
En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.
En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.
Texto de Pablo Íñigo Argüelles 30/04/25
En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.
Se hizo la luz.
El vagón en el que vamos sumergidos sale de la penumbra y se ilumina de pronto. Habíamos venido surcando las entrañas de Manhattan, atravesando quirúrgicamente su roca madre; pero ahora se hizo la luz. Y es clara, contundente.
En mis audífonos, a todo volumen, suena “Please Impress Me”, la primera pista del álbum homónimo de Broken Telepathy, el dúo experimental de Darin Mickey y Kaori Nakamura. Si hay algo epifánico en aquel evento tan neoyorquino de ver de pronto la luz dentro de un vagón, este se remarca con los compases atonales de su música: una paranoia rítmica que se combina con sombras y con luz intermitente.
El metro llega al Bronx. Vamos tarde. Casi es momento de bajarnos. Me quito los audífonos, María cierra su libro. Quedamos de vernos con Darin y Kaori a mediodía. En unas horas, cuando estemos hablando sobre su trabajo, conociendo su espacio, conversando sobre música, sobre su último álbum, sobre la creación, los gatos, su colección de vinilos, la fotografía y Joni Mitchell, no recordaremos que íbamos casi 40 minutos tarde.
No hace muchos años que Darin y Kaori viven en el Bronx. De hecho, la mayor parte de las dos décadas que han compartido juntos, vivieron en Brooklyn. En una ciudad cuyo mercado inmobiliario impone grotescas rentas por encima de la esencia de sus barrios, artistas como ellos han tenido que buscar opciones más accesibles ante la tiktokización de la ciudad. Se ha vuelto resistencia ser artista y vivir Nueva York —¿no lo ha sido alguna vez?—. El Bronx, aún intacto por los males de otros barrios, les vino perfectamente.
Nos bajamos en la estación elevada de la calle 238. Cruzamos Broadway, pasamos un diner abandonado. Luego subimos cuatro bloques de escaleras —de esas que se ven mucho en esta zona del Bronx, un barrio repleto de colinas— hasta hacer cumbre en una calle residencial. Tranquilidad y silencio. Sigue siendo la 238, solo que ahora la zona ha cambiado de tono y de ritmo: es el barrio de Kingsbridge. Caminamos unos metros y vemos una sucesión de edificios bajos de ladrillo. Solo dos pisos. En uno de ellos, el lugar que buscábamos, el Moon Thai Restaurant.
***
Darin Mickey: fotógrafo, profesor, director del programa de Creative Practices del International Center of Photography (ICP), músico, coleccionista de vinilos. Nos da la bienvenida en la calle, junto a la puerta del restaurante Thai; camisa de franela, gorro negro, su pelo en dos trenzas delgadas cayendo por la espalda. Le expresamos las disculpas de rigor. “No pasa nada, lo importante es que llegaron. Gracias por venir”. Nos conduce por unas escaleras alfombradas hacia la parte superior. Un mundo dentro de otro mundo. Nos quitamos los zapatos y nos presenta el lugar, que tiene nombre, por cierto: “Above the moon studios”, una referencia obvia al restaurante de abajo, aunque poéticamente accidental.
Antes de entrar a la habitación donde está el estudio, cruzamos una cocina convertida en archivo fotográfico para ir a un balcón sin barandales, bañado por el sol. Desde ahí, Darin nos explica la zona y señala la dirección en la que está su departamento. Nos habla de Uni, su gato de 20 años, quien dos semanas más tarde morirá; pero eso no lo sabemos todavía.
Entramos de nuevo.
Al fondo del pasillo escuchamos una voz en una videollamada: es del artista Michael Vahrenwald, con quien Darin y Kaori comparten el estudio. Más tarde iremos a saludarlo. En 2023, Vahrenwald y Mickey publicaron Glacier Erratics, un libro de fotografía colaborativo que registra el paisaje de este barrio.
Entramos al estudio. “Cuando esto era un departamento, este era el comedor”, nos dice. Cuando esto era un departamento, cuando aquí pasaban otras cosas, cuando el Bronx era otro mundo.
El sol baña totalmente el espacio a esta hora del día. Un cuarto angosto, dividido —aunque sea mentalmente— en dos. Del lado izquierdo, el mundo de Darin: pedales para guitarra eléctrica, un par de fotos, Minimoogs, bocinas, artefactos de grabación, un vinilo de Big Star (el de la portada de William Eggleston), teclados, una computadora, las Oblique Strategies, grabadoras; del otro, el mundo de Kaori: una computadora, una tableta para dibujo digital, dos tejidos hechos por ella colgados en la pared, un radio AM-FM, un telar de escritorio.
Darin toma una de sus guitarras y se sienta, al mismo tiempo que nos da la espalda y nos enseña grabaciones en las que ha estado trabajando. Luego se aleja del escritorio con su silla de rueditas y lanza unos acordes de guitarra, acomodándose:
“Esto, por ejemplo, me gusta. Y si me gusta, lo sampleo luego”, dice, mientras juguetea con la guitarra, como si no pudiera resistirse a tocar unos acordes. “Uso mucho delay”.
Nos enseña su set de pedales, como quien enseña la colección histórica de las reliquias propias. Y cuando le pregunto cómo explicaría el funcionamiento de los pedales a alguien que no entiende de música, Mickey contesta con una serie de riffs que suplen cualquier intento de respuesta verbal: la guitarra en sus manos es un modo de hablar.
Alguien sube por las escaleras. Es Kaori, quien entra al estudio y se ilumina con la luz del sol que nos baña a todos. Nos saluda, sonriendo. Boina y Dr. Martens amarillos, un suéter blanco, tirantes. Se disculpa por llegar tarde y se une de inmediato a la conversación.
***
Darin Mickey formó su primera banda de hardcore punk en Kansas City, su ciudad natal, a los 13 años; “tenía mucha distorsión”, dice. Y aunque finalmente se decantó por la fotografía como práctica principal (se mudó a los 18 años a Nueva York a mediados de los 90 para estudiar en la School of Visual Arts), nunca abandonó sus proyectos musicales.
De hecho, a lo largo de su carrera como fotógrafo se ha dedicado en gran parte a explorar la relación entre el sonido y las imágenes. En el ICP, dicta una clase llamada “Stereo Views”, que detona ejercicios visuales y sonoros; en su libro Death Takes a Holiday (una serie de fotografías que registra tiendas de vinilos en Nueva York, Nueva Jersey y Pensilvania), utiliza la fotografía como pretexto para acercarse al mundo en extinción del mercado de discos usados. Jamás la fotografía y la música habían estado tan unidas como lo están en Broken Telepathy, su proyecto músico-fotográfico con Kaori Nakamura.
El nombre del grupo viene, de hecho, del título de una canción compuesta por Mickey, incluida en el álbum de Soft Gang, su banda anterior (junto a Dahm Cipolla y Charlie Hines) y en la que Nakamura era vocalista .
Fue en los años del encierro que las 15 canciones que forman el álbum homónimo, empezaron a gestar. Primero la música y luego las letras. La música, según Mickey, es el resultado de horas de exploración en el estudio, de inspiración encontrada en lugares obvios como en su colección de vinilos, y otros no tan comunes como en la paleta de sonidos del metro de Nueva York, que escucha durante sus recorridos diarios. Incluso, algunas de las estructuras musicales, menciona Mickey, están basadas en la sintaxis de algún párrafo que Darin estuviera leyendo. Las letras de las canciones de Broken Telepathy son reflexiones non sequitur o pequeños tratados filosóficos, sociológicos, y fueron escritos por los dos.
“Por mucho tiempo, la música y la fotografía estuvieron separadas para mí; pero ahora se alimentan entre sí. Mucho de lo que hago con las capas de la grabación digital me recuerda a la fotografía; me encanta lo visual de las grabaciones digitales. Ese proceso me recuerda a trabajar con película fotográfica. Me gusta cómo la melodía se ve”.
La portada, un tricromo de un chorro de agua saliendo de un hidrante, hace lo que muy pocas veces logra hacer una portada de un disco: condensar a la perfección el proyecto y representar —de algún modo— la música. De ese proceso antiguo del que, de tres fotos blanco y negro se obtiene una sola foto a color gracias a tres filtros, también nace a la par un nuevo cuerpo fotográfico en el que Darin y Kaori, al igual que en la composición de las canciones, colaboran.
Y ahí, en esa yuxtaposición de imágenes que forman movimiento involuntario gracias al efecto Harris Shutter, está el hiperespacio en el que habita la telepatía de Mickey y Nakamura. Darin piensa en capas al hacer su música, no linealmente, y también lo hace al hacer los tricromos, que luego Kaori edita y hace, de tres fotos, una sola.
“Hago nuestra música con la voz de Kaori en la mente”. En el mundo de la individualización, con Kaori y Darin todo es colaborativo. La música, la fotografía, y aunque en Above the moon studio, casi nunca trabajan al mismo tiempo, lo que ambos hacen juntos nace ahí.
Si buscáramos una forma de música pospandémica, quizá deberíamos mirar a Broken Telepathy. Una serie de capas que nace de una sola, una serie de colaboraciones que nace del aislamiento y que remite a la congestión de la ciudad, esa cualidad tan necesaria que permitió, en una ciudad llena de túneles y colinas, azotada por una pandemia, que existiera la telepatía.
Después de charlar, María toma su Mamiya y les toma algunas fotos. El sol sigue en su punto. Decidimos salir a comprar pizza y comprar cervezas. A la vuelta, Darin pondrá un casete de Joni Mitchel en su sistema de audio y los cuatro nos sentaremos a comer ahí en donde pasa todo: en donde nacen las fotos, en donde nacen las capas, en donde ocurre la telepatía.
Ya en el metro de regreso a casa, no hay sol. Escucho la última canción del disco a todo volumen y recuerdo que Darin, en algún punto de la conversación, me ha dicho que no escucha música con audífonos desde hace 10 años, por miedo a deteriorar sus oídos. Ahora, en lugar de eso lee en el metro.
Entonces, el metro, se hunde en la tierra. Estamos otra vez en las penumbras, llegando a la roca madre de Manhattan. Apago la música.
Se hace la oscuridad. EP