Las flores del sauco

Ayuujk es el blog de Yásnaya Aguilar Gil y forma parte de los Blogs EP

Texto de 30/03/20

Ayuujk es el blog de Yásnaya Aguilar Gil y forma parte de los Blogs EP

Tiempo de lectura: 4 minutos

Tengo un recuerdo. La fiebre, los baños con agua en la que previamente se han hervido las flores de sauco, brotes tiernos de carrizo y xëëpat’ejxp. Después, duermo un sueño del que despierto con una lucidez que la fiebre me permite en las mañanas, las pequeñas flores de sauco se han pegado a distintos pliegues de mi piel, se guardan dentro de la oreja, se caen de mi cabello, ya secas se van despegando y se mezclan con las semillas de los tomates verdes que también me aplicaron en todo el cuerpo, se aplastaron calientes y viscosos sobre mi espalda expulsando su masa fluida de minúsculas semillas. Me obsesiona hallar esas flores muertas que se adhieren a mi piel después de absorber la fiebre que vuelve por la tarde, me entretengo despegándolas de los muslos, los pechos y los hombros. Tengo fiebre tifoidea. Después de la tregua de la mañana, comienzan los temblores, siento el frío que anuncia la nueva sesión de fiebre vespertina. Regresa el baño de flores de sauco, florecitas blancas que a duras penas alcanzo ver en el desvarío y que se mezclan con el resto de las yerbas. La fiebre sube y escucho a mi abuela y a una mujer mayor que le aconseja qué hacer. La fiebre cede, duermo. 

Ella, la mujer que hablaba con mi abuela en medio de los baños de yerbas, atendía también nacimientos, daba masajes a músculos fatigados y diagnosticaba huesos que se habían rebelado contra la estructura que los contiene. Su conocimiento de las yerbas y de los cuerpos hizo de ella una mujer respetada que ahora vive en el campo, alejada del caserío que constituye la cabecera de mi pueblo. Es mayor y su propia salud le impide seguir su labor. En medio de las explicaciones que damos sobre los cuidados básicos para evitar contraer COVID-19 en nuestra comunidad, aparece ella con su sonrisa tranquila y después de los saludos iniciales me confiesa que, al respecto, su mayor miedo es morir lejos, sola, en un hospital en el que nadie entienda la lengua que ella habla y que su cuerpo no descanse en el lugar en el que debería descansar en un mundo sin el nuevo virus. El sistema de salud en uno de los lugares de mayor diversidad lingüística como es Oaxaca no responde a una realidad multilingüe. No existe una red de intérpretes que pueda atender los derechos lingüísticos en uno de los espacios fundamentales de la existencia: la atención a la salud. Las complejidades semánticas con el que las lenguas del mundo describen las sensaciones físicas se ausentan en los hospitales que solo privilegian una lengua, el español. 

La información oficial repite que las personas mayores constituyen uno de los grupos de mayor riesgo ante la pandemia de COVID-19 y en las comunidades de Oaxaca, este segmento de la población habla una gran variedad de lenguas distintas que no estarán disponibles en los hospitales en los que, con suerte, puedan ser atendidas las personas mayores de pueblos indígenas. No escucharán su lengua en esos momentos delicados. “Nadie me hablará de lo que hice en vida, nadie me dirá que ya es momento de descansar” me repite esta mujer que me visitó con sus palabras en ayuujk, sus conocimientos y conocimientos curativos en medio de las fiebres que la tifoidea me trajo hace algunos años. No sé exactamente qué responderle, no puedo asegurarle que en hospitales probablemente congestionados sea posible que alguien que habla su lengua la acompañe en el proceso de sanar o, como ella dice, en el proceso de descansar. Su preocupación concreta se enmarca en una serie de violencias históricas y estructurales que hace que el estado mexicano haya sido el principal violador de los derechos lingüísticos de los pueblos indígenas. Su preocupación concreta tiene implicaciones políticas, estructurales. Le respondí que eso no iba a suceder porque haríamos todo lo posible para que no se enfermara de COVID-19, porque ella iba a quedarse en casa y las demás personas la cuidaríamos cuidándonos las manos, tomando todas las precauciones y que por eso no la había abrazado en este encuentro, le dije que si un día tenía que descansar daría el paso en compañía de alguien querido que le murmuraría en su propia lengua un gran agradecimiento en nombre de las personas que ella había curado y atendido durante su vida. Me miró con esa mirada elocuente con la que las personas mayores parecen perdonar la ingenuidad de nuestras palabras. No pude prometerle otra cosa, no pude ni siquiera decirle que si enfermaba de manera grave habría una ambulancia para llevarla a un hospital donde pudieran atenderla para hacer posible que pudiera a travesar la crisis y la fiebre como ella me había ayudado a travesar mi enfermedad recetándome baños continuos con flores de sauco y otras yerbas que olían tan bien. Olían a verde. “Lo único que no quiero es que me lleven a un lugar en donde no me entiendan” me dijo antes de despedirse. “Eso no va a pasar” repetí como un conjuro. EP

P.S. Escribo desde Ayutla, con más de mil días sin acceso al agua potable, en periodo de sequía y en el contexto de la pandemia por el nuevo coronavirus. Esta situación se une a las particularidades y deficiencias del sistema de salud. Ante esta complicada situación las opciones que se erigen ante nuestra comunidad son las que las redes que hemos tejido nos pueden proveer. Accionar y recrear redes de ayuda mutua se torna necesario, más que siempre, es urgente.

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