Norteando: Trump contra Arabia Saudita

Norteando es el blog de Patrick Corcoran en Este País y forma parte de los Blogs EP.

Texto de 23/09/19

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Tiempo de lectura: 2 minutos

Hace una semana, una ola de misiles cayó en dos refinerías sauditas, reduciendo a la mitad la producción del mayor poder petrolero del mundo. Los hutíes, un grupo rebelde yemení que lleva años peleando contra compatriotas aliados con Arabia Saudita, asumieron la responsabilidad por el ataque. Sin embargo, debido a la sofisticación y la agresividad del operativo, inmediatamente empezaron a crecer las sospechas de que Irán fuera el autor intelectual del ataque.

En seguida, se desencadenó la respuesta esperada de la administración de Trump: el secretario de estado Mike Pompeo dijo que se trataba de un acto de guerra, mientras Trump tuiteó que tenía “las balas cargadas” mientras determina su respuesta al incidente. Su vicepresidente Mike Pence, el lambiscón por excelencia de la época Trump, repitió la misma frase.

Lo más probable es que esto no llegue a los balazos; Trump ha demostrado una gran afinidad para las palabras intimidantes, pero no suele cumplir con sus amenazas. Todos podemos dar las gracias por eso. Sin embargo, el hecho de que el ataque contra la infraestructura petrolera saudita lleve a Estados Unidos al borde de inmiscuirse en una guerra regional—cosa que sería una sacudida monumental a la estabilidad global—es absurdo.

La razón por esta escalada de tensiones es la relación histórica entre los gobiernos en Riad y Washington. Durante una gran parte del siglo XX, los sauditas ayudaron a mantener los precios estables del crudo—aunque no en todo momento, por supuesto—por lo cual ayudaron a fomentar el crecimiento. En el ámbito de la geopolítica, los sauditas también probaron su valor; durante las décadas de la Guerra Fría, ayudaron a los estadounidenses a resistir la diplomacia petrolera de la Unión Soviética.

Pero si bien tenía sus porqués hace 40 años, tanta cercanía hoy en día es grotesca. Sobran ejemplos de sus agresiones, pequeñas y no tan pequeñas, hacia Estados Unidos. Los ataques del 11 de septiembre de 2011 fueron obra de Arabia Saudita más que cualquier otro país; 15 de los 19 terroristas fueron ciudadanos sauditas, y disfrutaron de apoyo—precisamente sigue siendo un tema de debate—de las agencias de inteligencia saudita. Más recientemente, en 2018 agentes sauditas secuestraron, torturaron, y despedazaron a Jamal Khashoggi, un residente de Estados Unidos y periodista de The Washington Post, mientras éste viajaba en Turquía. No son los actos de un gobierno amigable.

Al mismo tiempo, los cálculos fríos del realpolitik que abogaba por una alianza informal han desaparecido. Estados Unidos hoy en día produce bastante crudo, así que es más resistentes a los shocks de oferta. Además, su posición internacional no depende de su rivalidad con la Unión Soviética. Hay escaza evidencia de que el apoyo para Arabia Saudita, un poder agresivo que financia grupos rebeldes en varios países, promueve la estabilidad en el Medio Oriente a largo plazo, que es el mayor interés nacional que tiene esa región.

Nada de eso quieren perdonar los iraníes, cuya agresión contra la industria petrolera saudita fue una provocación mayor (si es que realmente fueron los autores). También representa un régimen brutal. Pero Estados Unidos no tiene ninguna obligación diplomática para defender a los sauditas, como tiene con los países europeos a través de la OTAN, y es una locura plantear que esta relación comercial sea una causa suficiente para una aventura militar.

Más allá que este incidente, el punto más fundamental es que los gobiernos liberales deben tener muchísimo cuidado antes de enlazarse con los autoritarios. La relación se va de conveniente a grotesca, y luego de grotesca a trágica, en muy poco tiempo. EP

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