Fuerza natural | Restaurar la Sierra de Guadalupe: una apuesta por el agua y la resiliencia
Mariana Mastache-Maldonado explora cómo en la Sierra de Guadalupe, al norte de la Ciudad de México, se impulsan proyectos de infraestructura verde que restauran el bosque, recargan los acuíferos y fortalecen la resiliencia frente al cambio climático.
Vista de la Sierra (1875) por José María Velasco | wikimedia commons
Mariana Mastache-Maldonado explora cómo en la Sierra de Guadalupe, al norte de la Ciudad de México, se impulsan proyectos de infraestructura verde que restauran el bosque, recargan los acuíferos y fortalecen la resiliencia frente al cambio climático.
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La Zona Metropolitana del Valle de México necesita, figurada y literalmente, pulmones y agua. Al norte de la ciudad —territorio que suele aparecer en el mapa mediático únicamente cada 12 de diciembre por las peregrinaciones guadalupanas— sobrevive la Sierra de Guadalupe, último reducto forestal de la región y punto de encuentro con municipios del Estado de México (Ecatepec, Coacalco, Tlalnepantla, Tultitlán y Cuautitlán Izcalli). Su resiliencia —la capacidad de sobreponerse a incendios, inundaciones o la presión humana misma— es hoy un reto ineludible para comunidades, instituciones y distintos actores sociales.
No basta con pensar en la Sierra como una extensión boscosa: es también hogar de miles de familias que se enfrentan a contingencias cada vez más extremas. Estos riesgos, comunes en zonas geológicas frágiles, se agudizan con los sismos, los procesos antropogénicos y las lluvias torrenciales —fenómeno meteorológico en el cual la caída de agua es superior a los 60 mm en el transcurso de una hora—. En la Ciudad de México y su periferia, cada temporal parece superar al anterior, con récords de precipitación que intensifican deslizamientos, derrumbes y desprendimientos de roca. En la Sierra, nadie elige exponerse a esto. La precariedad orilla a muchas familias a habitar sus laderas inestables. Esa falta de vivienda digna también representa un foco rojo recurrente para la protección civil y debe considerarse en toda solución que implique a este antiguo complejo volcánico.
El camino hacia una sierra más resiliente
La Sierra de Guadalupe ya siente las consecuencias del deterioro ambiental y climático; de ahí la importancia de fortalecerla. A eso le apunta “Sierra de Guadalupe Resiliente”, un proyecto impulsado por la asociación civil Pronatura México en alianza con la Coordinación General de Conservación Ecológica (CGCE) del Estado de México y la empresa Procter & Gamble (mejor conocida como P&G). Aspiran a proteger el agua, restaurar la cobertura forestal y, en un sentido más amplio, mejorar la calidad de vida de las comunidades (humanas y no humanas) que habitan la Sierra y sus densos márgenes.
Vista aérea de las presas de gavión. Créditos: P&G y Pronatura México
En el Parque Estatal Sierra de Guadalupe, esta colaboración se tradujo en la construcción de 80 presas de gavión. “Legos” gigantes de piedra y malla que prometen ralentizar el flujo del agua, estabilizar el suelo y reducir la erosión. Soluciones como esta —conocidas como basadas en la naturaleza— permiten que la lluvia se infiltre en el subsuelo y recargue los acuíferos que abastecen a la Zona Metropolitana del Valle de México.
Estas presas también ayudan a prevenir las escenas que se repiten cada temporada: autos arrastrados por la corriente y personas en riesgo. Para valorar el alcance de esta iniciativa, conviene recordar que existen distintos tipos de presas. Según su diseño y función, pueden almacenar, desviar, infiltrar o retener agua y sedimentos. En este caso, las estructuras ralentizan el agua, facilitan su infiltración en el subsuelo y reducen el arrastre de ramas y suelo, sin interrumpir el cauce natural. “No estamos acaparando agua, solo favoreciendo la recarga y reteniendo sedimentos”, explica Jorge Chávez, gerente de Obras de Suelo y Agua en Pronatura México.
Cauce próximo a una de las presas en la Sierra de Guadalupe. Créditos: Mariana Mastache
El proyecto no se improvisó. Se llevaron a cabo exhaustivos (y meticulosos) preparativos. Ingenieros de la CGCE del Estado de México tuvieron que realizar estudios previos con apoyo de municipios vecinos donde se evaluó el estado de las presas existentes, si habían cumplido su vida útil o habían sido destruidas por la lluvia.
Recorrido por el Parque Estatal Sierra de Guadalupe. Los materiales para las próximas presas esperan en el suelo. Créditos: Mariana Mastache
Hoy, la Sierra de Guadalupe suma unas 169 presas, número que creció gracias a la simbiosis entre Pronatura, la CGCE y P&G. Todo bajo el interés por el agua como común denominador. En el caso de P&G, el tema no es menor. Productos como jabón, champú, pasta de dientes, detergentes o lavatrastes requieren grandes volúmenes de agua para su fabricación, pero sobre todo durante su uso en los hogares. De acuerdo con el World Resources Institute, 96% de las extracciones de agua ligadas a P&G provienen de esa etapa. A nivel global, la UNESCO estima que casi una quinta parte de las extracciones de agua se destina a actividades industriales como las de P&G y otras multinacionales. Por ello, involucrarse como empresa en proyectos de restauración no debería entenderse como filantropía: “es una apuesta al futuro de sus operaciones”, subraya Kathy Gregoire, directora ejecutiva de Pronatura México. Es una forma de asumir los costos ambientales de su cadena de valor.
Camilo Restrepo, representante de la compañía, lo resumió durante la presentación: el futuro de P&G depende también del futuro del agua. En la Sierra de Guadalupe, devolverle resiliencia al territorio es tanto una inversión empresarial como una reivindicación para las comunidades que lo habitan y dependen de este recurso indispensable.
Jorge Chávez explica el funcionamiento de la presa. Lo acompaña la titular de la CGCE. Créditos: Mariana Mastache
Las lluvias atípicas que dejaron de serlo
Más allá de prevenir inundaciones y contener muchos litros de agua, las presas pueden funcionar como un coadyuvante en la lucha contra el cambio climático. La doctora Elvia Alva Rojas, titular de la CGCE, ilustra ese desbalance que nos interpela a través de una analogía: “Preferimos que llueva tipo regadera, porque da tiempo de gestionar el agua, a que llueva tipo cubeta. En este último caso [con el cambio climático de por medio] el agua cae de golpe y ni la infraestructura (ni el suelo mismo) tienen la capacidad de retenerla e infiltrarla”.
El apunte de la doctora Alva Rojas se alinea con patrones globales. El Centro para Soluciones Climáticas y Energéticas (C2ES) señala que las tendencias de precipitación extrema continuarán a medida que el planeta se caliente. Por cada grado Celsius de aumento, la atmósfera retiene aproximadamente un 7 % más de vapor de agua. Una atmósfera más húmeda genera precipitaciones más intensas.
El aumento de lluvias torrenciales no siempre se traduce en más agua total a lo largo del año. De hecho, algunos modelos climáticos proyectan tanto disminución de las precipitaciones moderadas como el aumento de los periodos secos, lo que agrava nuestro panorama general. Adicionalmente, esta escorrentía rápida de aguas pluviales a menudo arrastra contaminantes peligrosos, como metales pesados, pesticidas, nitrógeno y fósforo.
Tal desequilibrio pasa factura no solo a la población humana, sino también a las demás especies que habitan la zona. Aunque en vistas aéreas la Sierra de Guadalupe parece solo un manchón verde inserto en el entramado metropolitano, su proximidad a núcleos urbanos e industriales no ha impedido que este sitio albergue una diversidad biológica significativa.
Especialistas de la CGCE han registrado alrededor de 326 especies de fauna (sin contar invertebrados). “Tenemos el registro de unas 200 especies de aves que aumenta en cada migración. Es casi una décima parte de lo que hay a nivel nacional. ¿Quién se imaginaría que en una ‘isla’ dentro de la zona urbana todavía tenemos todo esto?”, comentan.
Vista aérea de la Sierra de Guadalupe. Se aprecian las presas de gavión instaladas. Créditos: P&G y Pronatura México
Iniciativas como las presas de infiltración, al operar como reguladores hídricos, contribuyen a que la biodiversidad que habita la Sierra pueda subsistir en el futuro cercano. Las estructuras recién instaladas tienen una vida útil estimada en 25 años, por lo que es un buen pronóstico para años venideros. Al estar sobre las presas —imponentes y pálidos bloques de piedra rosa y metal— se escucha, muy cerca, el murmullo del agua. Son esos metros cúbicos de lluvias pasadas (de hace días) infiltrándose en el subsuelo. El proyecto ya cumple su función.
Es posible que la Sierra de Guadalupe jamás recupere el estado enteramente vegetal y poco perturbado que pintó (desde los cerros que la conforman) José María Velasco. Sin embargo, si se cuida lo suficiente, puede ser un invaluable amortiguador ante la crisis climática que ya enfrentamos. Nos ofrecerá una ventana real para la gestión del agua y la protección de la vida. EP