La guerra en su rostro

Seis grados de separación es el blog de Sylvia Aguilar-Zéleny y forma parte de los Blogs EP

Texto de 19/03/20

Seis grados de separación es el blog de Sylvia Aguilar-Zéleny y forma parte de los Blogs EP

Tiempo de lectura: 5 minutos

a la memoria de Carlos Hernández Torres

1

Tuve una relación de casi diez años con un veterano de guerra que nació en Puerto Rico. (Y tengo claro que en esa oración hay muchísimos plot twists, cada uno podría ser un capítulo del libro que no voy a escribir. O sí. No sé). De lo que significa ser soldado y vivir en batalla constante lo poco que sabía era por algún cuento aquí o allá y esas dos películas de Clint Eastwood: Letters from Iwo Jima y Flags of Our Fathers. Pero con mi pareja aprendí y desaprendí sobre la guerra como fenómeno social y político, la guerra como metáfora. En esos años comenzó también una curiosidad: ¿qué papel han jugado las mujeres históricamente en el campo de batalla?

Cuando tengo preguntas lo que hago es leer o bien diseñar una clase al respecto. Y como el tema atravesaba mi vida creativa y personal, hice ambas cosas. Mi curso se titula “Mujeres en Guerra” porque de la guerra sólo conocía el lado en masculino, porque de la guerra solo conocía textos de Tolstói, Hemingway, Heller, Vonnegut, O’Brien, y porque de la guerra me faltaba una versión. Esta es una clase de literatura y creación en el que mis alumnxs exploran la obra de autoras de no ficción, novela gráfica, poesía y novela. Cada autora se acerca a las batallas que atraviesan las mujeres, ya sea como personajes o autoras. Comenzamos con Svetlana Alexiévich,  pasamos por Marjane Satrapi y Agota Kristoff, para finalizar con Sara Uribe. Y en el inter leemos a muchas otras autoras. Mis alumnxs además diseñan a lo largo del semestre un proyecto en el que la guerra –literal o metafórica—transgrede la vida de los personajes, sus situaciones y sus voces. 

2

En The things they carried de Tim O’Brien, reconocida como una colección de cuentos pero que yo considero una novela episódica, los personajes son un grupo de soldados en Vietnam. El cuento con el mismo título narra los objetos que cargan en sus hombros. El peso de cada objeto es único, profundo, personal. Estos hombres llevan en sus mochilas aquello que simbólicamente los representa o les recuerda quiénes son y dónde son. (En la guerra, aparentemente, los soldados cargan solamente lo que pueden, pero me queda claro que antes, durante y después de una guerra un soldado carga más de lo que puede y llega un momento en que no se puede más).

En el libro de O’Brien hay sólo dos mujeres. Una es la hija de uno de los soldados: Kathleen, quien se vuelve el anhelo, el deseo de contar y guardarse ciertas cosas. Ella representa la esperanza. El cuento “Field Trip” explora la naturaleza personal de la memoria y expande la distancia entre padre e hija cuando, al viajar a Vietnam, el padre de treinta y cuatro años y la hija de diez tienen experiencias profundamente diferentes al interactuar con la tierra. La hija se queja del lugar en tanto que el padre no se lo permite a sí mismo.

El otro personaje es Mary Ann, la novia de uno de los soldados que logra ir de visita al campo de batalla. Esta visita es una despedida al mundo y vida que antes conocía: “Como lo contó Rat, ella llegó en helicóptero junto con el reabastecimiento que nos llegaba diariamente de Chu Lai. Una rubia alta y de grandes huesos. Cuando mucho, Rat dijo: “Ella tenía unos diecisiete años, y venía fresca de la preparatoria en Cleveland. Tenía largas y blancas piernas y ojos azules y una complexión como de helado de fresa. Muy amigable también.””

Rubia, bella, fresca, así es como Mary Ann llega a la guerra (¿no es así como todos los soldados de Vietnam llegaron a la guerra?), pero bastan unas semanas en el campamento, bastan unos días frente a frente con el enemigo, que no es un soldado vietnamita sino la jungla y el fantasma de la guerra, para que ella cambie totalmente: “Llevaba un sombrero de monte y una indumentaria verde y sucia; llevaba el rifle de asalto automático estándar M-16; su rostro estaba negro de carbón”. Este tipo de personaje que aparece y desaparece en un par de páginas es el centro de atención de uno de los mejores libros sobre lo que significa ser mujer en el campo de batalla: me refiero a La guerra no tiene rostro de mujer, de Svetlana Alexiévich.

3

Publicado originalmente en 1983, La guerra no tiene rostro de mujer es el resultado de las muchas entrevistas que Alexiévich​ realizó a mujeres rusas que participaron en la Segunda Guerra Mundial, que fueron casi un millón de mujeres las que combatieron con el Ejército rojo. Así quedamos frente a testimonios conmovedores y brutales porque, como dice la autora, “los relatos de las mujeres son diferentes y hablan de otras cosas. La guerra femenina tiene sus colores, sus olores, su iluminación y su espacio.” 

El acomodo casi orgánico de cada una de estas experiencias y voces se vuelven en conjunto un todo, el todo, donde hay humor (la de historias graciosísimas que yo escuché de labios de mi veterano, anécdotas que involucran comer gyros sin saber que la carne es de rata, grandes dosis de alcohol, bromas y apodos absurdos) porque en la guerra también hay risas:

“La disciplina, los reglamentos, las insignias: toda esa ciencia militar se nos hacía muy cuesta arriba. Una vez estábamos de guardia vigilando los aviones. Según el reglamento, si alguien se acerca, hay que parale el grito de “¡Alto! ¿Quién va?” Pues se acerca el comandante y mi amiga va y le lanza “¡Alto! ¿Quién va? ¡Con su permiso, voy a disparar!” Se lo imagina? Gritó “Con su permiso, voy a disparar!” Con su permiso… ¡Qué risa!”

Antonina Grigórievna Bóndareva, teniente de Guardia, piloto al mando


Alexiévich​ realiza entrevistas por años para después desaparecer las preguntas y dejar solo las voces, que como coro griego, relatan e interpelan, concretan y deconstruyen el rostro de la mujer en guerra.

4

Si pensamos en guerra y en novela gráfica, hay dos referentes primordiales: Maus de Art Spiegelman y Persépolis de Marjane Satrapi. Cada uno a su modo, en estilo y estructura, se vuelve una búsqueda sobre lo que significa sobrevivir la inminencia de una lucha. The Best We Could Do de Thi Bui se une a Spiegelman y Satrapi no sólo temática sino formalmente, el de Bui es también un memoir en el cual la autora parte del nacimiento de su primer hijo para relatar su vida dentro y fuera de Vietnam durante la guerra. 

The Best We Could Do se asienta en el poder de la imagen y la brevedad de las palabras, en el relato no cronológico, así como en el poder que el más íntimo relato personal posee para volverse, también, el más profundo relato político. Bui, es ilustradora y profesora, su práctica docente involucra precisamente hacer que sus alumnos creen relatos ilustrados sobre inmigrantes y refugiados políticos en Estados Unidos. (Hablemos luego del autoras que llevan su trabajo creativo hacia su vida personal y profesional, ¿sí?)

A Bui, como a Alexiévich, le tomó diez años trabajar en este libro. (¿Cuántos años, me pregunto, le toma a una mujer o a un hombre que vive una guerra dejar de estar en ella? No, en realidad no me lo pregunto porque sé que no existe la posibilidad de estar fuera de ella). Al igual que sus predecesores ideológicos Maus y Persépolis, la de Bui es una historia autobiográfica y multigeneracional de la migración en tiempos de desastre. La autora, además, profundiza en la relación entre padres e hijos, y las brechas generacionales, culturales y, de género.

https://pen.org/wp-content/uploads/2017/03/illustrated-pen_the-best-we-could-do_204.jpg

5

Empecé a leer novelas gráficas y, ya lo dije, a investigar más de la guerra cuando la guerra se volvió un tema de sobremesa. Escuchábamos mi hijo, mi hijastro y yo las historias divertidas, las aventuras, los momentos de camaradería que, créase o no, se viven hombro con hombro con la violencia. Pero la otra parte de la historia, esa en la que Él, como infantero o chofer de camiones con químicos, vivió, la historia con rifles y enfrentamientos esa, esa nunca la escuché porque nunca me atreví a preguntar. Él, además, nunca la hubiera compartido y lo entiendo, ¿quién querría hacerlo? Pero la guerra, la guerra estaba en su enfermedad, en las pesadillas que, de cuando en cuando, nos despertaban a media noche. La guerra estaba en su rostro. Hasta que no. EP

Este País se fundó en 1991 con el propósito de analizar la realidad política, económica, social y cultural de México, desde un punto de vista plural e independiente. Entonces el país se abría a la democracia y a la libertad en los medios.

Con el inicio de la pandemia, Este País se volvió un medio 100% digital: todos nuestros contenidos se volvieron libres y abiertos.

Actualmente, México enfrenta retos urgentes que necesitan abordarse en un marco de libertades y respeto. Por ello, te pedimos apoyar nuestro trabajo para seguir abriendo espacios que fomenten el análisis y la crítica. Tu aportación nos permitirá seguir compartiendo contenido independiente y de calidad.

DOPSA, S.A. DE C.V