Boca de lobo: Ellas no están felices

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Texto de 21/08/19

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Tiempo de lectura: 3 minutos

Apenas amanecía, con esas imágenes dolorosas del día previo que se nos quedarán para siempre: furiosas pero no vencidas, miles de mujeres exigían a su gobierno y los hombres de México detener la masacre feminicida de la que es imposible cerrar la cuenta: cada día 10 mujeres dejan de existir porque hombres las matan o, si aún existen, multitudes lo hacen con vidas arruinadas porque hombres las violan.

Apenas amanecía y la discusión no era que es insostenible este país de odio con hombres que asesinan y mediante modos atroces a niñas, jóvenes, adultas; ni tampoco la discusión era qué se hará para terminar ya con este luto que se ahonda. No, la discusión era las formas de su protesta. “Ellas vandalizaron”, se oía, leía. Como si El Ángel de la Independencia, coloreado con frases que eran llanto y a la vez dignidad y emancipación, tuviera sentido si en México la libertad no existe. Si a ellas se les prohíbe la calle, la noche, el día, la casa, la escuela, si eso no es suyo porque será su patíbulo, su escenario final, ¿para qué queremos un símbolo de la libertad intacto?

Apenas amanecía y a muchos perturbaban las marcas en el monumento a la libertad de un país que hace mucho les arrebató la libertad. Aún las veíamos en las calles alzando los brazos, gritando, llamando a más mujeres a levantarse de la matanza, y taladraba los ojos el “no me representan”, “así no”, como si el modo correcto de pedir fuera un memo en hoja membretada: “a quien corresponda, amablemente solicito que no me mate ni me viole”.

Apenas amanecía y las quejas por la “violencia” de la marcha de un día antes se expandían, cuando el diario Reforma dio una noticia: “El  cuerpo de Judith Abigail Jiménez Pulido fue encontrado ocho días después de su desaparición en el paraje Los Encinos, en el Municipio de San Andrés Cholula, Puebla”. Bajo el encabezado, la cara de la chica de 28 años.

Quizá suene excesivo exigir a un gobierno que controle la voluntad asesina de hombres (incluyendo la de su policía) como los que el año pasado mataron a 3663 mujeres, en el instante en que las están por asfixiar, apuñalar, disparar. ¿Cómo detener físicamente la mano homicida?

Pero no es excesivo pedir que se revierta esa voluntad asesina con una justicia que sin excepción investigue, persiga, detenga y castigue. Y no es excesivo exigir que se ataque esa voluntad asesina con una revolución educativa que penetre en la mente del hombre y lo transforme hasta que asuma como precepto de vida: no acoso, no violo, no mato.

Hoy, a casi nueve meses del nuevo gobierno, la justicia es la misma, la educación es la misma, y los números, cada uno de ellos, cada mujer, son una tragedia. En 2019 van mil 812 homicidios contra mujeres (incluyendo niñas), 2 mil 856 casos de abuso sexual y mil 895 violaciones. Y son solo los denunciados: cuántos ataques no los esfuma el silencio por el pavor a la venganza.

Ayer, Milenio publicó en primera plana, más que una nota, un lamento desgarrador: “Desde el día de la marcha han asesinado a 17 mujeres”. 17, y habían pasado tres días.

Como todas las mañanas y a horas de esa marcha que sacudió México, hablaría el presidente. No esperábamos mucho. Acaso que se uniera al luto, que acompañara a las mujeres en su lucha, con suerte que anunciara ideas para combatir a los asesinos. Esperábamos (las mujeres esperaban) algo.

Pero primero, plegado al coro de “así no”, las condenó: “no creo que la vía de la violencia sea la opción”. Y después, incapaz de únicamente ver el horror, de decir “sí, lo veo”, les advirtió a las 61 millones de mexicanas: “El pueblo está feliz, feliz, feliz”. EP

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