Boca de lobo: “Pásele, chula, aquí le hago un lugarcito.”

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Texto de 28/08/19

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Tiempo de lectura: 3 minutos

Una chica de vestido blanco aborda un pesero repleto y destartalado.

-Hágase p’atracito-, le exige el chofer de gafas oscuras. Sobre el cofre leemos el nombre del vehículo: “La Cariñosa”.  

Sin espacio entre el gentío, la joven no logra dar ni un paso.

-Cuñado, ya no cabe ni una mosca, ¡no la friegues!-, reclama un pasajero.

-Pos’ apretújense-, revira el conductor. 

Desde su asiento, un pelón gordo y sesentón grita a la joven, unos 30 años menor.

-Pásele, chula –ríe-, aquí le hago un lugarcito. 

En el instante que dice “aquí” se palmea los muslos. Sus muslos son el asiento y por eso ríe con todos sus dientes. 

-Grosero-, murmura ella.

-Payaso-, dice otra.

-¡Payaso pero sentado!-, suelta él divertido.

Apelotonados, los otros pasajeros hombres se carcajean descargando sabroso el aire de sus pulmones, bamboleando socarrones el pecho.

Fin de la escena de Los Peseros, cinta con “El Flaco” Guzmán y Rosenda Bernal de la que hoy soporté mirar tramos en YouTube. 

¿Qué tanto vi en esos 20 segundos? Un transporte público en ruinas, ocupantes riesgosamente hacinados como ratas en madrigueras, un operador abusivo, pasajeros que acosan sexualmente y otros cómplices, la impotente respuesta de mujeres ante el agravio. 

Busqué en IMDb la fecha de la película: 1984. “Hace 35 años así viajábamos en los peseros”, pensé.

Y entonces volví a los peseros de 2019. En la Ciudad de México y todo el país esto hay: asientos de fierros oxidados, cojines destrozados, amortiguadores que pulverizan el coxis, carrocerías destruidas, mofles que vomitan ráfagas negras que sus motores generan. 

Alto, ¿qué estoy viendo bajo el asiento del conductor? Un bate de beis. Sí, asómate y es probable que haya un bat, no porque tras la jornada juegue con sus cuairas en un campo de la Mixhuca, sino para moler el cráneo a un delincuente (o acaso a un pasajero que reclamó la tarifa). 

¿Y la conducta de los choferes? Habrá excepciones, claro, pero recogerán y bajarán gente donde sea, rebasarán para ganar pasaje como tiburones tras la sangre, volverán hábito al sobrecupo y por eso alentarán el acoso sexual con cuerpos que se tocan sin remedio. 

Entre cercanos hice una consulta: quería vivencias en peseros. Aquí dos. “Hace cinco años mi abuelita, una citotecnóloga de Cancerología, pidió la parada al pesero sobre MA de Quevedo, pero antes de que terminara de bajar el chofer arrancó. Cayó en el pavimento, se lastimó la cara y perdió un diente”, dijo Daniela. “Por jugar carreritas el chofer de un pesero chocó muy fuerte en la México-Texcoco. Un tubo salido de un asiento perforó un pulmón a mi abuelo”, relató Mariana. 

Autorizar la violencia alimenta un imperio de transportación que se emparenta con el crimen. Meses atrás supimos que Valeria, de 11 años, iba con su padre en bici en una calle de Neza. Empezó a llover, por eso él le pidió tomar un pesero y bajar a las siete cuadras: en su casa. El chofer la secuestró. Dentro del microbús, el cadáver de la menor apareció con signos de violación y asfixia. 

Los peseros de la CDMX acaban de anunciar una movilización para el próximo martes si el gobierno local no admite un aumento de la tarifa a 10 pesos”: paralizarán la ciudad si el costo no sube 70 %. En México, los peseros han secuestrado a los gobiernos (que sometidos no los regulan, ni dignifican, ni eliminan) y también a la sociedad. 

Sus unidades y hábitos suelen cruzar la frontera de la delincuencia y denigrar a millones que pasan años de sus vidas dentro de esas láminas inmundas e incluso macabras porque no hay opciones. 

Es 2019 y seguimos viajando como en 1984, en los días de aquella película. EP

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