Boca de lobo: El Grito que una vez no fue desprecio

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Texto de 18/09/19

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Tiempo de lectura: 3 minutos

-Ven, vamos a ver El Grito. Habrá una fiestita. 

-¿A qué hora?-, pregunté.

-A las 7.

¿Cuatro horas antes? Sí, me aconsejaban llegar con una anticipación mayor a la de un vuelo con destino a Shangai para que fuera cero la probabilidad de perdernos por tv la ceremonia. Obedecí: salí de casa cinco horas antes de que el presidente apareciera con la bandera en el balcón de Palacio, crucé la ciudad en Metrobús y bajé en La Joya.

Cuando me abrieron, vi en ese depa ya todo listo, como una boda preparada desde un año antes sin margen para imprevistos. Destapé las ollas: muslos y piernas flotaban en el mole soltando su vaporcito, los chícharos dormitaban en el arroz esponjoso.

Los invitados llegaban, uno tras otro, y con el temor de verme capturado por una secta guinda de la 4T escuché atento. Claro que capté elogios al gobierno; sin embargo, otras voces insinuaban que esto no era una asamblea de fanáticos. Alguien refirió al magnate Bartlett, otro festejó que el lunes 16 al fin no hubiera mañanera, otro más lamentó el desempleo que crece.

Todos a tiempo, pejistas y no pejistas se sentaban disciplinados frente a la pantalla, inquietos como si nos fueran a avisar que se descubrió vida extraterrestre. Aunque a las 10 pm, cuando todos ya miraban la transmisión, yo en realidad recordé esas esperas tensas de cada Mundial, cuando a punto de saltar a la cancha el Tri se juega el pase al maldito quinto partido. “Ni vida extraterrestre ni Mundial, solo Grito”, lamentaba entre las butacas repletas de la vivienda de Tlalpan, microcosmos nacional de 20 mexicanos -desde los 10 meses a los 72 años de edad- surcado por millennials, viejos hippies y generación X. 

Una acuerdo flotaba: esa noche, el 15 de septiembre del 2019, no todo sería soplar cornetitas, oír México Lindo y Querido, ni con sombrero charro empinarnos tequilas para, con esa tristona impostura patria, festejar que hace dos siglos nos liberamos de los españoles. Esta vez, más que celebrar El Grito echando desmadre pese (siempre pese) al presidente -como toda la vida ocurrió-, debíamos escucharlo. ¿Cuándo nos interesó qué gritaría el presidente? ¿Cuándo no sentimos aversión ante la pasarela perfumada de sonrisas fingidas y marcas imposibles para el mexicano común? ¿Cuándo las miradas del presidente y su esposa no fueron el gesto compasivo-insultante de los patrones con sus peones jodidos para luego engullir viandas millonarias a cuenta de esos peones?

Acaso encendíamos la tv con la esperanza de gozar a Peña gritando una burrada, atestiguar los ojos mortuorios de Calderón ante el multitudinario “¡asesino, asesino!” por su guerra demencial, ver a Fox soltar algún dislate que confirmaba que votamos un zoquete. Eso esperábamos. Denigrante.

“Hoy Andrés Manuel va a gritar 20 vivas”, dijo alguien, y entonces el 20 se coló entre sillones, mesa, sillas, el mole y el arroz. 20, 20, 20. ¿Qué será? El tabasqueño había creado una expectativa noticiosa para algo tan anodino como un Grito presidencial que nunca nadie aguardó impaciente.

Y apareció en el balcón. Aunque salió de norma su “¡Vivan!” a los héroes anónimos e indígenas, ninguno de los demás vivas rompió lo previsible. La expectativa superó a la realidad (como en los Mundiales).

Pero viva que, con todos los claroscuros de este gobierno (con la violencia desatada como lo más oscuro de todo), este año esperamos El Grito discutiendo, debatiendo, con ganas (pocas o muchas) de oír qué nos diría a quien México votó, y que jura ser distinto. 

Y viva, sobre todo, que este Grito no fue una vez más el horrible alarido del poder hacia sus millones de arruinados súbditos. EP

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