Emilia Pérez y los productos culturales del narcoterrorismo

¿Qué revelan En busca de Emilia Pérez y otras películas sobre las representaciones de la otredad política en los productos culturales que consumimos?

Texto de 13/03/25

¿Qué revelan En busca de Emilia Pérez y otras películas sobre las representaciones de la otredad política en los productos culturales que consumimos?

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El 2 de marzo de 2025 la película En Busca de Emilia Pérez ganó dos óscares, por mejor actriz de reparto y mejor canción original, causando polémica e indignación entre un sector importante de la población mexicana por la escenificación caricaturizada y occidentalizada de la violencia en México.

De dicha indignación surge la necesidad de analizar las representaciones y productos culturales generados en el hemisferio occidental, que pretenden narrar fenómenos de conflicto social en el sur global y, particularmente, en Latinoamérica.​

​Existe una variedad de representaciones artísticas canciones, películas, pinturas,comics, etc. que tienen por objeto la política, y en palabras del filósofo Carl Smith, la función esencial de la política es definir la otredad: quiénes somos nosotros, los buenos, los miembros de la comunidad política, y quiénes son los otros, los ajenos y desconocidos, los masiosares. Quizás la palabra más ilustrativa sobre la importancia para definir la otredad proviene del inglés. Al extranjero se le designa alien, ajeno y extraño, desconocido y, por tanto, peligroso para la comunidad política.

​Los productos culturales occidentales han tenido, al menos, tres etapas muy claras de construcción de la otredad enemiga que pretenden representar: la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y la Guerra contra el Terror. La otredad representada en la primera fue el alemán y el japonés, la otredad de la segunda, el soviético, y la otredad de la tercera es el árabe. Este ensayo propone que se está configurando el nacimiento de una cuarta época, la época de la otredad latinoamericana.

​Empecemos por el principio. La Segunda Guerra Mundial fue una época particularmente próspera en los Estados Unidos de América para la propaganda antinazi y antijaponesa, misma que tenía el propósito de alentar a la población en el esfuerzo de guerra, cuya  máxima expresión fueron las producciones originales de Walt Disney.

​La Guerra Fría en sí misma, así como sus productos culturales, fueron el resultado de la resolución de la Segunda Guerra Mundial. En un sentido legal, los vencedores de la Segunda Guerra Mundial fueron los aliados: Inglaterra, Canadá, Estados Unidos, incluso México, que participó en el teatro de operaciones del Pacífico con la Fuerza Expedicionaria Mexicana Escuadrón 201. Pero desde un punto de vista estratégico, todos los países europeos, desde Francia hasta Polonia fueron los perdedores de la guerra, las naciones que quedaron asoladas por la conflagración. Los grandes ganadores, los grandes polos del poder emergidos del nuevo orden mundial fueron dos naciones que, aunque aliadas durante la guerra, estaban destinadas a enfrentarse inevitablemente: los Estados Unidos y la Unión Soviética.

​La otredad representada como adversaria de la civilización occidental migrará del alemán y el japonés, al soviético en el marco de la Guerra Fría. Series de películas como James Bond, Rocky y Rambo inmortalizarán múltiples villanos de identidad nacional soviética, al punto incluso de llegar a representaciones tragicómicas, como Rambo III (1988), dedicadas expresamente a alabar a los muyahidines, guerrilleros musulmanes que resistieron la invasión soviética de Afganistán, y que eventualmente dedicarían su expertise a la perpetración de atentados terroristas (siendo el ejemplo más famoso la organización Al-Qaeda).

La caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética dejaron, durante una década, al Norte Global sin un adversario definido. La espera por una nueva otredad enemiga concluyó con los atentados hacia las Torres Gemelas, mismas que convirtieron al árabe y al musulmán en la temática recurrente de películas, historietas y videojuegos. Por ejemplo, Iron Man (2008), The Hurt Locker (2008), Unthinkable (2010), Black Hawk Down (2001), Six Days in Fallujah (2023)… podríamos enlistar docenas de filmes y videojuegos donde la temática protagonista es el fundamentalismo islámico, la guerra de Irak o la guerra de Afganistán.

​La Guerra contra el Terror agotó a Occidente cultural, militar y financieramente. La OTAN se retiró de Irak y Afganistán en 2021 y el producto cultural del odio contra el árabe y el musulmán, aunque taquillero por mucho tiempo, cayó en decadencia. Una posible explicación de ello es el creciente número de audiencias musulmanas en el Norte Global que podrían reaccionar de forma adversa a este tipo de productos. Hoy en día, el Islam tiene un aproximado de 1.9 mil millones de fieles a nivel global, peleando con el cristianismo muy de cerca el primer lugar de mayor cantidad de seguidores a nivel mundial, cuyo estimado de fieles ronda los 2 mil millones a nivel global.

En esta década surge un potencial contendiente para arrebatar al árabe y al musulmán el lugar, en el imaginario colectivo occidental, del adversario a vencer: el latinoamericano que lastima a Occidente con dos armas, la migración ilegal y el tráfico de drogas.

​Películas como la saga Sicario (2015 y 2018), En Busca de Emilia Pérez (2024) y las dos entregas del videojuego Call of Duty Modern Warfare II tanto el juego original de 2009 como su remasterización en 2022 presentan dentro de su parilla de villanos a los criminales latinoamericanos: traficantes de armas, drogas y personas. 

​En el marco de la declaratoria de los cárteles latinoamericanos como organizaciones terroristas por parte del gobierno de Donald Trump, estos productos culturales adquieren relevancia porque apuntalan la operación militar en ciernes del gobierno de los Estados Unidos contra los cárteles de la droga en el continente americano. Con esta declaratoria se suman y combinan dos guerras que, aunque nacieron separadas en el tiempo, siempre se comportaron como gemelas perdidas: la guerra contra el terror y la guerra contra el narcotráfico.

​Dicha declaratoria, al igual que los productos culturales que pretenden representar la realidad de la crisis de violencia que experimenta América Latina, parten de una simplificación. En el imaginario estadounidense, Xi Jinping, Ovidio Guzmán y Claudia Sheinbaum se reúnen mensualmente para elaborar un Excel con las cantidades de fentanilo a exportar a los Estados Unidos. En el imaginario francés, existe la fantasía de que podría haber un líder transexual de un cártel en uno de los países más transfóbicos y transfeminicidas del mundo. Ninguna de estas quimeras de la imaginación existen en el mundo real, pero su existencia en el imaginario colectivo occidental son suelo fértil para las conflagraciones bélicas. En este caso en particular, pueden ser los productos que inspiren a una nueva generación de jóvenes en países como Estados Unidos, Canadá, Inglaterra y Francia para viajar a pelear ya no contra el enemigo soviético o el terrorista árabe, sino contra el sicario (real e imaginado) de Latinoamérica, ahora reetiquetado y reempaquetado como narcoterrorista. Dicha etiqueta, igual que los filtros sepia, hace eco de las incursiones en Siria, Yemen, Irak y Afganistán en el marco de la guerra contra el terror y le da nueva vida a dicha guerra colonial al cambiar el rostro de quien se presenta ahora como la otredad a vencer. EP

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