Norteando: Recordando a Richard Nixon

Norteando es el blog de Patrick Corcoran en Este País y forma parte de los Blogs EP.

Texto de 21/10/19

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Tiempo de lectura: 3 minutos

Olvídate de los mitos que los medios han creado sobre la Casa Blanca. La verdad es que no son tipos muy inteligentes, y las cosas se les han salido de control.

La anterior es una de las frases más memorables de Todos los hombres del presidente, la película magisterial sobre la investigación periodística que tumbó la administración de Richard Nixon. El comentario sale de los labios de Mark Felt, el topo del FBI que filtró datos claves a Carl Bernstein y Bob Woodward, los reporteros del Washington Post cuyas notas provocaron la renuncia de Nixon en 1974.

El juicio de Felt fue correcto. En las historias de la época, sobresale la cantidad de personajes de baja calidad—sea moral o intelectual—que rodeaban a Nixon. En una tras otra ocasión, charlatanes y provocadores baratos desempañaron un papel esencial. No quiere decir que son puros santos los altos oficiales en otras administraciones—en cualquier época, el poder ejecutivo es un enorme imán para los ambiciosos—pero muchísimos personajes claves tenían antecedentes que típicamente no son compatibles con un trabajo en la Casa Blanca. Hasta el crimen original que desató el escándalo se destaca sobre todo por su mezquindad; no fue un acto de estado que buscaba cambiar la dirección de la historia, sino el robo de documentos de la sede del partido Demócrata en el hotel Watergate.

Nixon no es Trump. El primero se demostró un estratego ágil y avispado en varios entornos (aunque también cabe mencionar su indiferencia criminal a los millones de victimas de sus políticas en Vietnam y Camboya, entre otros países); Trump es probablemente el hombre más ignorante en la historia de su puesto.

Pero lo que comparten Nixon y Trump es una mezcla de paranoia e inseguridad que ahuyenta a la gente capaz, atrae a los sicofantes incompetentes, y alimenta los abusos inéditos. Y este mismo defecto que derrocó a Nixon puede hacer lo mismo con Trump.

Los detalles sobre el escándalo actual que amenaza la continuidad de Trump cambian de una hora a otra, pero la esencia es clara e irrefutable: por un lado, el presidente presionó al presidente ucranio a indagar sobre la familia de Joe Biden, y suspendió la entrega de asistencia militar como una herramienta de está presión. Dicho de otra manera, subordinó los intereses nacionales a sus necesidades electorales.

Y por otro lado, Trump entregó el manejo de su política hacia Ucrania a Rudy Giuliani, su abogado personal, en lugar de los aparatos del estado. Por llevar a cabo este trabajo, Giuliani recibió un pago de 500 mil dólares de dos empresarios que fueron detenidos en octubre en un aeropuerto afuera de Washington. Este par ahora enfrenta un proceso criminal por filtrar pagos extranjeros a varias campañas electorales estadounidenses. Dicho de otra manera, parece que Trump vendió su política extranjera a la oligarquía ucrania.

Es difícil expresar concisamente lo profundamente reprensible y patética que ha sido la actuación de Giuliani durante todo este tiempo. El hombre que saltó a la fama mundial por su liderazgo en Nueva York después de los ataques del 11 de septiembre se ha convertido en el mandadero de un presidente delincuente. Sus cuantiosas apariciones mediáticas revelan un hombre que vive en un mundo de fantasía; delante de reporteros, proclama a gritos que él es el “héroe” de este asunto mientras se acumulan las evidencias que deberían enviarle a la cárcel.

Pero como un hombre abrumado por las exigencias del momento, Giuliani tiene mucha compañía, sobre todo el mismo presidente. El grupo que está manejando la presidencia está cada día más dominado por la megalomanía de Trump. Desde luego, la megalomanía trumpista no es una filosofía que tiende a fomentar el buen gobierno, y la serie de vergüenzas y catástrofes que han resultado fueron predecibles.

Es decir, igual que la Casa Blanca de Nixon, los de hoy no son tipos muy inteligentes, y las cosas se les han salido de las manos. Queda para ver en que se acaba el escándalo actual, pero los ecos de Watergate son incontrovertibles. EP

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