Boca de lobo: La risa de la homofobia

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Texto de 03/03/19

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Tiempo de lectura: 3 minutos

“Sentémonos a hablar”, me dijo mi papá en nuestra covacha de San Pedro Mártir. Las penas adolescentes me atormentaban y por eso me sentía en derecho de atormentarlo. Acaso por el acné sin piedad, el dolor que me apuñaló al dejarme Julieta, mi primer amor (“no estoy enamorada”) o esa timidez de blindaje anti misiles que me hundía en un cuarto frente a Viaducto Tlalpan, cuyo tránsito perpetuo, humo y asfalto gris en nada consolaban. Lo que sea, pero como el minero que martilla y martilla la roca, incansable día y noche, yo trituraba la convivencia.

Tan paciente, mi viejo, casi un santo, antes de sermonearme para que fuera un poco menos inaguantable se protegió de un contraataque: “Hijo, aunque te vuelvas un asesino serial, te voy a querer”.

-¿Por?

-El amor por los hijos es el único incondicional.

Implacable.

Por fortuna no me volví asesino serial y si bien no estoy seguro de ser menos inaguantable, ese profe barbado de la Universidad Pedagógica me enseñó que, salvo con nuestros retoños, no traicionas si dejas de amar parejas, querer amigos y menos si retiras tu adoración a banderas ideológicas, políticos, tsunamis sociales.

Ayer veía las fotos aéreas con oleadas humanas desbordándose en el Zócalo, las avenidas con eufóricas legiones de seguidores. Si el 1 de julio del 2018, cuando 30 millones votaron a la izquierda, me preguntaban si iría al festejo del año de la victoria, por mi felicidad jamás lo habría descartado (incluso si me decían “Maná será el centro de la fiesta”).

Un año después ni por asomo fui. Pero alivia al alma de un país desangrado que al sueño de justicia lo sostengan millones de inclaudicables, como los que sí fueron.

El día fue claro y sin embargo en el Zócalo flotaba un airecito turbio. Leí, por un lado, a multitudes que no admiten ni el fenómeno Andrés Manuel ni que él encarna un grito desesperado. Lo detestan: “Lo que pueden lograr un boing, una naranja y un sándwich de medio pelo”, dijo un tuit popular como si la masa fuera puros acarreados embrutecidos. En el otro polo: los que no toleran que el presidente se evaluado cada día, le caigan miradas críticas y no aplaudamos todas sus decisiones. Para ellos somos villanos, fifís.

¿Dónde me sitúo?

El lunes, con muy poquita culpa no fui al Zócalo pese a las virtudes de Margarita, la Diosa de la cumbia. Entonces un periodista con el que compartí mesa me ayudó a no sentirme traidor en el instante que citó al mítico economista John Keynes: “Cuando los hechos cambian, cambio de opinión. ¿Y usted qué hace, señor?”.

O sea, como me dijeron en mi adolescencia: amor incondicional, solo a los hijos (y hay casos en que cabría discutirlo).

A 12 meses de la elección se percibe una lucha muy digna contra la corrupción y una protección sagrada del dinero público. Pero también un volumen de homicidios como nunca antes, violentos recortes a ciencia y cultura, miles de empleados públicos obligados a renunciar para echarlos sin liquidación, migrantes cazados como animales, periodistas de investigación ofendidos por el presidente, burradas de morenistas un día sí y otro también (tipo Mayer y vaquitas amarillas, Jesusa y carnitas pro-Conquista o Yeidckol y guarderías que guardan), un escalofriante aumento de los secuestros, una economía al borde de la recesión, estancias infantiles pulverizadas por un gobierno sin sensibilidad con las madres y una nación militarizada pese a que nos prometieron otros caminos hacia la paz.

No podría adorar esa izquierda, ir al Zócalo, bailar, alabar, aplaudir. Solo espero que, como dijo Keynes, con hechos que cambien yo pueda, otra vez, cambiar de opinión. EP

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