Expresividad en grandes cantidades

Pizza y yoghurt es el blog de Alaíde Ventura en Este País y forma parte de los Blogs EP.

Texto de 16/12/21

Pizza y yoghurt es el blog de Alaíde Ventura en Este País y forma parte de los Blogs EP.

Tiempo de lectura: 4 minutos

Era el final de los años cincuenta y Robert Moses quería partir en dos Washington Square Park, igual que Moses, el otro, el bíblico, había dividido el mar rojo siglos atrás. Robert Moses era un señor práctico, técnico, moderno, y estaba obsesionado con el progreso tal y como él lo entendía. En su papel de funcionario del gobierno de la ciudad de Nueva York, priorizaba las autopistas por sobre el transporte público y, consecuentemente, por sobre los parques. Los libros lo han retratado como un gerente deshumanizado.

Lo que tienen en común los mares y las autopistas es que nunca se detienen. En eso se parecen a los blogs.

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Las ciudades tienen la capacidad de proveer a todos de todo, siempre y cuando sean construidas por todos. Esto decía Jane Jacobs en los años sesenta. Ella hablaba de las metrópolis como una generalidad, aunque en el fondo siempre estaba pensando en Nueva York. Un poco en Toronto, quizás, o en Boston… pero más en Nueva York. Como yo, siempre.

Nueva York es una forma de ser. La mayoría de la gente está en Nueva York porque necesita muestras de expresividad en grandes cantidades. Y no las necesita de vez en cuando, sino todos los días. Las necesita. Los que se van a otras ciudades más manejables pueden vivir sin esa expresividad. Los que vienen a Nueva York, no.

Estas palabras de Vivian Gornick resuenan en mi cabeza mientras Codell y yo caminamos por Bushwick rumbo a la casa de una de sus once tías. En lo que esperamos a que alguien abra la puerta, nos besamos con los cubrebocas puestos. Es la primera vez que entro a un departamento neoyorkino, hasta ahora me había mantenido turista, forastera, mirándolo todo desde afuera como una niña frente a una confitería. Había previsto mil escenarios, todas las arquitecturas y atmósferas posibles, pero este olor a plátano frito, ajo, cebolla, azúcar caramelizado es una sorpresa absoluta. Las tías de Codell preparan tostones, arroz con gandules, pollito, pescado, yuca. Me abrazan, repiten mi nombre con voz aguda, comiéndose las eses. Expresividad en grandes cantidades. Me siento como en casa. Imagino que mi tía Rosy cruzará el pasillo en cualquier momento. Corrijo. Me siento en casa. 

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Robert Moses no contaba con que los habitantes de Greenwich Village se opondrían a la construcción de la autopista con la que se pretendía destrozar el parque. Mítines, periodicazos, entrevistas… lo usual. Ganaron la batalla y el parque sobrevive hasta la fecha; ningún funcionario ha logrado fragmentarlo. La resistencia civil pacífica de aquellos años, con guitarrazos folk como banda sonora y la aparición de algún poeta recitando versos en un bar de mala muerte, estaba comandada por Jane Jacobs.

En realidad, para ser más justas, la historia le atribuyó a Jacobs el rescate del parque, pero ella siempre aseguró que la verdadera responsable del éxito en la preservación de Washington Square había sido Shirley Hayes. En el comité de resistencia civil figuraron personajes de renombre como Margaret Mead y Eleanor Roosevelt, pero la resistencia más férrea estuvo conformada por vecinas de la zona: amas de casa y madres de familia preocupadas por su barrio.

Tres años después de este triunfo político, el conocimiento de Jacobs en materia urbana, sumado a su experiencia como activista defensora de parques, la llevaría a escribir su libro más consultado: Vida y muerte de las grandes ciudades.

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Jane Jacobs nació en Scranton, Pensilvania, décadas antes de que Michael Scott fuera tan siquiera una idea. A los 19 años su familia decidió vivir en Nueva York. Greenwich Village fue seduciendo a Jacobs poco a poco, hasta que terminó mudándose a la calle Hudson.

Jacobs vio en The Village lo mismo que pocos años más adelante verían los beatniks, los músicos folk, los estandoperos, los poetas bohemios. Dylan, Simon y Garfunkel, Simone, Taylor… interrumpo el listado antes de que se me salga de las manos. Lo que quiero decir es que The Village era un barrio peculiar. No particularmente hermoso, pero atractivo, como un rostro que crees conocer de otro lado; esto que siento ahora en Bushwick.

No lo dijo ella, pero por su libro me permito inferir que a Jane Jacobs, a los 19 años, lo que más le gustó de Nueva York fue su complejidad. En Vida y muerte de las grandes ciudades, defendería el siguiente planteamiento: que la riqueza de un barrio radica en su densidad poblacional diversa y en las relaciones entre sus habitantes. Comercios, oficinas y casas coexisten en un espacio reducido. Edificios nuevos y casas viejas. Personas y fantasmas codo a codo, por decirlo así. Los parques son lugares vivos y no malezas abandonadas a la buena de Dios. Bushwick. Los vecinos se conocen entre sí y la estrechez de sus vínculos se convierte en una medida de seguridad. Ninguna cámara, ningún policía es más efectivo que las redes vecinales. Las tías. El barrio es visto como algo que le pertenece a sus habitantes. Algo propio. La antítesis del no lugar. Nueva York, una ciudad por fin mía. Codell, mi nueva casa y mi habitante. El blog, la ventana indiscreta, la pantalla donde los sucesos adquieren sentido.

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Había visitado Nueva York antes, pero nunca había estado realmente aquí. Ella es la misma de siempre, aunque, se sabe, las ciudades cambian todo el tiempo, tan rápido como los mares. Soy yo, la que soy otra. 

Camino por Bushwick cuando recibo la llamada de Julieta en la que me avisa que Este País, tal como lo conocemos, leemos y amamos, ha llegado a su fin. Vidas y muertes en las grandes ciudades. Julieta no lo sabe, pero, hace poco más de tres años, cuando ella y Karen me invitaron a colaborar por primera vez aquí, la Alaíde que yo era antes se encontraba en esta misma ciudad. Me recuerdo enroscada, enfurruñada y enfrascada en eterno diálogo con fantasmas. Una versión preliminar de este texto proviene de aquellos días. Los adioses se preparan con antelación, a veces sin que nos demos cuenta, igual que las bienvenidas.

El blog es un género siempre en proceso, interminable, inagotable. Por eso es mi favorito. El punto final no implica cierre, sino pausa, como dormir, como tomar vacaciones. No es adiós, sino buenas noches. Pero la bloguera que nunca duerme hoy camina por la ciudad que ibídem. Alguien intenta derrumbar un parque. Alguien resiste. Expresividad en grandes cantidades. Una revista dice hasta pronto.

No sé cómo despedirme, así que no podré hacerlo. Vamos a jugar a que nos vemos a la próxima. Ustedes y yo, y las fantasmas. Hagamos la pantomima. Ándenle. EP

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