
En este texto, Isidro H. Cisneros reflexiona sobre la necesidad de voltear los ojos hacia el ambientalismo y crear una cultura enfocada en la conservación de la naturaleza.
En este texto, Isidro H. Cisneros reflexiona sobre la necesidad de voltear los ojos hacia el ambientalismo y crear una cultura enfocada en la conservación de la naturaleza.
Texto de Isidro H. Cisneros 14/05/25
En este texto, Isidro H. Cisneros reflexiona sobre la necesidad de voltear los ojos hacia el ambientalismo y crear una cultura enfocada en la conservación de la naturaleza.
Existe una urgente necesidad de utopías. La modernidad se fundamenta en utopías que han sido anticipadas y en parte realizadas. El mundo contemporáneo tiene absoluta necesidad de pensar el futuro como una posibilidad buena y como una oportunidad de cambio. Superada la ilusión de que el progreso se produce automáticamente, por el destino o por una necesidad histórica, queda la tarea de imaginar estructuras políticas y relaciones sociales que sean menos injustas, menos autodestructivas y más vivibles aunque no sean totalmente perfectas. Es necesario promover diversos ejercicios de imaginación política, y sobre todo ética, respecto a las instituciones, las prácticas sociales y las decisiones colectivas.1 La utopía es un viaje necesario aunque su recorrido sea difícil de imaginar.
Se deben resaltar las características distintivas de una “República Ideal” que se confronta con una realidad cambiante y desigual. Necesitamos ofrecer alternativas a la confluencia de las múltiples crisis actualmente en curso y que modifican radicalmente nuestro entorno social, económico y político. No puede haber política —y ciertamente no puede existir una política democrática— sin ideales. Sin ideas no podemos saber a dónde vamos. Asumimos que las ideologías están en crisis, pero eso no significa que la política contemporánea no necesite ideas. Consecuentemente, resulta necesario reivindicar el sentido crítico de las utopías en relación con la sociedad del presente y sus injusticias.
Enfrentamos una grave crisis ecológica, por lo que levantar la voz en defensa de la naturaleza es una obligación impostergable. Resulta evidente la insostenibilidad del modelo de desarrollo que nos trajo hasta aquí.2 La grave contaminación del medio ambiente se suma a los retrocesos en el desarrollo de los derechos humanos con sus secuelas de violencia e inseguridad. La degradación ecológica tiene su origen en una vieja, pero también contemporánea, incompetencia de las autoridades para establecer regulaciones y protocolos efectivos para contenerla. Una crisis ambiental que se prolonga por el comportamiento de una “sociedad incivil” que no respeta a la naturaleza, que es irresponsable con sus residuos y que además muestra desinterés por la polución atmosférica.
A este escenario se suma una expansión poblacional desordenada y la voracidad de las empresas inmobiliarias e industriales que violentan las reglamentaciones de sustentabilidad.3 Por si fuera poco, los gobernantes desdeñan la realidad del cambio climático, abandonan las energías limpias y se empeñan en impulsar proyectos de infraestructura sin medir su impacto ambiental. Es una situación de emergencia derivada de la combinación de ilegalidad, impunidad, atentados ecológicos, creciente privatización de los recursos naturales, así como del asesinato de defensores de la naturaleza y la presencia criminal de mafias ambientales.4 La pérdida de recursos naturales reduce el potencial de desarrollo, compromete el bienestar de la población y el destino de cualquier país.5 Existen localidades rurales con frágiles ecosistemas donde es común la deforestación salvaje y grandes ciudades donde la problemática ecológica no involucra a la población, ni a la clase política.
Los ciudadanos desean gobiernos eficientes, pero también aire limpio, agua suficiente y protección efectiva de la naturaleza.6 Urge preservar la diversidad biológica, lo que significa tutelar la variedad de vida tanto de ecosistemas como de especies e individuos. La biodiversidad estabiliza el clima, renueva la fertilidad del suelo y provee bienes y servicios que contribuyen a nuestro bienestar.7 No obstante, se mantienen insostenibles patrones de producción y consumo, así como otras prácticas nocivas que destrozan aceleradamente el hábitat natural y las especies existentes.
La filósofa Vandala Shiva afirma que en nuestras sociedades los derechos de las personas y los derechos de la naturaleza fluyen en la misma dirección.8 Agrega que los comportamientos sociales no se encuentran determinados por una vocación biológica, sino por una vida política obligada a dar respuesta a los derechos que tiene el sujeto viviente y al significado de potenciar la vida en una sociedad democrática. Durante mucho tiempo, la vida biológica y la vida política se consideraron dos espacios separados, pero actualmente se han unificado por el creciente vínculo entre el destino de la especie humana y las relaciones sociales, económicas, jurídicas y políticas.9 Por ello, el debate sobre el futuro de nuestras sociedades no está en la moral de sus ciudadanos, sino en la capacidad de incidir para implantar una nueva ética pública que reconozca los derechos de la naturaleza.10
En este contexto, las preguntas que aparecen son: ¿el ambientalismo es de derecha o de izquierda?, ¿las consecuencias de las catástrofes naturales tienen que ver con la democracia o con el autoritarismo?, ¿el medio ambiente puede ser mercantilizado, privatizado o patentado?, ¿la naturaleza debe continuar siendo un medio al servicio del ser humano? Estos cuestionamientos surgen del futuro que nos espera después de los graves desastres naturales que afectan a nuestras sociedades, por lo que se requieren nuevos paradigmas.11
Actualmente está en crisis el mito del progreso ilimitado, el acento puesto en el desarrollo de las fuerzas productivas y las excesivas certezas sobre el alcance de los factores económicos y cuantitativos convertidos en unidad de medida del bienestar social. Los datos estructurales de la civilización industrial se encuentran en el centro de la polémica: ciencia, economía, tecnología, ética y comportamientos humanos, que vistos en su conjunto son poderosas herramientas e ideales a perseguir, pero que han cambiado radicalmente el mundo.12
La naturaleza es ciega y, al mismo tiempo, astuta. Posee leyes férreas y los escenarios catastróficos derivan de su violación. La ruptura de los equilibrios naturales proyecta el conjunto de los desastres como regresiones e involuciones sociales y económicas. Detener el desarrollo es imposible; aquello que se puede hacer es dirigirlo y controlarlo. El calentamiento global, los desastres naturales y sus graves consecuencias sociales plantean la necesidad de una reflexión sobre el futuro del ambientalismo en nuestras sociedades.13
Toda democratización debe atender urgentemente el tema de los derechos de la naturaleza.14 La degradación del entorno natural compromete el bienestar de la población y el destino de las naciones. La “huella ecológica” de los sectores más ricos de nuestras sociedades es más profunda que la de los pobres. En las ciudades la pobreza urbana se relaciona con problemas ambientales como la expansión poblacional desordenada, la escasa disponibilidad de agua, la inadecuada gestión de enormes cantidades de residuos y la contaminación ambiental.15 Esto acontece mientras se registra una enorme dispersión de la población en localidades ubicadas en ecosistemas frágiles.
El tema de los derechos de la naturaleza está en la agenda ciudadana, recordando que la democracia no es solo un sistema electoral, sino un modo de vida en donde tiene preponderancia la cultura de la civilidad y el respeto por el medio ambiente. Tiene razón el teólogo y ecologista Leonardo Boff cuando afirma: “dado que todo se globaliza, la sostenibilidad, más que cualquier otro valor, debe ser también globalizada. Si somos capaces de mirar el futuro de la humanidad y de la Madre Tierra con los ojos de nuestros hijos y nietos, inmediatamente sentiremos la necesidad de preocuparnos por la sostenibilidad y crear los medios necesarios para implementarla en todos los campos de la realidad”.16
Los derechos ambientales se refieren al conjunto de procesos y acciones destinados a mantener la vitalidad e integridad de la naturaleza y la preservación de sus ecosistemas, con todos los elementos que posibilitan la existencia y reproducción de las generaciones actuales y futuras, así como la continuidad y realización de las potencialidades de la civilización humana. La sostenibilidad aparece como una cuestión de vida o muerte. Nunca a lo largo de la historia habíamos observado tantos riesgos contra la supervivencia, como los que actualmente amenazan nuestro futuro común.
El ambientalismo constituye una tendencia renovadora que probablemente superará al conjunto de sistemas ideales que durante largo tiempo postularon la necesidad de sociedades superiores, armónicas, sin conflictos entre clases y basadas en la fraternidad universal. La crisis del modelo socialista, así como de las ideologías y programas políticos que lo encarnaron, contribuyeron al abandono de la búsqueda de una forma alternativa de organización social. La idea de la sociedad igualitaria ha perdido su fuerza propulsora, su poder de innovación y su carácter de “fabrica del futuro”. Frente al declive de la utopía social más grande de nuestra historia —excluidas las utopías religiosas—, el ambientalismo representa una “revolución cultural” que implica una profunda transformación de las mentalidades para redescubrir la empatía entre los seres humanos y la naturaleza.17
El ambientalismo tiene centralidad en la nueva utopía al representar una tendencia que mira hacia el futuro. Su desarrollo no será sobre las viejas teorías de la redención social, sino sobre los derechos de la naturaleza.
Los problemas ecológicos son problemas sociales, porque la naturaleza destruida no puede regenerarse. Ella tiene necesidad de la persona, tal como esta de la naturaleza. La ética de la responsabilidad permite identificar las correcciones que deben introducirse para evitar efectos desagradables. El filósofo Hans Jonas invita a no cultivar “ilusiones irresponsables” para actuar conscientes de la totalidad puesta en juego: que en una sociedad planetaria de alto riesgo no siempre es posible el bienestar de este o aquel grupo social, sino que es necesaria, la mayor parte de las veces, la sobrevivencia y la integridad del género humano.18
De lo anterior parte la necesidad de una reformulación de las obligaciones morales, de manera que al cuestionamiento sobre “¿qué cosa debo hacer?”, debe darse una respuesta categórica de inspiración kantiana: “incluye en tu decisión la integridad futura de las personas”. El proyecto político de la modernidad democrática requiere de esta nueva utopía representada por un ambientalismo de vanguardia, intensamente reformista y constructivo, que fortalezca el compromiso ciudadano con el medio ambiente.19
Los derechos de la naturaleza responden a una nueva visión en torno a la vida y al modo como los humanos nos relacionamos con la naturaleza. Defenderlos requiere de una “democracia biopolítica” donde la vida biológica y cultural de las sociedades se materialice en un Estado democrático de derecho.20 Durante largo tiempo, los términos ‘vida’ y ‘política’ se consideraron de manera separada, pero hoy se sintetizan nuevamente ante la creciente expansión de fenómenos que entrelazan la vida biológica de la especie humana con lo social, lo económico, el derecho y la política.21 Los griegos no tenían un único término para expresar eso que entendemos con la palabra ‘vida’. Usaban dos conceptos distintos: ‘zoé’ que expresaba el simple hecho del vivir común a todos los seres vivientes, y ‘bios’ que significaba la manera de vivir de un individuo o grupo.22 En las lenguas modernas esta distinción desapareció gradualmente. Hoy, el término ‘forma de vida’ se usa para designar una vida determinada por el modo de vivir.
Al respecto, el pensador Giorgio Agamben sostiene que nuestra época se define por los “medios sin fines”, es decir, por una lógica de consumismo salvaje que determina la forma en que vivimos.23 Agrega que los comportamientos sociales y las formas individuales de la vida humana no se encuentran prescritas por una vocación biológica, sino que están determinadas por la vida política, con diversos cuestionamientos: ¿qué tipo de legitimidad y derechos tiene el sujeto viviente?, ¿qué significa potenciar la vida en una sociedad democrática? Mientras encontramos respuestas, el deterioro de la biodiversidad y del medio ambiente continúa.
Nunca la catástrofe del ecosistema mundial fue tan meticulosamente anunciada. No son profecías apocalípticas, sino fríos reportes con datos científicos sobre inundaciones, temperaturas extremas y prolongadas sequías a lo largo del planeta. Desafortunadamente, estas problemáticas todavía no involucran al conjunto de la población. Entre más se posponga la generación de una conciencia ecológica entre los ciudadanos —además de una plena incorporación de la naturaleza en el derecho constitucional con carácter de sujeto de derecho—, más se perderá la riqueza natural y biodiversidad. Por ello, se requiere de manera inequívoca el establecimiento de un nuevo contrato con la naturaleza.24 EP