Como parte de su proyecto en la Fundación para las Letras Mexicanas, Alan Valdez escribe sobre Gilberto Owen; en palabras del autor, el mejor poeta de su generación.
Becarios de la Fundación para las Letras Mexicanas: Gilberto Owen en la Feria Internacional del Libro de Santiago de 1999
Como parte de su proyecto en la Fundación para las Letras Mexicanas, Alan Valdez escribe sobre Gilberto Owen; en palabras del autor, el mejor poeta de su generación.
Texto de Alan Valdez 21/02/22
Supe de Gilberto Owen por primera vez en el 2013. Todo comenzó porque pasé un fin de semana entero tratando de descargar el PDF pirata de La literatura nazi en América. Confieso que terminé en páginas con dominios rusos que me aseguraban dejarme descargar el libro en cuanto terminara de llenar un formulario con mis datos, mostrando después de darle clic en cualquier parte publicidad que me prometía, sin reserva alguna, maneras para ya no estar solo.
Semanas más tarde de mi búsqueda fallida de la literatura nazi, alguien me prestó unas copias. Engargolado que aún mantengo en mi librero con esa portada donde los hermanos Wright quieren sobreponerse a eso que le pasa Ícaro en la pintura de Brueghel.
Sigo pensando que hay una moraleja en que los libros en fotocopias o digitalizados conserven la leyenda de se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, cuando la única razón por la que se mantiene ahí esa advertencia es porque sí se está reproduciendo el texto sin permiso alguno. Aún no sé con claridad cuál pueda ser la enseñanza, pero me da la impresión de que no se reduce únicamente a discutir la idea del copyright inaugurada por los americanos. Quizá es algo más próximo a la belleza contenida en el mito de que la Mona Lisa es en realidad una copia, y que la original está guardada en una bóveda secreta del Louvre para cuidarla de nuestros ojos corrosivos. Digo que hay belleza porque esa relación entre espectador y obra implica que la experiencia se mantiene intacta en sus propósitos a pesar de ser una reproducción. Como si la materialidad de la pintura fuera rebasada y se volviera lo que siempre ha tenido que ser. Un vehículo de significados que imperiosamente dialoguen con nosotros. Creo que lo mismo pasa con los libros, porque asumo que la idea de obra original en su acepción de objeto existe sólo como fetiche. Jamás hemos leído un libro original. Es más, ni siquiera el autor tiene el original de su libro. Porque, ¿cuál sería en todo caso? ¿Las notas ilegibles en un cuaderno pretencioso, el documento novela_final_final.docx, la última versión corregida del editor, las pruebas de imprenta, el primer ejemplar que se pone sobre la mesa de Jorge Herralde?
Conocí al poeta Owen gracias al poeta Bolaño, porque después de buscar bastante tiempo el texto del chileno en todos lados por internet, terminé viendo una entrevista hecha por Cristián Warnken a Bolaño en la Feria Internacional del Libro de Santiago en 1999. Este video de una hora condensaba algo así como la poética de Bolaño, atravesada por una narración de acontecimientos personales, que terminaba por ser una fotografía muy completa de su escritura. Una imagen retratando el oficio de escribir como algo necesario e indivisible de la propia vida. Pero, ¿de qué otra forma podría ser? Quizá hasta la pregunta sea necia.
Una de esas narraciones describía cómo era Mario Santiago Papasquiaro o Ulises Lima, según el lado de la ficción en el que estemos. Para Bolaño, el poeta de Mixcoac era un personaje fantástico que llegaba a leer mientras se duchaba, y, sobre todo, su mejor amigo. Además de esta suerte de confesiones donde Bolaño cuenta cómo Mario Santiago y él ganaban dinero escribiendo crónicas y artículos para revistas mexicanas, (Él hacía el borrador, y yo cogía el borrador y escribía la crónica, y luego yo tenía que escribir la mía también), Warnken le pregunta a Bolaño si recuerda algún verso de su amigo. Bolaño responde que el epígrafe de Pista de Hielo, Si he de vivir, que sea sin timón y en delirio, pero hace la aclaración de que se encontró sorprendido cuando le dijeron que el verso no era de Papasquiaro, sino de Gilberto Owen. Así que Roberto Bolaño cuenta cómo se dispuso a corroborar si eran o no las palabras del sinaloense. Al final declara no haberlas encontrado, pero que vivir así, sin timón y en delirio es la apuesta total, pero no recomendable, (…yo no quisiera que mi hijo, si mi hijo quisiera ser escritor, que optara por vivir sin timón y en el delirio, porque nadie quiere ver a un ser querido sufriendo, pero por otro lado, es inevitable…), pues la escritura necesita lucidez y sentido común, aunque muchas veces no sea lo que incite al movimiento inicial de la literatura.
Que el verso sea de Owen no tiene mucha importancia para Bolaño. Sin embargo, quisiera decirle que sí lo encontré. Que se encuentra en una de las pocas recopilaciones que existen de Owen, titulado Obras editado por Josefina Procopio y prologado por Ali Chumacero, en la colección de lecturas mexicanas, pág. 118.
Es ya el cielo…
Es ya el cielo. O la noche. O el mar que me reclama
con la voz de mis ríos aún temblando en su trueno,
sus mármoles yacentes hechos carne en la arena,
y el hombre de la luna con la foca del circo,
y vicios de mejillas pintadas en los puertos,
y el horizonte tierno, siempre niño y eterno.
Si he de vivir, que sea sin timón y en delirio.
Tomas Segovia diagnostica al iniciar sus ensayos sobre Owen, que la obra del sinaloense está sujeta a volúmenes y recopilaciones muy poco accesibles, y quizá sea paralelo a que, de todos los Contemporáneos, él fue el menos conocido. Sin embargo, a pesar de esta especie de marginalidad de la obra del poeta, Segovia y Bolaño están de acuerdo en algo, y yo, osadamente me sumo al juicio. Owen es el mejor de los poetas de su generación.
Me acuerdo de que esa mañana del 2013, después de acabar la entrevista, surgió en mi un ánimo enorme por buscar a Owen. Y al final, casi con esa misma urgencia que tienen los que muerden el metal para saber si su brillo es legítimo, lo encontré en la biblioteca Carlos Montemayor (868 M 0925 1979). Quizá Bolaño sonreiría al saberlo, aunque no fue de la Donceles, y no fue Proust. Veranos después, mientras leía Los ingrávidos de Luiselli, supe que ella había utilizado esas Obras para hacer del fantasma de Owen, un fantasma que, en vez de cobijas fuera cubierto de palabras. Y bueno, esta suposición no era tan difícil de asumir, porque atendiendo lo que dice Segovia en su ensayo, y revisando las publicaciones de la obra de Owen, la versión más completa de su literatura, es esta que tengo en mis manos, y que fue editada por Josefina Procopio en 1953, y que el mismo Gilberto Owen comenzó a ordenar mientras vivía. Esta edición es tan completa que contiene textos epistolares con Villaurrutia, Alfonso Reyes, Elías Nandino, Salvador Novo, y la misma Josefina. Deberíamos agradecerle a Josefina, sobre todo porque sin su labor editorial, hubiera sido tarea imposible trazar dicho compendio de la obra de Owen de la forma más apegada a lo que él hubiera deseado.
Desde el prólogo de Alí Chumacero que inaugura Obras, ya se construye una imagen de Owen, pues el prólogo no es restringidamente una valorización documental de las condiciones literarias de Owen respecto a una tradición, o dentro de las generalidades de lo que implica su poesía en la poesía. Las palabras de Chumacero son palabras que apelan por otorgarle sentido a la literatura de Owen a partir de visibilizar correspondencias entre la obra del poeta con su vida. Y pienso, no hay disposición más sincera para hablar de un poeta que desde el sitio donde se fundan sus preocupaciones. Cuando Chumacero dice que Owen no fue un intelectual, fue un poeta, habla del autor no como un hombre de ideas, sino como un hombre que las padece. No es casualidad que de las pocas cosas que sabemos de Gilberto Owen, este prólogo sea uno de los testimonios más valiosos que tenemos para construir su retrato.
Lo más visible de las Obras de Gilberto Owen es su segmentación en dos momentos. Orden que desde el índice de este libro aparece trazado al dividir al texto en Poesía y Prosa, teniendo un ejercicio intermedio donde se presenta algo que podría someterse a la categoría del poema en prosa, y que corresponde al poemario Línea. Esto es importante porque es esa línea la que se asume como estuario para dotar de separación a las dos disposiciones estilísticas y formales que abarcan el libro.
En la introducción que corresponde a la antología Poesía en Movimiento, Octavio Paz otorga el carácter de sonámbula a la poesía de Owen, porque es una obra que deambula dentro de los márgenes de dos géneros literarios. El sentido del que habla Paz, podría interpretarse más allá de una disposición meramente formal del texto, permitiendo atender la perspectiva de Georgina Whittingham en su ensayo, La función de la ironía y de la crítica contemporánea en Gilberto Owen, de que lo onírico es el rasgo que dota las características no solo formales de la poesía de Owen, sino también temáticas. Owen se aprovecha de la textura onírica para crear imágenes cuya relación no puede establecerse lógicamente y para suprimir la sintaxis y la puntuación convencional. La naturaleza atemporal de los sueños le permite plasmar imágenes que combinan la sensación simultánea de estatismo y movilidad.
La poesía de Gilberto Owen pareciera de a ratos ensimismada, y a la vez con ánimos de abrirse luminosamente hacia nosotros. Obra repleta de referencias, que siempre busca una justificación para presentarnos la visión onírica del mundo. Bajo este mismo apunte, Daniel Sada decía que la obra de Gilberto Owen presenta cierta constancia por la aglomeración de imágenes, en una intención de crear aproximación visual y táctil, similar a la observación de un paisaje. Algo así como una técnica análoga a lo pictórico, donde Owen crea una amalgama de imágenes consecutivas, que parecieran no detenerse, ni siquiera después del punto final.
Este volumen de las Obras de Owen, si bien no es un compendio definitivo de la labor literaria del poeta, es hasta hoy, una de las recopilaciones más exhaustivas de su trabajo. Condición que propicia y permite una lectura consecutiva y sin pausas, como si se tratara de un texto no dividido a pesar de sus diversos tratamientos formales. Carácter que no es otra cosa más que la evidencia de una enorme claridad respecto a los propósitos literarios del autor desde sus primeros poemas. Owen no vivió sin timón, ni en el delirio, pero si acaso hay algo próximo al delirio, es el sueño. Y su obra es el sueño de un hombre que dormía sin cerrar los ojos. Recuerdo que lo primero que hice al acabar las Obras fue volver a la entrevista. Me gustaría decirle a Bolaño que también leí los poemas de Papasquiaro, y parece ser que sí fue Owen quien le copió el verso a Mario Santiago. EP
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