El hipódromo, su secundaria y la pandemia

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP.

Texto de 23/06/21

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP.

Tiempo de lectura: 3 minutos

Con una cuenta regresiva impaciente, el corazón ansioso y la cabeza dando vueltas de emoción, había esperado sus primeras clases presenciales en los últimos 15 meses como los segundos previos al despegue a otra galaxia con su traje espacial dentro de una cabina envuelta por el humo. “Faltan 9 días, 4 días, 3 días, 1 día”, me repetía al despertar, al hacer la tarea, al acostarse, la alegría estirándole la cara. 

Cuando el día llegó y la fui a recoger a la secundaria después de su estreno escolar en pandemia –tres horas de asesoría con tapabocas y en el patio-, la emoción se le desparramaba como si estuviera bajando de una nave tras una expedición por la República Galáctica de Obi-Wan Kenobi. En realidad, el viaje adolescente por las estrellas que me relató contenta era tan simple como “hablé bastante con Majo”, “me dio muchísima alegría ver a Matías”, “los maestros estaban tan contentos”. En realidad, lo que le había pasado era poco, o quizá mucho: su pedazo de planeta se pareció en algo al de antes de este apocalipsis lento de final incierto que comprime por dentro, y eso ya era muy bueno.

Volvimos a casa con la certeza de que nada era igual, pero que con dos mañanas de clases presenciales antes de salir de vacaciones ya fluiría en su vida más aire. Y también fluiría dentro de ese cuarto espeso en el que al amanecer le cuesta cambiarse el pijama para entrar a las lecciones ciberespaciales, el rincón de un departamento como en el que tantos niños han pasado millones de horas desde marzo del 2020, cuando la escuela comenzó a ser una pantalla parlante dividida en cuadritos.

Fue la radio la que al día siguiente me avisó que no valía la pena emocionarse tanto: la capital volvía a semáforo amarillo. En cosa de horas –sospeché-, le daría la maldita noticia. 

Tal cual. Leí en Twitter: “La Autoridad Educativa Federal en la Ciudad de México informa a las comunidades escolares que se suspenden las actividades presenciales”. En seguida su escuela me avisó por email que se unía a la medida, y a mí me tocó avisarle que su segundo día de verdad en el colegio, el lunes 21, sería cambiado otra vez por la computadora: “Ya no va a haber clase”, le avisé. 

No se le atragantó el pescado empanizado, uno de sus platos favoritos que le hago con esmero (sobre todo porque compro el pescado ya empanizado), pero masticó ese bocado como si lo que tuviera en la boca fuera hígado encebollado. “Duró poco”, murmuró. Aunque la miré para saber si era hora de acudir al rescate soltando alguna frase para que al menos me sintiera cerca, mi hija ya no dijo nada. Se quedó callada. Fui yo el que empujó las palabras para disolver ese insoportable silencio adolorido: “Quizá el lunes te cuesten un poco más las clases virtuales, pero al menos fuiste un día”. Levantó las cejas como para subrayar mi obviedad y miró muy seria mis ojos vigilantes con una profundidad que me incomodó: estudiaba cómo su padre la estudiaba a ella. Siguió con el silencio; yo sentí un dardo en el pecho.

“Mañana vayamos al hipódromo”, le avisé, medio chantajista, como para que su amor por los caballos de carreras la hiciera olvidar el presente. Y sí, sonrío un poco.

Nos fuimos hasta Sotelo y llegamos a la tercera carrera. Sentados con unas papas a la francesa en la tribuna desolada y mientras definíamos frente a la pista si apostaríamos nuestros 20 pesos a Phenomenal Brave, La Pretty Fullmoon o Kiss Pop Pop que paseaban hermosas delante nuestro antes de entrar al arrancadero del Hipódromo de las Américas, me hizo la pregunta: “¿Hasta cuándo crees que dure la pandemia?”. Esta vez, casi se me atragantan a mí las papas aceitosas, pero las pasé con mi agüita de tamarindo. “Come más, están ricas –evadí-, y ya decídete por un caballo”. 

¿Cómo se responde a una hija la gran pregunta de nuestra era?
De cara a la tierra que yeguas y potros estaban a punto de surcar con sus patas supersónicas, la agarré por el hombro y la apretujé bastante, que es lo único que se puede hacer. RP

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