Detrás del entusiasmo por el llamado “hidrógeno limpio” se esconden desafíos invisibles que podrían comprometer gran parte de sus beneficios ambientales y energéticos.
Detrás del entusiasmo por el llamado “hidrógeno limpio” se esconden desafíos invisibles que podrían comprometer gran parte de sus beneficios ambientales y energéticos.
Texto de Héctor Hugo Riojas González 24/10/25
Detrás del entusiasmo por el llamado “hidrógeno limpio” se esconden desafíos invisibles que podrían comprometer gran parte de sus beneficios ambientales y energéticos.
En la discusión pública sobre la transición energética, el hidrógeno ha adquirido un papel central: se le presenta como una alternativa capaz de descarbonizar sectores difíciles de electrificar, desde la industria pesada hasta el transporte marítimo y aéreo. Se trata de un vector energético versátil que puede almacenarse, transportarse y usarse para generar calor, electricidad o como insumo químico. Además, al quemarse o utilizarse en celdas de combustible, el hidrógeno no produce emisiones de CO₂ directas, lo que lo ha convertido en símbolo de un futuro “más limpio”. Sin embargo, detrás de este entusiasmo hay matices que merecen atención: hoy la mayoría del hidrógeno proviene de fuentes fósiles, y su producción verde enfrenta serios retos tecnológicos, económicos y ambientales. Analizar críticamente esta “cara oculta” es clave para entender si el hidrógeno será realmente una herramienta eficaz contra el cambio climático o si su potencial está siendo sobrestimado.
Hoy en día, casi todo el hidrógeno que utilizamos proviene de fuentes no renovables: En Estados Unidos, el 99 % se produce a partir de combustibles fósiles, mientras que menos del 0.1 % proviene de la electrólisis del agua (Wyczykier, 2022). Esto ocurre porque el hidrógeno verde —obtenido mediante electrolizadores alimentados con energías renovables— sigue siendo costoso y complejo de producir, almacenar y transportar a gran escala (Nnabuife et al., 2025).
Además, la infraestructura necesaria para su producción, transporte y distribución es prácticamente inexistente en la mayoría de los países. La construcción de plantas de electrólisis y redes de abasto implica inversiones multimillonarias que pocos gobiernos están dispuestos a asumir en el corto plazo.
Uno de los mayores retos es el almacenamiento. El hidrógeno es un gas extremadamente ligero y poco denso, por lo que debe comprimirse o enfriarse a temperaturas muy bajas para transportarse. Este proceso incrementa significativamente los costos y plantea riesgos de seguridad. Si el hidrógeno líquido entra en contacto con el calor, se evapora rápidamente, aumentando la presión interna del contenedor (Matveev et al., 2023).
A esto se suman el peso y volumen de los tanques, así como la necesidad de normas de seguridad muy estrictas para evitar fugas (Mulky et al., 2024). Por estas razones, la gasolina y el diésel siguen dominando el mercado energético mientras no se desarrollen tecnologías de almacenamiento más eficientes (Lin y Bagnato, 2024).
Algunas soluciones en desarrollo incluyen el uso de metilciclohexano (MCH), un líquido capaz de almacenar hidrógeno de forma estable (Tsujimura et al., 2017), o reformadores catalíticos a bordo que generarían el gas en tiempo real dentro de los vehículos (Singh et al., 2025).
Aunque el hidrógeno tiene propiedades de combustión ideales, su uso en motores presenta varios inconvenientes. Entre ellos destacan: baja densidad de potencia, combustión irregular, formación de óxidos de nitrógeno (NOx), riesgos de retroceso y pre-encendido, problemas de almacenamiento a bordo y transporte (Huang et al., 2017).
Estas características limitan la cantidad de hidrógeno que puede utilizarse de forma segura y reducen la eficiencia del motor (Verma et al., 2016). También pueden provocar golpes o fallos que deterioran el rendimiento (Li et al., 2025; Hairuddin et al., 2014).
Una posible alternativa sería emplear configuraciones híbridas, como los motores HCCI, que combinan combustibles y muestran bajas emisiones de NOx y partículas (Hairuddin et al., 2014). Además, técnicas como la combustión magra podrían disminuir notablemente las emisiones contaminantes y mejorar la eficiencia (Giusti et al., 2025). Otra opción es limitar la proporción de hidrógeno en combustión dual para evitar el golpe de motor (Purayil et al., 2023).
Existen numerosos métodos para producir hidrógeno: reformado de gas natural, electrólisis del agua, gasificación, procesos termoquímicos, producción microbiana o incluso centrales nucleares (Dash et al., 2023). Sin embargo, la mayoría de estos procesos siguen dependiendo de energías no renovables, lo que reduce los beneficios ambientales de usar hidrógeno como combustible.
Aunque la electrólisis es un proceso relativamente sencillo, su principal limitante es que requiere grandes cantidades de electricidad proveniente de fuentes renovables para ser realmente limpia (Wyczykier, 2022).
El hidrógeno verde promete ayudarnos a descarbonizar el planeta, pero su producción, transporte y uso esconden costos energéticos y ambientales que no podemos ignorar.
Fugas invisibles, emisiones ocultas y enormes inversiones necesarias ponen en duda si su impacto será tan positivo como se anuncia. La verdadera pregunta no es cuánto hidrógeno podemos producir, sino a qué precio ambiental lo haremos.
“El hidrógeno podría construir un futuro más limpio, pero solo si enfrentamos sus sombras: los costos ocultos, las fugas invisibles y los retos técnicos. Ignorarlos sería como construir un puente sin revisar sus cimientos.” EP