
En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.
En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.
Texto de Pablo Íñigo Argüelles 02/06/25
En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.
La última semana de enero, haciendo una investigación para esta columna, me encontraba consultando una de las tantas carpetas que conforman la Picture Collection de la Biblioteca Pública de Nueva York. La carpeta de “Partidas y llegadas”, para ser exacto. Ahí, entre cientos de recortes de orígenes dispares pero con la misma temática, encontré una foto de Lee Friedlander (al parecer, de una revista), cuyo pie decía: “And by this, I mean everything” (“Y, por esto, me refiero a todo”).
Recuerdo haber olvidado por completo los recortes melancólicos de aquel fólder de piel sintética negra, centrando toda mi atención en esa frase, simple y misteriosa. Además del pie de foto —si es que lo era—, había un número de folio, el título del tema y el año, escritos a lápiz con una caligrafía prolija (posiblemente de Jay Vissers, uno de sus bibliotecarios más longevos). Todo ello acompañado por el sello que integra ese fragmento al archivo eterno de una de las bibliotecas públicas más grandes del mundo.
La frase, sin temor a exagerar, me desarmó. Era como tener sólo el final de una carta hecha pedazos. No tenía el contexto, ni el principio. Podía averiguarlo: bastaba levantarme de la silla de madera y preguntarle al bibliotecario por el origen del recorte; pero no lo hice. Preferí no resolverlo. Descubrir la fuente habría terminado con la magia.
Así que hice lo que siempre hago con mis misterios inanes: saqué el teléfono, tomé una foto y copié la frase en mi libreta. No sabía bien para qué. Tal vez sería el título de un libro que aún no escribo (o de alguna de mis entregas para Este País).
Una semana después, María Prieto y yo empezamos a revisar nuestros negativos, pensando en la exhibición que inauguraríamos en junio, por invitación de la galería Claroscuro, en Ciudad de México. Estábamos cansados de nuestras fotos. Siete años fotografiando el centro de Puebla y una muestra en Nueva York nos pedían, ahora, otro lenguaje. Con la libertad total de esta nueva invitación, queríamos un viraje necesario.
Revisamos negativos vistos una y otra vez; esta vez, nos detuvimos en imágenes limpias, ajenas a la decadencia urbana que solíamos buscar. Fotos que habíamos ignorado sin razón clara. Al reducir la selección a treinta, luego quince imágenes, emergió algo nuevo: piezas inconexas, que mantenían una sola temática (a veces la soledad, a veces la simpleza), hechas de sombras y seres dando la espalda, no en desprecio, sino en timidez y plena huida. Un conjunto sin conexión aparente, pero con una misma voz. Cada imagen parecía una incógnita. Y, sin saberlo, yo ya había anotado su resultado en mi libreta días antes.
María propuso un ejercicio. Escribiríamos, en dos minutos, todas las palabras que nos vinieran a la mente frente a esas fotos. El resultado fue un cadáver exquisito aparentemente inútil, pero que de algún modo ordenó el caos. Intentábamos, con ese conjunto de imágenes, explicar lo que teníamos frente a nosotros. Al hacerlo, nos explicábamos también a nosotros mismos.
Fue entonces que abrí mi libreta en la última página escrita y le mostré a María el título de nuestra exhibición: “Por esto me refiero a todo”.
***
Una fotografía, cualquier fotografía, es apenas la desembocadura de algo anterior, más vasto, y casi siempre ajeno a la fotografía misma. Para que exista ese instante —el dedo presionando el disparador— hay que hacer muchas cosas antes. Y cuando digo muchas, me refiero a cualquier cosa: desenroscar una botella, contar pasos, llorar, comprar un cacho de lotería, tomar una cerveza…
Y así, como con las fotos, con todo lo demás.
Volver a nuestros negativos, reencontrarnos con ellos en el cuarto oscuro, fue un trabajo de meses y de silencios. Este jueves 5 de junio inauguramos la muestra en la galería Claroscuro, en Frontera 142, colonia Roma. Durante el tiempo que esté abierta, compartiremos también lo que encontramos: el 12 de junio tendremos una charla con el fotógrafo Pablo López Luz y el 21 de junio, día de la clausura, presentaremos un libro. Un libro que quizás, como esa foto en la biblioteca, sólo sea el rastro de algo más grande.
Y por eso, también, nos referimos a todo. EP