Amaneció distinto. Entrevista a Salvador Camarena, periodista y seguidor del Atlas

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP.

Texto de 15/12/21

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Tiempo de lectura: 7 minutos

En el barrio obrero Colón Industrial, en medio de fábricas de tornillos y tuercas, pelotas, muebles, canicas y trenes de carga, hace cerca de 45 años un niño comenzó a irle al Atlas después de una derrota histórica y muy dolorosa, como tantas que han herido a los rojinegros: el amor nacido desde la tristeza. El periodista Salvador Camarena, incondicional seguidor del Atlas, narra cómo ha sido para esa afición acabar con 70 años sin títulos, una condena que parecía eterna y que este 2021, aunque aún cueste creerlo, dejó de serlo.

Aníbal Santiago (AS): Cuéntame qué hiciste en el gol definitivo de Julio Furch.

Salvador Camarena (SC): En el Estadio Jalisco estuve en la portería sur, la de los penaltis, con mi sobrino José María. Después de que Camilo Vargas atajó dos tiros del León, lo tenía a (Julio) Furch a menos de 20 metros. Veía todo-todo-todo. Según yo, en la pantalla electrónica pusieron mal el marcador con el León arriba, y me confundí. Tardé dos segundos en reaccionar que era el gol definitivo. De no creerse. Grité: “¡gol, gol, gol, gol, no puede ser!”. Abracé a mi sobrino, saludé a la señora de junto que rezó en todos los penaltis, abracé a unos chavos de al lado y a uno de la bola de abajo: nos abrazamos entre extraños. Los jugadores corrían de un lado a otro en la locura y cerca de la salida nos tomamos una foto con mi sobrino y la gente atrás con los brazos en alto, festejando. Y después ya nos tuvimos que salir rápido: caminamos por la calle para buscar el auto en un estacionamiento lejano y que no se quedará ahí hasta el día siguiente.

AS: ¿Qué pasó en el tramo entre el sueño de ser campeón dentro del estadio y subirse al auto?

SC: Íbamos detectando televisiones para seguir viendo la final, nos tocó ver una TV con veladoras encendidas; le dije a mi sobrino: “hoy se acabaron las veladoras en Guadalajara, y le pedí: “cuida mucho tu boleto, es histórico”. Estábamos en una nube, tardas en aterrizar que lo que acaba de pasar, en efecto, pasó. Y además, ¿quién sabe cuándo vuelva a pasar? Quieres seguir en la nube todo lo que dure la emoción. Ya en el auto recibí muchas felicitaciones y me quería comunicar con la gente que quiero. Mandé mensajes a mis hermanos, en el chat familiar puse las fotos con mi sobrino. El problema es que la mitad de mis hermanos son atlistas, y los otros, chivas. Después del primer partido de la Final que perdimos, mi hermana mandó el escudo de Chivas pintado de verde esmeralda [del León]: no hay lugar más duro para el bullying que la familia [carcajadas]. 

Y luego de todo lo vivido fue decir: amaneció distinto.

“Estábamos en una nube, tardas en aterrizar que lo que acaba de pasar, en efecto, pasó. Y además, ¿quién sabe cuándo vuelva a pasar? Quieres seguir en la nube todo lo que dure la emoción”.

AS: ¿Recuerdas otro momento de tu vida, incluso fuera del futbol, con esa explosión de energía como la del instante del gol de Furch y el título?

SC: Nada se compara con el nacimiento de un hijo. Pero como dijo alguien: “el futbol es lo más importante de lo menos importante”. Este gozo es inédito: en esta pandemia tanta gente perdió seres queridos que el disfrute de las cosas padres de la vida se ha redimensionado. 

AS: ¿Al festejar estabas pensando en que fueron 70 años sin una alegría así, o eso no estaba tan presente? 

SC: Sí. Y por eso hubo dos o tres espacios de emoción en los que iba a brotar el llanto. Se me congestionó la garganta. Recuerdo perfecto el día que me aficioné al Atlas. Ir al estadio no funcionaba por los recursos y la logística: somos seis hermanos, una tropa de niños chiquitos. Cada año había un niño nuevo, y durante 10 años así fue. Me llevaban por temporadas a casa de mis abuelos maternos: una noche (el 18 de mayo de 1978) prendí la radio para desaburrirme, porque ellos eran muy mayores y no había otros niños. Escuché el partido del Atlas contra Unión de Curtidores por la Liguilla del No Descenso (Atlas perdió 4-2 en el Estadio Jalisco) y se fue a Segunda División. A mis 9-10 años se me quedó algo de la narración de los consternados locutores tapatíos. Así me enganché con el Atlas.

Después, a lo largo de los años, aprendí de la época de La Academia, y veía parafernalia del equipo en los lugares que la familia visitaba: birrierías, restaurantes de menudo: posters del [diario] Esto, publicaciones pegadas por todos lados con ese equipo que tocaba muy bonito el balón, “los amigos del balón”, con entrenadores prototípicos como [Alfredo] “Pistache” Torres. A los 13 años empezamos a ir al estadio con mis amigos, la bola de la secundaria. Con el gol de Furch vinieron esos recuerdos. Me hice aficionado a un equipo cuando perdió, y vi extraordinarios partidos de ese equipo de cantera, de jóvenes. Hubo temporadas muy interesantes con [Marcelo] Bielsa, [Ricardo] La Volpe y estuve en la final en Toluca hace 22 años en La Bombonera de Toluca. Uno de los tiros pegó en el poste y fue la dinámica eterna: “si ese tiro entraba, la historia sería muy distinta”. En esta Final contra León también pegó un tiro en el poste en la portería donde estaba y pensé: “que no se repita la historia de ‘si ese tiro entraba, la historia sería muy distinta’”. Deshacer la maldición fue muy emocionante.

AS: ¿Ya de chico advertías esa paradoja: un Atlas emparentado con el buen juego y a la vez con la derrota?

SC: En la primaria y la secundaria me tocó el Cruz Azul de los 70 con [Ignacio] Trelles, que creó muchísimos seguidores. Luego vinieron muy buenos años del América, de los Pumas [bicampeones con Hugo Sánchez] y si me apuras, el Necaxa [en los 90]. Eso generó en Guadalajara oleadas de aficionados a equipos foráneos. Me tocó ser minoría, irle al Atlas no era nada hot: no teníamos mucho que presumir.

AS: El Atlas tiene una identidad de equipo nocturno, algo que no ocurre con ningún club. ¿Cómo se vive eso?

SC: El Atlas equivale a sábado a las 8:45 pm. Si decías “vamos al juego”, todos sabíamos hora y día. La experiencia del Atlas es nocturna y eso es bien bonito. Y a eso suma las guasanas: unos garbanzos verdes encapsulados en su vaina. Te los cuecen al vapor y te los comes. Ricos, aunque un poco indigestos. Atlas es el sabor de la noche: los puestos de fritangas y tacos, las tortas ahogadas.

AS: ¿Cómo procesa el seguidor atlista la decepción?

SC: El Atlas tiene aficionados fieles y sufridos. Manuel Baeza [director de Milenio Jalisco] escribía estos días que era momento de jubilar las bolsas de estraza que los aficionados se han puesto en varios momentos sobre la cabeza por la vergüenza de la mala marcha del equipo. Sin embargo, esos aficionados ahí estuvieron muchísimos años: una afición familiar. Lo que se vio ahora, la pareja de recién casados, para nosotros es ordinario: parejas salen de su boda religiosa y van al estadio.

AS: ¿De qué modo viviste la época del Atlas de La Volpe que enamoraba al país, con Andrés Guardado, Miguel Zepeda, Daniel Osorno?

SC: Con [el periodista] Roberto Zamarripa fui a las dos finales [del Verano 99], con el partido de vuelta en La Bombonera. Nos metimos a la cancha después del partido [que Atlas perdió] con el acceso de prensa y vi a Ricardo La Volpe pasearse como 10 minutos. Su cara era de incredulidad, pasmo. La prensa éramos un enjambre alrededor del entrenador argentino, y él recorría la cancha queriendo echar el tiempo atrás, revertir la imposibilidad de coronar esa gran campaña. 

AS: ¿Compartiste su sensación: hicimos algo maravilloso sin consumarlo?

SC: Cómo no. Cuando en esta final contra León pegó el tiro en el poste en el primer tiempo, yo me quería ir del estadio: “no-no, ¿se va a repetir todo eso?”. Y ocurría algo: algunos atlistas también sentíamos que por culpa nuestra el resultado no se daba. Esta vez llegué a Guadalajara y le pregunté al periodista Manuel Baeza, “¿vas a ir al estadio?”. “Nooo —dijo—, les echo la sal”. Le pregunté lo mismo a [el monero] Trino y dijo “¿Cómo crees? Van a perder por mi culpa”. Fue una liberación decir: “no éramos nosotros” o “si éramos, ya no somos nosotros”. 

AS: ¿Cómo reaccionó tu entorno?

SC: Me felicitaron no atlistas que yo desconocía como futboleros; gente se molestó en llamarme, mensajearme, decirme: “qué bueno lo que le está pasando a tu equipo”. Esto reivindica algo: aunque en esta época estemos obsesionados por la retórica política, la vida también está hecha de estos momentos.

AS: Jamás vi una emoción masiva de un título incluso por gente que no era aficionada del equipo campeón. ¿Eso habla bien de muchos mexicanos?: “soy capaz de compartir la alegría del otro”.

SC: Salvo la directiva de Chivas y su corrientez de mensaje en redes sociales, el Atlas no le estorba a nadie: da buenos juegos y además les proporciona un sentido dramático. A mucha gente le dio gusto porque concita simpatía (espero no lástima). Y todo contribuyó a que la emoción no pudiera ser más a tope: era el día guadalupano y murió Vicente Fernández. La sociedad estaba a flor de piel y finalmente el equipo gana en el último penalti. A lo Atlas. 

Hubo decisiones arbitrales para la eternidad, pero todo quedó en el volado de los penaltis, que harían justicia.

“…el Atlas no le estorba a nadie: da buenos juegos y además les proporciona un sentido dramático. A mucha gente le dio gusto porque concita simpatía. Y todo contribuyó a que la emoción no pudiera ser más a tope: era el día guadalupano y murió Vicente Fernández. La sociedad estaba a flor de piel y finalmente el equipo gana en el último penalti. A lo Atlas”.

AS: ¿Qué piensas de las multitudes que festejaron en las calles?

SC: Pasé por la Glorieta a los Niños Héroes que se ha reconvertido en un memorial para las personas desaparecidas, sustraídas, secuestradas, asesinadas en mi estado. Está en la Avenida Chapultepec, bonita, turística, con lugares para comer y divertirse. Es un circuito cívico y patriótico elegido para las pocas victorias del Atlas, reconvertido por las madres y parientes de desaparecidos en un recordatorio de la tragedia humanitaria de Jalisco. En la Liguilla se discutió: “hay que ir a este lugar, pero hay que respetar este lugar”. En la final se acordonó y se respetó su nueva condición y a la vez se reivindicó como el lugar de las victorias atlistas. Entre claxonazos, familias enteras caminaban y la gente dejaba el auto donde fuera para correr a celebrar con la masa.

AS: ¿Qué se veía en la euforia de esa gente: paz, alegría…?

SC: Era notable la cantidad de camisetas distintas del Atlas, de hace 10 años, 20 años. La gente sacó la camiseta que atesoraba. Con esa indumentaria reclamaban su sudor, sus lágrimas de años. Gente llevaba los retratos de sus familiares que, por pandemia o no, ya no pudieron ver el momento histórico. Con esas fotos decían: “te traje a esto, te lo merecías y no lo pudiste ver”. Y las caras eran de incredulidad, y la emoción se desbordaba por ese alivio generalizado, ruidoso, exultante, que decía: ¡se acabó!

AS: ¿Cómo te imaginas al nuevo Atlas después del título? 

SC: No fueron gratis sus crisis. La venta del equipo [en 2013] fue traumática y dolorosa para la ciudad, porque se le vendió a quien se le vendió. Pero ya con el nuevo grupo de inversionistas al que se le reconoce el profesionalismo [Grupo Orlegi, que entró en 2019] hay un reto: que Atlas siga fiel a su ciudad, sus orígenes y su espíritu. No podemos regresar a la mediocridad: tiene que conquistar nuevos títulos, estar a la altura de un futuro distinto. EP

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