
Conversamos con la escritora cubana Karla Suárez sobre su más reciente novela «Objetos perdidos».
Conversamos con la escritora cubana Karla Suárez sobre su más reciente novela «Objetos perdidos».
Karla Suárez (1969) es una escritora cubana reconocida por su obra literaria que abarca novelas, cuentos y libros de viajes. Su novela Objetos perdidos (Tusquets, 2024) narra la historia de Giselle, una bailarina cubana en Barcelona que, tras el robo de su bolso con documentos y objetos sentimentales, emprende una búsqueda personal mientras reconstruye su pasado y reflexiona sobre sus sueños y sacrificios.
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Gina Velázquez (GV): Naciste y creciste en La Habana, pero te fuiste joven y has vivido en varias ciudades. ¿Cómo ha influido esa experiencia de migración en tu manera de escribir y en los temas que eliges abordar?
Karla Suárez (KS):Somos la acumulación de lo que vivimos. Me fui cuando tenía 28 años, hasta ese momento escribía cuentos y justo cuando me fui estaba escribiendo la primera novela, que había empezado en Cuba. Después en Europa hice una parte y luego volví a Cuba. Al terminar la novela, fue cuando llegué a vivir a Europa. Viví primero en Roma unos años, después otros en París y llevo unos cuantos en Lisboa; a partir de ese momento, empecé a escribir novelas. Las novelas tenían que ver con la Cuba donde yo había crecido. Pienso que estuvo bien la distancia, porque a veces para escribir sobre ciertas cosas tienes que tener distancia física y emocional. Cuando uno está viviendo en una situación y estás ahí, lo que te mata es el día a día. La literatura necesita también cierta reflexión y digestión. Hay temas que uno tiene que alejarse, o al menos yo necesito alejarme un poco para después volver a ellos y de verdad con otra visión, un poquito más grande. En este sentido, para mí es paradójico, porque cuando estaba en Cuba, muchos de mis primeros cuentos no estaban situados en Cuba, sino que podían ser interpretados en cualquier lugar. Lo que yo estaba viviendo era el país. Mis primeros años lejos empecé a escribir sobre el país, en mi Sinfonía Habanera, que son cuatro novelas.
Con Objetos perdidos he empezado a contar otras historias que también me interesaban, pero que no tienen directamente que ver con la Cuba donde yo viví y crecí, porque yo pienso que es un ciclo cerrado. Para mí, la primera migración fue la más fuerte, porque fue salir de Cuba, que no tenía nada que ver, un sistema completamente diferente; llegué a Roma y, aunque siempre he sido una mujer muy independiente, no sabía hacer la mitad de las cosas prácticas: no sabía echar una carta, no sabía que por la calle el teléfono podía marcar un número internacional, porque no existía, en donde yo había crecido eso no existía. Los primeros meses fueron larguísimos. En realidad fueron como seis meses, pero parecían como cinco años: fue un aprendizaje, desprenderme de cosas, aprender, incorporar cosas. Uno no sabe conscientemente, de verdad, cuando escribes, qué te influyó o qué salió, no sabes cuándo va a salir. Todo eso está ahí, claro, yo creo que uno no es el mismo; no escribiría las mismas novelas.
GV: ¿Cómo surgió la idea de narrar esta experiencia de desarraigo y búsqueda a través de un viaje tan breve pero intenso como el de Giselle en Objetos perdidos?
KS: Es un personaje que siempre, de toda la vida, ha estado un poco fuera de todo. O sea, en su familia ella siempre desde niña quiso ser bailarina; tenía su mundo interior; su familia, su madre y su padre no entendían ese mundo; tampoco a nivel social, o sea, no era tampoco de muchos amigos. Ella siempre estuvo centrada en lo que quería ser: bailarina, y eso es lo que le gustaba y por eso invirtió todas sus energías.
Siempre, de algún modo, se sintió como fuera; ella se va del pueblo donde vive, se va para una ciudad capital y también ahí es una extranjera; y luego se va para Francia. Primero, entonces, siempre de algún modo ella ha estado fuera, ella ha sido extranjera. En la novela me interesaba, claro, ponerla en la situación límite. Cuando se pierde al principio, le parece que la situación no es desconocida para ella, porque no es la primera vez que ha estado en la calle, no es la primera vez que ha tenido que comer por ahí, inventarse la vida, durmiendo en la calle, bajo las estrellas, porque ha sido así su vida. Pero qué pasa cuando es así, pero en un lugar que además no conoces para nada, porque no tiene ninguna referencia en Barcelona. Es la segunda vez que va a Barcelona. La primera fue dos días rápido con su novio, pero aquí solamente conoce a una persona en Barcelona. Entonces, es para ella también un reto, porque ella es una persona muy segura de lo que quiere. Es una persona muy tierna e inocente en algunos aspectos, pero es muy segura de lo que quiere. Es una mujer que sabe perfectamente lo que quiere. Ella dice: “Yo tengo que hacerlo por mí misma; yo me metí en este laberinto, pues yo tengo que salir del laberinto, y con las armas que tengo”. Y las armas que tiene ella son su baile, su cuerpo, su creatividad. Por eso me gustaba justamente poner al personaje en la situación límite: todo tu vida ha sido como un ensayo.
GV: En Objetos perdidos, colocas a su protagonista en una situación inesperada. ¿Qué te interesaba explorar al ponerla en un contexto tan ajeno?
KS: Me gustaba particularmente el lugar donde se encuentra Giselle, la Sagrada Familia, porque en la novela hay un juego simbólico con la Catedral, la basílica de la Sagrada Familia. Aunque la fachada aún no está terminada, ya existen varias de ellas: una representa el nacimiento y otra la pasión, que alude al conflicto de la vida. En un momento, el personaje menciona: “Yo estoy aquí, miro y llegué por la fachada del nacimiento, y ahora estoy durmiendo en la fachada de la pasión, del lado de la pasión”. Así, su vida está marcada por el conflicto entre el nacimiento y la pasión. La fachada de la Gloria, que aún no está terminada, es la que falta por completar, al igual que muchos aspectos de la vida de Giselle, que siguen en construcción. Este contraste entre las fachadas me parecía fascinante. Además, en la novela se aborda mucho el concepto de familia: las relaciones madre-hija, la relación de Giselle con su madre, con la maternidad, y con su padre. Todo lo relacionado con la familia está muy presente, y es algo que, de alguna manera, condiciona las decisiones de Giselle. Su vida está profundamente influenciada por los juicios que los demás emiten sobre ella y sus elecciones.
GV: ¿Tú tienes alguna relación con el mundo de la danza o qué te hizo decidir que este fuera el motor de Giselle, porque pudo haber sido la música, la cultura?
KS: No, mi única relación con la danza es que bailo en las fiestas. De chiquita hice gimnasia, pero nunca fui una gran bailarina. Ahora, por la novela, a veces con amigas hacemos un poco de broma, de jugar a bailar, pero se nota a leguas que no tengo nada que ver con la danza formal, con el ballet o la danza contemporánea, como le gusta a Giselle.
Lo que sí tenía claro es que esta novela forma parte de una Sinfonía de las artes, y quiero cada novela esté relacionada con un arte. En esta novela, me interesaba que fuera la danza, no la música o la literatura, porque la danza implica una relación muy particular con el cuerpo. Giselle no es una mujer que se exprese con palabras, su forma de comunicarse con el mundo es a través del cuerpo, del movimiento, desde niña encontró ahí su canal.
Y eso me parecía muy potente, sobre todo al pensar en el otro lado del conflicto, en cómo para una bailarina, el cuerpo —su herramienta de trabajo y de expresión— puede convertirse en algo problemático, por ejemplo, cuando tiene un hijo. Entonces por eso me pareció que tenía que ser la danza. Además, a mí me gusta mucho verla, siempre he ido a espectáculos de danza y durante el proceso de la novela estuve viendo muchísimo. Aunque no soy bailarina, durante ese tiempo un poco lo fui, desde la escritura.
GV: Barcelona no es solo un escenario en la novela, casi se convierte en un personaje más. ¿Qué te atrajo de esa ciudad para contar esta historia?
KS: Es un lugar que es muy turístico, desde luego, está lleno de gente, y entonces ella está en medio de una multitud con la ilusión de encontrar a su amigo, pensando que, bueno, o sea, pensando no, segura de que va a encontrarlo gracias a lo que ella sabe hacer, y lo que ella ama, que es el baile. Entonces, claro, tú pasas ahí por la Sagrada Familia y eso está lleno de gente. Yo paso mucho porque tengo familia que vive cerca, entonces es un lugar que conozco mucho. Y luego, cuando uno va acumulando cosas, ¿no?, viviendo, viviendo, viviendo, y luego, de pronto, te das cuenta de que tienes ante ti un montón de… ya de pedacitos, ¿no?, de algo que se va a construir, tienes los elementos. Entonces ya tenía el lugar, ahí enseguida supe que tenía que ser en ese lugar. Y luego fui, bueno, muchas veces a recorrer, a caminar, a ver: el hombre que toca las castañuelas, que existe, toca las castañuelas ahí —bueno, no sé si es el mismo siempre— pero hay alguien que toca castañuelas. Y entonces me gustaba esto, el ambiente. Claro, un lugar muy ruidoso, muy caótico, lleno de gente, y en medio de eso hay una persona que está totalmente sola y perdida. Entonces, esa paradoja me parecía interesante.
GV: Si tú pudieras elegir un objeto personal que represente una parte esencial de tu historia, como estos objetos que pierde Giselle, que para cualquiera podrían parecer tonterías, chucherías, ¿cuál sería y por qué?
KS: Desde que salió la novela he hablado mucho de objetos y siempre menciono uno que para mí es fundamental, que está en un librero. Es una botellita que tengo, una pequeña botellita de whisky. Un whisky que ni siquiera yo tomo particularmente, pero el día que yo me fui de Cuba, una amiga me la dio, y me dijo: “Tómatela en el avión”.
A veces hacemos cosas así, pero no sabemos después qué va a significar. Por ejemplo, mi amiga me regaló esa botellita que seguramente se la encontró, y como una cosa simpática: “Tómate esta botellita y te acuerdas de mí en el avión”. Pero para mí esa botellita se convirtió en mi migración; ese es el objeto. En el avión la abrí, tomé el whisky y guardé la botella. Lleva 28 años conmigo, de librero en librero, de ciudad en ciudad. Yo la miro y digo: “Esa es mi transición entre la Karla de Cuba y la Karla de Europa”. Es un objeto querido. Lo ves y ni lo ves, porque es una simple botellita, pero para mí tiene un tremendo valor.
GV: ¿Nos podrías contar un poco más sobre lo que sigue en esta Sinfonía de las Artes? ¿Qué estás escribiendo ahora y cómo se conecta con las anteriores?
KS: Yo siempre le digo Sinfonía porque son historias completamente diferentes, pero siempre hay un hilo conductor. En la Sinfonía Habanera, también había personajes de una que salen en otra, y hay un objeto que pasa de mano en mano, de novela en novela.
En esta también voy a hacer ese juego, pero son juegos internos. Escribir también para mí es un acto muy divertido. Es como vivir otra vida, vivir otras muchas vidas. La que estoy escribiendo ahora es la que está más relacionada con la música; una buena parte pasa en un conservatorio de música. Yo estudié música también cuando era jovencita, y para mí la música es fundamental, está muy presente en todas mis novelas. La banda sonora de las novelas es importantísima. Escucho música mientras estoy escribiendo.
No sé si Giselle se verá de pasada en esta o en la que sigue, pero volverá. Alguien pasará por ahí y ella estará bailando. Me gusta la idea porque la vida es así. Nosotros vivimos nuestra vida, pero aquí al lado hay un vecino, y nos cruzamos con el vecino por la escalera, pero luego ese vecino tiene otra vida que no tiene nada que ver con la nuestra. A lo mejor, de aquí a cinco años, nos cruzamos, porque resulta ser que vivimos en la misma escalera. EP