Ese novedoso silencio

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Texto de 25/03/20

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Tiempo de lectura: 3 minutos

Algo perturbador tenía el silencio del lunes. 

Cerca de las 8 de la noche, en un día hábil de marzo —que en este valle guerrero, hostil, estridente, rasposo, rechinante, revoltoso, hubiera sido uno de esos atentados acústicos que de tan habituales ya ni siquiera percibimos— mi esquina no sonaba a nada. 

A este cruce de caminos automotrices y humanos del que mi vivienda absorbe frenones y claxonazos que un día normal se elevan desde los rumbos de Eje 7, lo oprimía un luto auditivo: un aire espeso, mudo y hasta premonitorio. 

¿Qué era ese silencio? No había sonidos, ruidos, nada. 

Chateábamos en WhatsApp con mi amiga Danna para curarnos un poco esta cuarentena que nace y ya pesa, y junto a mi buró, del que salía una prematura luz de medianoche pese que la noche apenas arrancaba (creo que en la cuarentena da sueño antes), se lo dije: “Me impresiona el silencio de este momento fuera de casa, como un aire de duelo”. “Me pasa lo mismo —respondió—: llevo un año aquí, en avenida Toluca, y por primera vez oigo hasta que una bici pasa”.

No era un silencio dominical para desperezarse sonriendo, sino un silencio enfermo. Imaginaba al silencio que paraliza temblorosas ciudades en guerra minutos antes de sufrir un ataque aéreo. 

A la tragedia del coronavirus en este punto del globo hoy aún la vemos en la pantalla, atónitos ante lo que padecen rincones italianos de fantasía que hasta hace poco añoramos para nosotros en otras vidas, y hasta en ésta.

Abro el mapa del coronavirus en tiempo real de gisanddata con una imagen del mundo. Está invadido por un sarpullido que abarca 172 países, y cada roncha digital roja señala los contagios: leo que en el planeta ya hay 438 mil 749 infectados, y 19 mil 675 muertos. No hay modo de que la mente visualice tantos cadáveres, y cuesta muchísimo entender que todos ellos hace sólo días fueran vivos. Sólo días. 

Una masa de muertos en muy poco tiempo, algo irrefutable, una de las pocas certezas que tenemos pese al consumo insaciable de noticias en esta naciente época en que el tiempo libre se expande y la cabeza se achica entre tantos datos y confusión. 

Internet, internet, internet, donde atestiguamos cómo el monstruo invisible crece, para desde aquí discutir, opinar, vociferar, reclamar, tuitear, atacar con nuestra “verdad” aunque en realidad sepamos poco o nada y todo sea descargar ansiedad, impotencia, angustia. 

Y valiéndose de ese escándalo que aturde, los primeros brotes de una disidencia que, pese a los casi 20 mil cadáveres, despreocupada llama a la muerte y convence a multitudes: Bolsonaro (“Debemos volver a la normalidad” y “abandonar (…) la prohibición de transportes, el cierre del comercio y el confinamiento en masa”), Salinas Pliego (“hoy estamos mal: las calles vacías, todo cerrado, escuelas vacías, hoteles vacíos, restaurantes vacíos. Esto no puede ser, la vida tiene que continuar”) y hasta hace tres días López Obrador (“no dejen de salir”).

Ayer leía en el diario El País a la periodista española Ana Fuentes: “Estaba viviendo esta pandemia de manera virtual, siguiendo la evolución de los datos desde mi ordenador. Hasta que hace una semana me estalló en la cara y todo se volvió real: mi padre dio positivo.  Se lo contagiaron en el hospital cuando estaba a punto de recibir el alta por otro achaque. Murió ayer. No pude despedirme de él”. El artículo concluye así: “Te quiero, papá. Que voy a abrigarme y no voy a perder las gafas. Para esta guerra no estábamos preparados”. 

Su papá no pudo sumarse al silencio de la cuarentena y lo atacó el virus, implacable.

Intenté imaginar el sonido exterior de la casa de Ana cuando escribió esas últimas líneas, con todo el dolor y ella ahora sumada a una realidad muda. Y entonces pensé que el silencio que escuché la noche del lunes y que hemos empezado a escuchar noche tras noche, el silencio que creía un duelo, es en realidad el silencio que encierra a la vida, hasta ahora el único modo infalible para huir de lo que anda afuera. EP

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