Cuota de género: La hora sin sombra

Cuota de género es el blog de Abril Castillo en Este País y forma parte de los Blogs EP.

Texto de 10/02/20

Cuota de género es el blog de Abril Castillo en Este País y forma parte de los Blogs EP.

Tiempo de lectura: 10 minutos

La serie que acompaña el texto es Soy una idea de Aldo Jarillo

Domingo 9 febrero 2020, 20:20 h

Las salas de espera de los hospitales tienen una atmósfera particular. No es casualidad que la mayoría de colores que las visten vayan del gris cálido al azul, del azul al blanco, me dijo mi papá una vez. Que tengan tantas sillas en México, a diferencia de otros países se debe a que aquí siempre vamos acompañados. Un paciente por dos, por tres, por cuatro. Yo entré sola. Me tenían que dar los resultados este viernes, pero nadie me llamó. No estaba inquieta en esta espera. Hasta me alivió cuando llegó la noche y no supe nada. Preferí tener un fin de semana sin un resultado en la cabeza.

Sábado 1 febrero 2020, 10:20 h

1. Tengo una piedra en la boca. Antes la tenía en la garganta. La piedra mide 0.56 cm. Es decir, 5 mm. Eso me lo dijo el radiólogo que me hizo el ultrasonido de la mandíbula y cuello. No he ido por mis resultados porque si leo algo que no entiendo bien y lo googleo, me voy a malviajar todo este fin de semana. El otorrino me dijo que lo más probable es que tuviera una piedra. Que lo comprobaríamos con una imagen. Que su socia opera cuello y cara. Que lo casi seguro que necesite una operación. El radiólogo me dijo que se llamaba Efrén, igual que un compañero del trabajo del que otro amigo, Emilio, hizo unas playeras. Mandó fotos de las playeras y vi el mensaje antes de entrar al ultrasonido. Me reí. Así que cuando el radiólogo me dijo: me llamo Efrén, me sentí por algo tranquila y en confianza. Efrén me puso el gel con el que luego pasó la máquina por mi cuello, ambos lados. Fue tomando fotos y medidas de cosas que no entendí muy bien hasta llegar a la mandíbula. Luego exclamo algo como: ¡Aquí está! Pero bien pudo haber sido: Eureka. ¿A ver?, le pedí. Y me señaló algo que tampoco entendí. ¿Ya encontraste mi piedra?, le pregunté. Efrén asintió con la cabeza. ¿Es bonita?. Efrén me vio raro. Y la señaló: Aquí esta. Ésta es la piedra y ésta es su sombra Vi su sombra sobre un territorio que, según Efrén, era mi glándula. Un ser parado en un mundo. Una roca descansando al borde del mar. Es mi hija, le dije. Efrén soltó una expresión que se le escapó. En algún lugar leí que los técnicos no deben darte respuestas ni deben emitir reacciones. Los pacientes debemos esperar a hablar con nuestros médicos para la interpretación de resultados. La reacción de Efrén fue una sonrisa. Él andaba muy serio y yo muy tensa, y hacerlo reír me relajó. Es broma, le dije. Y luego dije como para mí: Y ésa es su sombra.

2. En 2009 empecé con un problema que era más una molestia que una enfermedad. Cuando comía algo muy ácido, se me inflamaba la glándula derecha del cuello y parecía un sapo durante unos minutos. Eso me recordó a cuando una vez Richard, un amigo ilustrador, preguntó por alguna red social que si alguien quería que lo retratara como animal. Los retratos de nuestro rostro y de nosotros como animales aparecerían en un libro para niños del FCE sobre la vida de Leonardo Da Vinci. El lector tendría que relacionar al humano con la bestia que habita en él. Había que mandarle nuestra foto y a qué animal creíamos que nos parecíamos. Yo recordé mi tiempo en la secundaria, cuando unos niños me decían que tenía cara de pájaro. Alguno me gritaba ¡Birdman! cuando pasaba cerca, o a veces todos a coro, cuando estaba lejos. Así que le dije a Richard: Dibújame como pájaro. Pero cuando salió el libro, vi que me había dibujado como un sapo. No cabe duda, pensé, apelar a un insulto para encontrar uno peor

3. La vida me terminó haciendo realmente un sapo años después. Fui al otorrino por primera vez en 2009 y me dijo que no me preocupara, que sólo tomara mucha agua cuando la glándula se inflamara, para destapar el conducto salival. Desde hace algunos años, a veces me convierto en sapo. Si como algo muy frío o muy grasoso, si bebo algo muy ácido o alcohol, las probabilidades de ser sapo son mayores. Últimamente ni el agua ayuda. Cada que me pasa lo del sapo, me aprieto la glándula desde el cuello y en algún punto la boca me empieza a saber a sal. La inflamación va bajando. La bola vaciándose de saliva acumulada.

4. La última vez que me dio la recurrencia del sapo, pensé que me iba a dar gripa. Fue hace poco más de un mes. Tomé por días mucha agua y mucho té de jengibre. La glándula se desinflamó. La siguiente semana, nos fuimos a la playa y pensé que ahí todo terminaría por componerse. Pero al parecer, el calor lo hizo peor: el sapo se posicionó un día entero. Me dio dolor de cabeza y mucho sueño. De regreso de las vacaciones, volví con el otorrino. La última vez lo había visto en 2015. Yo pensaba que haría apenas un par de años. Y cuando me dijo que lo de la glándula había empezado en 2009, no lo podía creer. Once años. Irónicamente mi médico se llama Fidel. Aunque la fiel de su práctica sea yo. Hagamos un experimento, me dijo. Sacó unas morelianas y me ofreció una, empecé a comer. Le pidió a su asistente que trajera un dulce picoso. Me comí un chicloso de mango con chile. La glándula se empezó a inflamar. Dos días antes me había empezado a doler también por abajo de la lengua. Es porque el conducto de la saliva se conecta hasta ahí, me explicó. En su camino algo la debe de estar obstruyendo. El doctor me apretó la glándula y miró adentro de mi boca. Está saliendo saliva, me dijo feliz. El experimento funcionaba. Pero también tienes ya pus, no tragues, y se le borró la sonrisa. Me mandó antibiótico y un desinflamatorio y a hacerme un ultrasonido para comprobar lo de la piedra.

5. El padecimiento se llama sialolitiasis. Las piedras son calcificaciones. Mi abuela materna tuvo varias en el riñón. Es cosa de expulsarlas o sacarlas en cirugía, y no pasa nada. El doctor me dijo que no sabía bien por qué se forman. Aunque me dijo que no era mi culpa, pensé que seguro mi alimentación pudo haber contribuido. Mis hábitos. Mi herencia. Cuando fui hace unos meses a la dentista, sentí que me había leído la mano, el futuro, presente y pasado, con sólo verme los dientes, cuando me preguntó sobre mis rutinas y hábitos; lo que acostumbro hacer y no hacer. Pero hay médicos que luego se enfocan en sólo una cosa: la piedra. Pero no en la persona: yo. Mi piedra es mi hija. Yo la formé pero tiene su propia voluntad.

6. Si perdiera un sentido, no quisiera perder el sabor. No quisiera que me corten la lengua. No quisiera dejar de poder hablar. ¿Qué será peor: que te amputen la lengua, perder la vista, o no volver a ser tocado? El próximo martes a las 3 voy con una otorrino especialista en cirugía de cuello y cara. Irónicamente se llama Dolores. Hoy es sábado.

Domingo 2 febrero 2020, 10:16 h

1. Lo bueno de tener que tomar pastillas cada 8 horas es que, para que no me dé gastritis, también cada 8 horas tengo que comer. Esto ha mejorado mis rutinas, porque a veces sólo desayunaba café y comía ya muy tarde. Y no cenaba más que una copa de vino y pistaches. Ahora, estos días, he dejado de beber alcohol. No es tan difícil luego del segundo día. Igual pensaba que eso pronto tenía que cambiar. La enfermedad es el pretexto perfecto para mejorar hábitos. Aferrarse es medio absurdo, aunque muchas veces lo haya hecho: comer queso aunque tenga colitis, seguir fumando aunque me duela la garganta, tomar mezcal para mantenerme despierta, en una fiesta en vez de ya irme a dormir. 

2. Los primeros días me daba mucha angustia lo de la piedra. Quizá estoy en el ojo del huracán y en cuanto se acerque más el martes que es mi cita, me ponga más nerviosa. Es como estar a la mitad de un día, parada sobre mi propia sombra. Los primeros días de la piedra pensaba en mí misma como Sísifo moviéndola. Para calmar la angustia, me recuerdo que hay que vivir un día a la vez. Empujar mi piedra por la montaña y bajarla. Cada día otra vez, hasta el martes.

Martes 4 febrero 2020, 14:38 h

1. Fui por mis resultados un poco antes de la cita con la cirujana. Quería ver la foto de mi piedra, pero antes me puse a leer los resultados. Una palabras que calma: homogéneo. Tres palabras que angustian: heterogéneo, vascularización central, BAAF.

2. Además de la piedra, el radiólogo Efrén me encontró nódulo en la tiroides. Por eso no se reía.

3. La doctora dice que eso se llama un hallazgo. Y que aunque me dé miedo, es algo bueno, porque de otro modo no habríamos sabido del nódulo, sino hasta que mostrara síntomas. Un hallazgo es estar buscando algo y encontrar otra cosa. Me hace una prueba de las cuerdas bucales y ambas vibran bien, eso es una buena señal. Me revisa y me dice que la glándula sigue inflamada y así no se puede operar. La piedra está a punto de salir sola, mi boca la dará a luz. Es probable que duela, pero también que sienta alivio. La prioridad ahora es el nódulo, hacer una biopsia, ver si es tejido benigno o maligno. Si es maligno, habrá que ver un oncólogo; si es benigno, un endocrinólogo. La operación de la piedra puede esperar.


Domingo 9 febrero 2020, 20:52 h

Mañana a lo largo del día, me llamará el doctor que me hizo la biopsia. Tal vez esté en mi casa, en el metro, en mi estudio, dando clases en la noche. Tal vez me olvide de la llamada y viva el día así nomás.

Miércoles 5 de febrero 2020, 19:40 h

La biopsia la hace un médico, no un técnico. Y durante el procedimiento se le pueden hacer preguntas; excepto cuando la aguja está adentro extrayendo la muestra, en ese momento tampoco debes de tragar saliva. Un piquete para la anestesia. Uno, dos, tres, cuatro piquetes para extraer las muestras. El doctor baja al área de Patología, si las muestras están bien, puedo irme a casa; si no sirven, tomar más. Ir a Patología, que los patólogos revisen y regresar, le tomó al doctor unos veinte minutos. En ese mismo tiempo, se monitorea que no haya ninguna complicación por la succión. Para la toma, el cuello tiene que ser zona estéril. Me tapan la cara con una tela azul, de la mandíbula a la frente. Las manos a los lados, inmóviles. El material quirúrgico en mi pecho. Inmóvil veinte minutos para no tener que esterilizar otra vez en caso de que ninguna de las cuatro muestras sirva; mientras el doctor baja, tengo que permanecer en esa misma posición. Es una prueba de paciencia, pienso. Y me quedo con Verónica, la enfermera que asistió al doctor durante la biopsia. Pasan algunos minutos y me pregunta: ¿Qué libros haces? En el formulario donde ponen ocupación siempre escribo: hago libros. Libros sobre mi vida, le digo, ¿a ti qué libros te gusta leer? Y Verónica me cuenta que libros de suspenso sobre todo, y películas de terror también, pero no con sangre. Ya suficiente sangre has de ver todos los días, le digo. Y me dice que ni tanta. Me dice que quiere especializarse en neonatos. Me dice que tiene mi misma edad, o más bien, me dice su edad y yo le digo que somos casi del mismo año. ¿Tienes hijos?, le pregunto. Y me cuenta que tiene tres. Me cuenta que por su casa, a cada rato encuentran gatos, que también tienen un gato y un perro. Que no se pelan mucho entre sí. Que el gato está de paso, en lo que encuentran dónde colocarlo. Que siempre que encuentra un gato, lo cuida hasta que logra darlo en adopción. Me cuenta que su hijo de en medio se llama Jesús, pero que de cariño le gusta que le digan Gatito. Le cuento que yo tengo dos gatos. Me dice que lleva quince años casada. Yo le digo que yo llevo diez con mi novio. ¿Estás casada o en unión libre?, me pregunta. En eso entra el doctor: Todas las muestras funcionan bien, el viernes o el lunes a más tardar, te llamo para darte los resultados. Me quitan el velo de encima de la cara y me dicen que ya me puedo volver a mover. ¿Cuánto mide mi nódulo, doctor?, digo por último antes de irme, y él me contesta que 2.6 mm. Es una uñita, me dice, y la imagen que me viene a la mente es la de la luna, hasta que toma mi mano y señala el ancho de la uña de mi dedo índice.

Viernes 7 de febrero 2020, 20:20 h

De mi casa al centro histórico, decidí salirme en metro Hidalgo. Empecé a caminar por la Alameda y llamé a mi tita. Acababa de morir su cuñada el día anterior, mi tía abuela, la última hermana de mi tito. Se llamaba Alicia. Mi tita llamó a mi mamá para decirle algo sobre el funeral, y mi mamá le dijo que me había acompañado a hacer unos estudios, pero no le dijo cuáles. Le platiqué del nódulo. Yo tuve un nódulo en la tiroides a los 34 años, me contó. Me dijo que había sido benigno y me sentí aliviada. Ojalá repita tu vida, tita, le dije. Y ella me dijo que ya tendría yo mi propia vida, pero que para vivir bien lo importante era el secreto que le había dado su mamá: “Siempre ponte en los zapatos de los otros: tolerancia y generosidad”. Luego me dijo que cuando las cosas salen mal, o no salen como esperamos, los únicos remedios son el agua y el ajo. El ajo y el agua: “Ajoderse y a aguantarse”. Me gustó más su segundo secreto.

Jueves 6 de febrero 2020, 11:36 hDesde niña pensaba en la muerte todos los días. Que no se muera mi mamá. Que no se muera mi papá. Que no se muera mi abuela, mi abuelo, mis titos, mi ermano. Que no se muera Santiago, que no se mueran Parvana ni Aparicio. Pero rara vez había pensado con tanta nitidez en mi propia muerte. En entender realmente que un día me voy a morir. Dicen que somos incapaces de imaginar nuestra propia muerte. Incluso pensando un mundo sin mí, me imagino viéndolo. La muerte no es ni eso. Ceguera, sordera, incapacidad de tocar y ser tocado, de probar, oler, desear, recordar ni pensar. Ver mi muerte sin ventana es asomarme al precipicio, estar un rato sin la última membrana que me separa de la realidad. Pensé que la terapia servía para aprender a vivir la vida más vivible, pero se me olvidaba mi muerte. Tenga o no células malignas, estos días han sido de pensar en ella, como esa voz con la que dialogamos todos los días. Leí que no todos podemos dialogar con nosotros mismos. Sofía Téllez lo tuiteó el otro día, dijo que le voló la cabeza, y a mí también. Supongo que escribir es una especie de diálogo que bajas para que otros lo puedan ver. Pero ayer en la sala de espera o mientras platicaba con Verónica en lo que volvía el médico, pensaba muchas cosas. Cosas que me hacían reír o ideas que me hacían llorar. Pude colocarme en el presente gracias a esa voz silenciosa que está ahí siempre. Y pensé también que tal vez esa voz sea la voz de la muerte. Tal vez la vida sea también establecer un diálogo con ella. Porque la muerte no es el enemigo ni lo opuesto a estar vivo. Siempre ha estado aquí y es fin, pero también puede ser nuestra más íntima compañía. EP



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