Ironía36años.doc

Pizza y yoghurt es el blog de Alaíde Ventura en Este País y forma parte de los Blogs EP.

Texto de 13/10/21

Pizza y yoghurt es el blog de Alaíde Ventura en Este País y forma parte de los Blogs EP.

Tiempo de lectura: 6 minutos

Más sabe el Diablo por viejo, y todavía más —dice Pessoa— por ironista. Ironía es agarrarle el gusto al picante a los dos años de vivir fuera de México, que en Veracruz me digan que hablo como chilanga y en el DF me digan que hablo como norteña y en El Paso me pregunten que si soy de Panamá. Que en 2018 el agente migratorio me negara la visa por saludarlo en mi idioma y haber venido a parar a la tierra de Se Habla Español. Que el dólar suba cuando pago la colegiatura y baje cuando recibo mi salario. Que me den ganas de volver a mi país a cada rato y cuando por fin estoy allá no dejar de extrañar el desierto, estos pinches cielos color océano que son como si el mundo se hubiera puesto boca abajo. Pertenecer a todos lados y por lo tanto a ninguno. Que mi oficio sean las palabras y no poder responder a la pregunta de a qué me dedico. Apellidarme Ventura y ser desdichada. Cumplir 36 años y sentirme de 63. Que los chistes de Pepito me hagan reír ahora de grande y en un país donde no tengo con quién compartirlos. Que sea el colmo no poder traducir la palabra colmo. Que me estrese la posibilidad de estresarme. Que me den tirria las anáforas, y mira. Que me choque que me guste tanto Alanis: lluvia en tu boda, un viejo de 98 años que se gana la lotería antes de morir.

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En octubre de 1909 Ciudad Juárez se vistió de tal pompa y gala imperial, que ni Fernando Del Paso en sus sueños más abigarrados habría podido imaginarla. Porfirio Díaz invitó al presidente William Taft a una cena de fina etiqueta para agradecerle el café con panecito que el estadounidense le había ofrecido horas antes en El Paso. Alcurnia, ostentación, bling bling, qué elegancia la de Francia. Díaz, que de por sí era desmedido, en aquella ocasión se requetecontraultralució: transformó el edificio de la aduana en una reproducción exacta del palacio de Versalles con todo y pinturas, textiles y adornos de metales preciosos, mandó traer la vajilla auténtica de Maximiliano y tres vagones repletos de flores desde Guadalajara, y obsequió encendedores de oro similares a los que Luisito Rey —otro elegante— le robaría a cierto productor boricua. Hubo banquete de ocho tiempos, rematado con café y panecito, conversación bilingüe y música que los periódicos de la época registraron parcamente como suave —¿cómo explicar la magia que tiene su manera de enamorar?—.

Algunos meses después del convite, del falso palacio de Versalles no quedaba ni el recuerdo. La toma de Ciudad Juárez obligó a la renuncia de Porfirio Díaz en 1911, y sin embargo en mi barrio de El Paso una avenida lleva el nombre de don Porfirio y el lujoso restaurante Taft-Díaz sirve mezcal oaxaqueño proveniente de Durango.

Más sabe el dictador por viejo que por Diablo.

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Ironía es que el lenguaje articulado no baste para explicar los fenómenos de la conciencia, que el cerebro humano se quede corto en la tarea de analizarse a sí mismo y que los científicos recurran a la poesía cuando la racionalidad los abandona. Para el alcance inmediato, la retórica: superamos la metáfora, largamente extendida, de la mente como conductora de un vehículo o espectadora de un teatro. Ahora prima la noción —por lo menos Dennett así lo enuncia— de un comité editorial a punto de mandar la versión final a imprenta. Priorizamos, focalizamos, subrayamos, copipegamos, todo con miras a una finalidad práctica. Dennett habla de borradores múltiples, yo con toda humildad propongo que su teoría reciba el nombre de la ConcienciaV1Rev.doc o de LaMenteAV-FINAL.odt

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Además de dedicarse a muchas otras cosas, como dirigir películas y dar clases, Chantal Akerman consignó en una bitácora algunas anotaciones a propósito de la demencia y posterior muerte de su madre, las cuales terminarían convirtiéndose en su autobiografía —de ella, de la cineasta—. En estas notas, igual que en sus piezas visuales, la voz recurre al uso de la elipsis para representar dos cosas que para mi gusto siempre van aparejadas: movimiento e incomodidad. Si mis piernas se entumen, cambiaré de postura. Tras el ajuste, sobrevendrá otro tipo de malestar. Corro, vuelo, me acelero. Los vacíos que provoca la elipsis casi siempre parecen respiros, pero también a veces son desmayos. 

Dice Akerman que la escritura no es liberadora, que las únicas personas que piensan así son aquellas que no escriben. También dice que la escritura ayuda a sentir que estamos haciendo algo, lo que sea, que suceden cosas en el mundo aunque no esté pasando nada. 

Pero de todas formas pasa algo, pequeñas nadas. Encendedores dorados y vagones repletos de flores para nosotras, las compulsivas de la documentación.

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Ironía es que la ficción compita con el mundo real, como era el sueño de Henry James, y que incluso a veces gane —lo que sea que esto signifique—. La experiencia humana resulta a menudo más rica y exhaustiva si aparece plasmada en un libro. Ironía también es que la tristeza dé risa y los recuerdos felices hagan llorar. 

Los sentidos nos engañan. Narradora poco fiable: yo misma. La mente nos conduce, sí, es verdad. Pero ¿cómo, hasta cuándo, hacia dónde y por qué? Esto es un enigma. 

En una de sus conferencias radiofónicas, Merleau Ponty citó a Descartes y al mismo tiempo refraseó al Principito sin darse cuenta, cinco años después de que Saint-Exupéry escribiera lo propio. Que la realidad no se revela ante los ojos, enunció, sino que únicamente se percibe adentro. Los señores —les messieurs— hablaron de una vela de parafina, pero este objeto pudo haber sido cualquier cosa: el picante del chile chilaca, un cielo color océano. Las obras literarias disfrazan de ficción las experiencias personales de quien escribe y al mismo tiempo permiten la multiplicidad de interpretaciones de quien las lee. Emergencias dobles: de nuevo y para siempre el juego de espejos. ¿Y las que disfrazamos la ficción de no ficción? Juego de caleidoscopios.

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Los meditadores aluden al pie derecho para iluminar el camino hacia un nuevo tipo de entendimiento. Se trata de un ejercicio trillado, pero útil, como todos los clichés. Dicen: Piensa en tu pie derecho. Y el meditador poco iniciado pensará en términos analíticos. Mirará el pie desde la altura de su postura erguida, privilegio bípedo, enumerará huesos y tendones, evocará recuerdos y emociones: un esguince en quinto de primaria, la piel arrugada tras nadar en la alberca, uñas pintadas, pelos, callos, pisar pasto mojado, pisar un caracol.

Pero luego dicen: Percibe tu pie derecho, ilumina esos mapas cerebrales que normalmente permanecen apagados, adquiere conciencia de la temperatura, del reposo, siente la piel que roza un tenis demasiado apretado, la holgura del tobillo, la planta arqueada sobre la madera de tu departamento. 

Y el meditador poco iniciado debería, ahora sí, penetrar en territorio ignoto. Per ci be. Sien te. Sién ta te a sen tir. Zen. Tir.

Mi lenguaje es limitado. La gramática no me permite enlazar las conexiones mentales de la percepción. El Diablo —de nuevo, según Pessoa— también advirtió contra la supuesta inocencia de los ironistas. Son inofensivos, le dijo a María, salvo si quieren usar la ironía para insinuar alguna verdad.

¿Y la literatura? ¿Qué hay de malo en usar la literatura?

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La ironía depende de la casualidad, y en este rubro soy experta. Si mis cuentos todavía se sienten forzados, es porque no he logrado dividir realidad y fabulación. El mundo verdadero está plagado de coincidencias que en la aproximación literaria resultan inverosímiles y no funcionan ni como anécdotas. Mi tía Lucía murió el mismo día que su esposo Pío, con dieciéis años de diferencia. Ironía es poseer la materia prima y no poder usarla, a riesgo de revelarme como una Casandra de la no ficción.

El azahar es un buen té, pero el azar como dispositivo literario no convence. Con todo, yo me asumo vértice de cualquier conjunto de circunstancias; los acontecimientos en apariencia desconectados no contaban con mi astucia. El grado de separación entre uno y otro era mi existencia, y así es como brota la relación causal —y si no brota, la invento—. Ah, la escritura, qué horroroso pantalón en el que quiero entrar a güevo. 

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Segundo ejercicio de meditación: materializar la percepción y concebirla desde el distanciamiento. Los pensamientos son coches en una carretera o peces en este océano que ha recuperado su cauce originario. 

Mi psicóloga ya no sabe qué hacer conmigo. La ansiedad que me provoca la escritura de la novela me tiene de nuevo mordiéndome las uñas, arrancándome mechones de pelo, malcomiendo, malpasando, incapaz de disfrutar casi nada. La semana pasada anduve de turista en mi país, mirándolo todo con ojos nuevos. Hoy es la fecha en que no logro sentarme a escribir sobre eso. Ironía de ironías: tener inspiración para escribir y no encontrar el tiempo, luego quedarme ocho o diez horas con la mirada fija en la pantalla en blanco. 

Ironía es haber cedido ante la ilusión de que la escritura iba a salvarme de algo y que al final se tornara, ella misma, en fuente de grandes dolores. Ironía, también, es escribir un texto de cinco páginas sobre la imposibilidad de escribir. Postergar la escritura, escribiendo. Pero ¿qué hago, si el blog me pisa los talones como estampida a la salida del metro Hidalgo? 

La escritura permite que dos sucesos que no tenían conexión se conviertan en eslabones del mismo proceso. Esto ayuda a la comprensión o a apaciguar los tlacuaches del cerebro para que no amanezcan a deshoras. Para eso también sirve la verbalización, en cierto modo la terapia, aunque sean dos procesos sumamente distintos. Ninguno de los dos salva, pero ablandan la quijada. ¿Acaso los patrones conductuales no son poco más que una suma de repeticiones? Percepción automática, sin análisis, sin filtros, surcos en la materia gris, veredas por donde caminaron caballos. Patrón en su doble acepción. ¿Aquí quién es el jefe? Yo no.

La que desconoce sus vicios está condenada a repetirlos, pero conocerlos a fondo solo ayuda a la ironía. William Taft apoyó a Madero en su territorio cuando este andaba planeando la caída de Díaz. Se dice que Luisito Rey le regaló el encendedor dorado a los ejecutivos de EMI antes de cerrar contratos. A mí me negaron la entrada a este país en el primer intento, y eso que yo no quería banquetes ni disquera. Yo solo quería escribir, y mira, eso es justo lo que estoy haciendo. Ahí más o menos. EP

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