¿Votamos al candidato bailarín de TikTok, al que llevó a los strippers o al que canta bien padre?

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP.

Texto de 26/05/21

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP.

Tiempo de lectura: 3 minutos

Siempre me sucede lo mismo: cuando recuerdo que en 2021 tenemos elecciones, ese 6 de junio va y viene como un día neblinoso, que aparece y se esfuma. “Ah, sí, hay que votar, ¿verdad? ¿Cuánto falta?”. Y entonces, si quiero calcular el tiempo que resta, casi debo contar mis deditos para saber si falta mucho o nada para una fecha que ha huido de mi radar.

Nunca me había interesado tan poco una elección. El domingo que en teoría debería causarme un sobresalto emocional (chico, mediano o grande, pero alguno) porque ese día se juega El Destino de la Nación (en mayúsculas y negritas), me resulta menos apasionante que contar los clips que me quedan en la vieja cajita de cartón Acco que descansa en mi escritorio. 

Y creo que a mi mundo cercano le pasa (le pesa) lo mismo. Las elecciones se han vuelto, además de inusitadamente violentas (ayer asesinaron a la candidata a la alcaldía de Moroleón, Alma Barragán), un proceso grisáceo y rancio al que hay que resignarse y cumplir, como cuando en la primaria llegaba tu maestra y todos nos levantábamos diciendo, “Bueeeenos días, maestra Cheloooo”. Como autómata, participas y ya.

El domingo, retozando en la cama mientras veía a los Dodgers, agarré el viejo libro “Al principio fue la risa” del humorista Roberto Fontanarrosa. Frente a mis ojos pasó un cartón con este suceso: un reportero entrevista a un político que sale de un encuentro donde firmó una alianza con un partido de doctrina opuesta a la del suyo. Junto a su encorbatado ex enemigo ideológico, ahora su aliado, el político declara al micrófono: “Usted se preguntará cómo podemos convivir, en un mismo frente, tendencias ideológicas en apariencia tan dispares. Muy bien. Es que llegamos a un acuerdo mínimo: entre nosotros no hablamos de política”. Aunque el chiste es obra de un argentino, pensé, “como México”. Al principio me di la razón con una lógica naif: el PAN, de derecha, se alía con el PRI, de centro, y ambos se alían con el PRD, de izquierda. O bien, Morena, de ultra izquierda (cof cof), se alía con el Partido Verde Ecologista, de derecha. 

Y sí. ¿Acaso alguien es tan inocente para pensar que Morena y el infame Verde, o la espantosa triple alianza cavilan su proyecto de país, debaten sesudamente, cotejan ideas, sopesan futuras acciones de gobierno, revisan si su conducta corresponde a su ideario original, evalúan con datos económicos e interpretaciones sociológicas a dónde moverse, entablan debates socráticos para descubrir la verdad?. Basta de fantasías: Mickey Mouse no existe.

Sabemos que, en esencia, el acuerdo de esos partidos es la distribución del banquete en caso de ganar: “yo me como el salmón (ni modo, soy más popular), tú te echas los frijolitos que aunque no están tan ricos contienen potasio”. Y de algún modo los entiendo: en su mayoría los candidatos son tan precarios, primitivos, básicos, que incluso si pretendieran trabajar con buenas ideas (o siquiera ideas) serían incapaces. 

Yo me había equivocado: en el chiste de Fontanarrosa los políticos acuerdan no hablar de política. En nuestro México, la inmensa mayoría de los políticos ni siquiera podrían hilar tres frases sobre política, aunque quisieran. La ignorancia es cruel: son víctimas de la pobreza de su formación.

Hay una degradación de la democracia. Los partidos son tan burdos que no provocan que el ciudadano se plantee emitir un voto con inteligencia. Jamás alientan la reflexión, pese a que el periodo de campañas debería ser combustión de conciencias. El día en que agarramos el plumón y marcamos la cruz lo ideal sería llegar con la mente humeante de tanto meditar, examinar, deliberar. Imposible si todo el debate se reduce a: “Ellos quieren volver para recuperar la robadera” o “Este gobierno es un peligro para México”. El debate interno que en nosotros encienden es ése, así de elemental. Pero ojo, hay otro debate: ¿Votamos a Samuel García porque canta bien padre su ponte nuevo, Nuevo León? ¿Votamos al candidato de PVEM en Reynosa, Carlos González, porque prometió llevar a Metallica si gana? ¿Votamos a Thelma Garza, de Movimiento Ciudadano, porque con unas botas anaranjadas —color de su partido— empezó a repetir ante la cámara “bota naranja, bota naranja” en un simpatiquísimo juego de palabras? ¿Votamos a Carlos Mayorga del PES porque en su campaña en Juárez tuvo la maravillosa puntada de salir de un ataúd? ¿Votamos a Aarón Salazar, de Redes Sociales Progresistas en Tonalá, porque en un acto proselitista llevó bailarinas y strippers? ¿En Nuevo León votamos al panista Fernando Larrazábal porque en TikTok enumeró sus cargos bailando al ritmo de Rasputín?

Y ya paro, podríamos escribir 110 páginas sobre tonterías, frivolidades, ridículos involuntarios y deliberados. Y en buena parte también son víctimas: están atrapados por nuestra era lamentable, y acaso por sus tristes estrategas electorales.

¡Hay que salir a votar!, es el mantra que nos repiten: al ejercicio ciudadano sagrado no lo puedes traicionar. 

Está bien, votaremos. Qué ansiedad, que angustia, qué encrucijada, decidir si votamos al bailarín del TikTok, al del ataúd, a la de las botas naranjas, al de ponte nuevo o al de los strippers.
¿A cuál de estas luminarias del lastimero entretenimiento electoral regalamos el destino de la patria? ¿A quién premiaremos con nuestro voto ¿Al payasito rojo, al azul, al verde? EP

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