
En estas Líneas perdurables, Jaime Septién nos lleva al corazón de las Coplas por la muerte de su padre, donde Jorge Manrique transforma el duelo en poesía y nos recuerda cómo mirar la muerte de frente.
En estas Líneas perdurables, Jaime Septién nos lleva al corazón de las Coplas por la muerte de su padre, donde Jorge Manrique transforma el duelo en poesía y nos recuerda cómo mirar la muerte de frente.
Texto de Jaime Septién 27/06/25
En estas Líneas perdurables, Jaime Septién nos lleva al corazón de las Coplas por la muerte de su padre, donde Jorge Manrique transforma el duelo en poesía y nos recuerda cómo mirar la muerte de frente.
Primera mitad del siglo XV. Cerca de 1440 nace Jorge Manrique. Morirá joven, ya mayor para su época, a los 39 años, mientras Isabel de Castilla y Fernando de Aragón inician su reinado. La lengua castellana ha madurado. Y con la muerte (1476) del Maestre de Santiago y Conde de Paredes de Nava, don Rodrigo Manrique, y las Coplas con que lo lloró su hijo, la poesía alcanza la mayoría de edad.
Don Rodrigo Manrique, bravo guerrero al servicio de los Infantes de Aragón y de los Reyes Católicos, fue llamado por los cronistas de su tiempo “el segundo Cid”. Como el Campeador —con quien compartía, además del nombre, la reputación—, fue duro con la espada y gentil con las damas. Se casó tres veces y enviudó tres veces. El destino quiso que no muriera en batalla, sino por una pústula cancerosa en el rostro.
Todos los afanes guerreros del padre se disuelven en los pasillos de la memoria. Solo queda el dolor, profundamente cristiano, de la pérdida. Pero también una esperanza que se construye conforme avanzan las Coplas: una esperanza que no cede su brillo ante los infortunios de la ausencia. La vida pasa rápido. Queda el recuerdo, el pasado, lo que no vuelve. Y, sin embargo, es posible mirar hacia lo eterno:
Recuerde el alma dormida, Avive el seso y despierte Contemplando Cómo se pasa la vida, Cómo se viene la muerte Tan callando. Cuán presto se va el placer, Cómo después de acordado Da dolor, Cómo a nuestro parecer Cualquier tiempo pasado Fue mejor.
Humano, demasiado humano, llorar al padre. Más aún cuando se impone el peso de su vida hazañosa. Jorge Manrique lo enmarca en el pesimismo realista de quien mira la muerte con los ojos abiertos. Así la contempla —para todos— en la tercera estrofa de sus Coplas:
Nuestras vidas son los ríos
Que van a dar al mar,
Que es el morir;
Allí van los señoríos
Derechos a se acabar
Y consumir;
Allí van los ríos caudales,
Allí los otros medianos
Y más chicos,
Allegados son iguales
Los que viven de sus manos
Y los ricos.
La muerte nos iguala con un rasero ineluctable. Es la vida —y sus hazañas— lo que nos distingue. EP