Líneas perdurables | El Cid cabalga

En esta primera entrega de Líneas perdurables, Jaime Septién nos lleva al origen de la poesía en español con un fragmento del Poema del Mío Cid, donde el verso y el exilio fundan la épica de nuestra lengua.

Texto de 13/06/25

En esta primera entrega de Líneas perdurables, Jaime Septién nos lleva al origen de la poesía en español con un fragmento del Poema del Mío Cid, donde el verso y el exilio fundan la épica de nuestra lengua.

En español, el primer gran poema que conocemos es el Poema del Mío Cid, una extensa narrativa épica dividida en tres cantos, de los cuales el primero, “El canto del destierro”, es el más conocido. Escrito en el siglo XI, narra las peripecias de lo que hoy podríamos llamar un mercenario: Ruy Díaz (Vivar, provincia de Burgos, c. 1043–Valencia, 1099), recordado por la historia como el Cid Campeador.

Por envidia, Ruy Díaz es desterrado de Castilla por el rey Alfonso VI, a quien servía. El canto de su destierro es impresionante. Tras el decreto —“con doce de los suyos”, según Manuel Machado; sesenta, según los comentaristas modernos— el Cid cabalga bajo el implacable sol de la estepa castellana. Llega a Burgos. Los pobladores están encerrados.

El rey ha decretado, mediante una carta “fuertemente sellada”, que si alguien le da posada, perderá sus posesiones y le sacarán los ojos. Si fuera un pueblo, salarán sus tierras.

Desde las mirillas lo ven pasar. Se dicen secretamente: “¡Qué buen vasallo sería si tuviese gran Señor!”. Con la punta de su lanza, el Cid toca con fuerza la puerta de la posada. Silencio. Una figura menuda camina, inocente y resuelta:

La niña de nueve años muy cerca del Cid se para:
“Campeador que en bendita hora ceñiste la espada,
el rey lo ha vedado, anoche a Burgos llegó su carta,
con severas prevenciones y fuertemente sellada.
No nos atrevemos, Cid, a darte asilo por nada,
porque si no perderíamos los haberes y las casas,
perderíamos también los ojos de nuestras caras.
Cid, en el mal nuestro vos no vais ganando nada:
Seguid y que os proteja Dios con sus virtudes santas.”
(Versión de Pedro Salinas)

El poeta español Manuel Machado recreó esta escena en su poema “Castilla”, que concluye con estas líneas —también— memorables:

Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: "¡En marcha!"

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga.

EP

DOPSA, S.A. DE C.V