Decálogo contra la lectura

Anuar Jalife Jacobo propone un particular decálogo contra la lectura.

Texto de 23/04/25

Anuar Jalife Jacobo propone un particular decálogo contra la lectura.

En una época de continuos ruidos, la lectura es la interrupción de la palabrería. 

Laura Szwarc

I. Leer es pesado

Es cargar estorbosos mamotretos encuadernados en imitaciones de piel con títulos y detalles estampados en tinta dorada. No puede leerse el viaje de las nubes ni los asientos del café ni una canción en la radio ni los versos sueltos de un poema ni la sonrisa de una bebé ni un mensaje de nuestra madre en el teléfono ni un poema adolescente escrito a contrabando en las páginas de una libreta cuadriculada ni las viejas páginas de una revista abandonada en una sala de espera ni la arqueada espalda de un gato con el que nos hemos cruzado en medio de la noche ni la noche misma ni su rocío ni sus grillos ni sus estrellas.

II. Leer es lento

Nos aleja de la alegre velocidad de las pantallas. Nos obliga a seguir el paso torpe de una frase que se demora o una idea que tarda páginas en llegar al punto, si es que lo hace. Nos obliga a esperar, a regresar a la línea anterior, a releer, a ir a otras lecturas para comprender lo que debería dársenos de inmediato. Rompe con la prisa de nuestros dedos, ávidos por deslizarse hacia lo nuevo. En vez de eso, nos propone una línea tras otra que debemos recorrer con morosidad. Acaso lo peor es que ese estado de aletargamiento no termina cuando interrumpimos la lectura. A veces quedan residuos: frases que insisten, imágenes que vuelven, molestias innecesarias.

III. Leer incomoda 

No ratifica lo que ya sabíamos ni celebra nuestra propia manera de entender las cosas. Más bien introduce dudas gratuitas, resquebraja certezas funcionales, complica lo que estaba claro. No promete inspiración inmediata ni frases dignas de una taza. Solo deja ideas que dan vueltas en nuestra cabeza sin pedir permiso. En los peores casos puede transformar nuestras propias opiniones en lugar de confirmarlas. Se trata de una distracción poco rentable. No hay botón de bloquear. No hay mecanismos para desactivar los contenidos que incomodan. Solo queda seguir leyendo. O cerrar el libro y fingir que no pasó nada. Y esperar que nadie pregunte qué estábamos leyendo.

IV. Leer no sirve para nada

No quita el hambre, no paga la renta, no adelgaza, no construye casas ni detiene guerras. No mejora el currículum, no nos convierte en mejores personas ni da dinero. En el mejor de los casos, apenas sirve para seguir leyendo. Lo que se aprende en los libros rara vez puede explicarse en voz alta sin parecer cándido o sospechoso. Y si acaso algo cambia, no es visible y mucho menos cuantificable. En resumen: una pésima inversión.

V. Leer es solitario
No se puede leer en grupo, como se ve una serie o se va a un estadio. Compartir una trama o un verso no es capaz de unirnos con nadie más. ¿Acaso alguien recuerda a una persona solo porque le leyó un libro? Por otra parte, nadie puede leer por uno. Se trata de una actividad en la que tristemente no podemos ser reemplazados. Y cuando se intenta compartir lo leído, casi siempre se arruina. Nadie ríe en el mismo párrafo; nadie llora en la misma línea. La lectura exige ese tipo de intimidad que da pudor contar.

VI. Leer es riesgoso

Uno empieza con curiosidad o aburrimiento y termina metido en problemas que no tenía antes: pensando cosas raras, cambiando de ideas —a veces hasta de personalidad—, dudando de lo que parecía obvio. En ocasiones, surge incluso la patológica necesidad de hablar con alguien sobre lo leído, lo cual solo empeora las cosas: puede operarse una suerte de contagio. Y contra eso no hay vacuna. Existen casos graves en que las ansías de hablar de lo leído orilla a las personas a dedicarse a su estudio.

VII. Leer produce un silencio insoportable

No ese silencio que incomoda en las salas de espera o en medio de las reuniones familiares, sino uno más grave. Un silencio que no sirve para tomar decisiones rápidas ni para responder mensajes importantes ni para tener una opinión firme sobre un tema de moda. Un silencio poco funcional, difícil de compartir, imposible de monetizar. Un silencio del que no se puede sacar prácticamente nada. Solo eso: alguien sentado, sin hacer nada evidente, leyendo, como si el mundo pudiera esperar.

VIII. Leer da sueño

Y no cualquier sueño sino un sopor específico que se va instalando en el cuerpo apenas abrimos el libro y que no depende del tema ni del estilo. Leer es el único ejercicio intelectual que pone a dormir incluso a quienes creen estar despiertos. Y lo peor es que no se trata de un sueño reparador. A veces nos despierta una frase que quedó a medias, una palabra que se filtró a lo hondo de nosotros mismos y que vuelve, molesta, como si quisiera terminar lo que no alcanzamos a leer.

IX. Leer es anticuado

Pertenece a otras épocas, como escribir cartas a mano, usar reloj de bolsillo o pagar con monedas. La lectura exige tiempo sostenido, atención exclusiva y una intimidad que ya nadie pide. Sentarse con un libro abierto en las manos, recostarse a escuchar un disco o fijar la mirada en la nada es un gesto de inquietante anacronismo. Algunos lo hacen en público, con cierto orgullo. Otros, en privado, como si se tratara de una excentricidad que no desean justificar.

X. Leer a veces gusta

Y eso es lo más alarmante, porque el placer lector es discreto, silencioso, difícil de compartir y casi imposible de explicar. Nadie se vuelve el alma de la fiesta por recitar un verso. Ni siquiera en las fiestas de poetas ocurre esto. Nadie gana una discusión por recordar un aforismo. Y, sin embargo, el que ha leído algo que le gusta no puede evitar buscar más. Empieza a desconfiar de las frases simples, a enamorarse de personas muertas, a organizar sus días en función de las páginas leídas. En casos extremos, incluso se escribe. Es entonces cuando puede darse todo por perdido. EP

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