Registro | Primer día de verano, 1982: el movimiento, la caída

En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.

Texto de 30/06/25

En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.

Siete niños se lanzan desde la cima de una duna de arena que parece enorme. Se avientan sin saber a dónde van, sin tener idea de cómo será la caída. Solo se dejan rodar, probablemente arrastrados por esa euforia en cadena tan propia de los niños, iniciada por el más vivo del grupo, quizá el más experto, el que ya se ha aventado antes. Puedo casi asegurar que quienes se arrojan desde arriba lo han hecho apenas una vez, o tal vez esta sea la primera que dejan caer el peso de su cuerpo a merced de una arena incierta.

María Prieto

Graciela Iturbide los vio en 1982, jugando al borde de la carretera en algún lugar de Veracruz, y los encerró en un lienzo que remite al vacío del universo, donde unos astronautas flotan desprovistos de gravedad. Es muy probable que llevara su Leica: es un negativo de 35 mm, a diferencia del formato cuadrado 6×6 que predomina en la mayor parte de su obra. Una fotografía nacida, quizás, de la simple curiosidad que le provocó este grupo de niños que, sin mayor preocupación, decidieron lanzarse una tarde de 1982 por una duna que, estoy seguro, hoy recuerdan más grande de lo que realmente era.

Cortesía: Graciela Iturbide

De no ser por el ojo de Iturbide, aquel instante habría quedado sepultado entre esos recuerdos imprecisos que uno no sabe si vivió, recuerdos sin forma ni lugar, que en la mente son un amasijo amorfo que termina por definirnos. ¿Quién recuerda con claridad aquellas tardes mínimas que nos hicieron ser lo que somos?

A lo mejor no hubo esa tarde / quizá todo fue autoengaño, escribió José Emilio Pacheco, desconfiando de la memoria.

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Hace unos días, justamente el primer día del verano de 2025 (20 de junio), el fotógrafo Pablo López Luz nos mostró la impresión de esa fotografía, parte del archivo de su padre, en la Galería López Quiroga, en Polanco. Hasta entonces, solo la había visto en formato digital. Debo decir que, aunque la imagen no cambia, no es lo mismo verla completa, en una copia en plata sobre gelatina, doble carta, sin un vidrio de por medio, que verla partida a la mitad en un libro.

Podría decir que esa imagen me llama por su rareza dentro de un cuerpo de obra en el que no abundan las sonrisas ni el color —lo cual no es, en absoluto, una crítica—. Me importa la foto, porque Iturbide capturó a esos niños en una postura improbable, suspendidos en pleno vuelo, como si fueran pájaros; sus pájaros. Un vuelo que descompone la frágil condición humana, hecha solo de movimiento, no un movimiento ordenado, paso a paso, sino un resbalón constante, caótico y desordenado que nos lleva por el mundo, nos lanza a través de él.

Primer día de verano, 1982 es un recordatorio sencillo de que quien nos mire siendo simplemente nosotros, al borde de la carretera, haciendo lo que hacemos, verá siempre desorden. No verá a unos señorcitos caminando propiamente, sin salirse del borde de la banqueta, rectos, seguros de a dónde van, sabiéndolo todo. Quien nos vea siempre verá desorden, nos verá como precipitándose en una pendiente de arena, como cayendo, como resbalándonos por una duna. EP

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