral interpretación de la luz. En sus imágenes, el contexto político y social no domina, sino que se vuelve parte de lo cotidiano, como ocurre en Hermanas de Tierra o Broad Channel: Beyond the Water. EP