Sueño de una noche de otoño

La moronga es el blog de La Murci y forma parte de los Blogs EP

Texto de 03/09/20

La moronga es el blog de La Murci y forma parte de los Blogs EP

Tiempo de lectura: 3 minutos

Se me acercaron unos reporteros para preguntarme qué opinaba sobre el Tren que supuestamente será Maya. Yo estaba dormida en mi cuevita, abrazada sobre mi propio patagio, soñando con dulces libros, con mis dulces lectores, mis bellas amistades, y alcancé a abrir uno de mis preciosos ojos, cuando ya me estaban picando con sus micrófonos y no alcanzaba yo todavía a armar una opinión cuando ya me subrayaban que había un Volcán de Murciélagos en cuestión y ahí sí dije ah caray, sobre ello sí debo opinar porque tengo varios parientes en ese condominio (unos cuatro millones, tienen su propio súper y spa) y entonces sí me levanté, extendí mis alas largas como son, y les dije: no. Yo opino que no. Que no al Tren supuestamente Maya. Yo opino que sí, sí a los jaguares gordos. No a la falsa disyuntiva jaguares gordos, niños famélicos. Sí a la vida, no al progreso. Sí a que mis primos que habitan el Volcán de los Murciélagos se traguen treinta toneladas de insectos diariamente, ayudando a mantener el equilibrio de este precario mundo. Sí a la selva, que amortigua epidemias. Sí al tierno sonido de las criaturas de la noche. Y esas otras criaturas nocturnas, los periodistas, me escuchaban maravillados y volvían chatas las puntas de sus lápices de lo rápido que anotaban mis interesantes y justas opiniones y certezas, todo esto en sus cuadernos que luego corrían a transcribir para entregar a tiempo sus reportajes que se imprimían al día siguiente para llenar periódicos que se leían y cambiaban las opiniones de la población y luego de los gobernantes. Así que cancelaron el Tren Maya y dijeron ya entrados en gastos pues también cancelemos la civilización como la conocemos y entonces algunos periodistas dijeron no, a ver, cómo que la civilización entera. Así que fueron de vuelta a mi volcán, que diga, a mi cueva, y me dijeron, oiga, doctora (no sé por qué me dijeron así), profesora, dijeron otros, ya quieren cancelar la civilización entera. Y yo me dije, a mí misma, bueno, es que civilización y barbarie muy distintas no son, pero a ellos les dije, habría que precisar. Así que rápido transcribieron que habría que precisar y se imprimió eso, porque todavía había imprenta, y periódicos, y lectores, y la gente dijo, bueno, está bien que se cancele el progreso, si por progreso entendemos aquello, pero no esto otro, y resultó que se logró el equilibrio ideal, hasta hubo repartición justa de riqueza, y aquí nos tienen, tiempo después.

La librería no sólo volvió a abrir, quiero decir, mi cueva, sino que siguió abierta, y la gente volvió a ella, a mi cueva, a mis brazos, a mi patagio, a la tenue luz que exudo, y así nos va. ¿Cómo nos va, ahora? ¡Bastante bien! La gente que no vive por acá, mis no vecinos, sigue comprando sus libros a distancia, o en otras librerías, porque no se extinguieron, y yo se los sigo enviando, a los tele-lectores, pero sobre todo, ante todo, esta cueva volvió a estar viva. Ya no vienen tantos periodistas: desde entonces ya no tienen mucho que consultarme ni que reportar, pero siguen alertas, y en cambio vienen lectores que encima se forman sus propias opiniones y certezas, y me las comparten, y yo los escucho, a veces en silencio, a veces con la boca abierta, a veces con el sonar a todo lo que da. Pero no me las comparten sólo a mí, sino entre ellos, como una población ilustrada, parlante y que concluye con silogismos prácticos. No hay mucho más que decir al respecto excepto que me alegra: han vuelto las palabras, escritas y orales, y todas se dicen con su propio peso. La cháchara del mercado, de la publicidad, del gobierno, de la burocracia, del fisco, de las redes sociales, en cambio, parecen afónicas, quincalla, moneditas de centavos. Pero entonces, de pronto, se mete un niño a la cueva, me pregunta si tengo libros para niños, y le digo: niño, te regalo este libro. Y el niño me voltea a ver y me dice: ¡cómo cree, parece demasiado bueno como para ser verdad! Y se le cae el libro de las manos y el libro se abre en una página en la que alguien rememora: “¡Cómo no evocar con amor y alegría un trabajo vivo que nos permitía, en vez de desempeñar un empleo público, realizar una labor que verdaderamente tenía sentido! Nuestra ‘ración’ era más sabrosa y más alimenticia que cualquier ración que pudiera darnos el Estado”. EP

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