¡Paren las prensas, leer toma tiempo!

La moronga es el blog de La Murci y forma parte de los Blogs EP

Texto de 27/02/20

La moronga es el blog de La Murci y forma parte de los Blogs EP

Tiempo de lectura: 3 minutos

Hace mucho tiempo leí un pasaje en la novela más conocida y menos leída de Marcel Proust y hoy me acordé de él. Quería refrescarlo en mi memoria y se me ocurrió buscarlo, ¿pero quién tiene tiempo para algo así? Pues alguien como yo. Así que salgo de mi sarcófago, me pongo mis pantuflas de Garfield, y camino a otra sala de mi cueva, donde lo tengo guardado. Tomo el volumen, que está pesadito (es una edición de tres tomos), y regreso a donde estaba escribiendo esto. Ahora que lo veo aquí, descansando entre otros objetos que se encuentran en mi desordenado escritorio, decido que tomará tiempo revisar el libro para poder dar con el pasaje que busco, pero es justo de lo que quería hablar, porque ya no sé si se acuerden pero no hace mucho comencé a notar un curioso tic entre los editores, especialmente los que administran medios electrónicos. Comenzaron a acompañar los textos que publicaban con una curiosa advertencia: “Este artículo toma cinco minutos en leerse”; “este otro toma quince”; “este de acá te lo echas en dos minutos”. Hace un rato que ya no veo esas indicaciones de tráfico, tan sintomáticas de la depresiva sociedad del rendimiento, pero su recuerdo no deja de molestarme, especialmente ahora que tengo frente a mí este primer volumen de A la busca del tiempo perdido (es, ya dedujeron algunos, la edición de Mauro Armiño; dicen que la de Alianza es mejor, yo no sé, yo nomás leo).

Mi impresión es que hubo una época en que a la gente le parecía normal que leer exigiera tiempo. Cada tanto vuelvo a encontrarme con algún extraterrestre que me dice que no lee porque no tiene tiempo para leer. En terrícola eso quiere decir, sencillamente, que no se quiere leer porque cuesta trabajo. ¿Pero no es esa la razón por la que uno termina leyendo, porque exige un esfuerzo intelectual, lo cual es placentero? Hay una insondable cantidad de actividades que exigen mucho menos esfuerzo, como ver pantallas, pero que por lo mismo ofrecen placeres mucho menores. A mí la cuestión me parece muy clara, pero por algo paso mis días en esta cueva oscura y no allá afuera, donde brilla el neón y suenan las cajas registradoras.

Otra situación en la que he notado cómo el monstruo de la aceleración se enfrenta al ejercicio de leer es en la recomendación de mi enemiga, la siniestra Voz de las Empresas, de leer al menos 20 minutos al día. ¿Por qué sólo 20? ¿Cómo llegaron a esa cifra? ¿Por qué no una hora? ¿O varias, al día? Me intriga este emparejamiento de la lectura a actividades como la meditación (los expertos en meditación sugieren al menos 20 minutos de meditación profunda al día, senda aparente para la felicidad).

No voy a negar la realidad: conforme envejecemos y nos enfrentamos a nuevas obligaciones, cuesta más trabajo encontrar el remanso de paz que ofrecen los libros. A veces a mí también me asalta la tristeza que implica ver un librero lleno a desbordar de títulos que nos interesan y no hemos podido explorar: son tantas las opciones y tan poco el tiempo. Ars longa… Tal vez sea una de esas contradicciones con las que los lectores deben aprender a vivir: hemos decidido amar una tarea imposible, y pasamos el resto de la vida (es decir, el resto que se escurre desde el momento en que decidimos ser lectores) robándole tiempo a la vida misma. ¿Es ésta la vida que hemos elegido? Sí lo es, camaradas. Es una senda curiosa que a veces desemboca en la escritura, en la edición, en un rodearse de papeles y salas silenciosas; pero también, como ya he escrito antes, de gente que tiene intereses similares y palabras que tienen un eco singular en nuestras almas.

Ah, qué caray. Ya me dio el tabardillo. Creo que es normal. En fin, abro este libro y me arrastro a mi sarco-cama con él. Temprano, como hice durante tanto tiempo. EP

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