Traducción: Encomio de las chinches de Miguel Pselo

Gregorio de Gante, estudioso, profesor y traductor de Latín y Griego antiguo, nos ofrece una encantadora traducción del Encomio de las chinches de Miguel Pselo, autor bizantino del siglo XI que, a manera de divertimento retórico y literario, revindicó a estos pequeños animales que tanta alarma y preocupación han causado en las últimas semanas.

Texto de 20/10/23

Chinche

Gregorio de Gante, estudioso, profesor y traductor de Latín y Griego antiguo, nos ofrece una encantadora traducción del Encomio de las chinches de Miguel Pselo, autor bizantino del siglo XI que, a manera de divertimento retórico y literario, revindicó a estos pequeños animales que tanta alarma y preocupación han causado en las últimas semanas.

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El ejercicio de la traducción se encuentra mediado por un sinfín de circunstancias ajenas a la traducción misma y no pocas de ellas parecen, a primera vista, lejanas e incluso absurdas. Las razones para traducir un texto son siempre enigmáticas y pueden ir desde un mero placer o capricho hasta la obtención de recursos para la subsistencia o el anhelo de gloria. Una buena traducción —podría decirse— lo es en virtud de su alcance y en la medida en que se comparta con otras personas.

La traducción que aquí presento está atravesada por una situación sui generis que se ha vivido en las últimas semanas —tan surreal que aparentemente solo podría pasar en México. Se deriva de una foto anónima que circuló en las redes sociales en donde se acusaba al Sistema de Transporte Colectivo Metro de estar infestado de chinches. Así es, ¡chinches en el metro de la Ciudad de México! A raíz de esa foto comenzaron a surgir rumores de que las chinches habían infestado otros emblemáticos lugares, principalmente centros de educación superior y media superior. Como las chinches no son, ni por asomo, un problema nuevo para el ser humano, me pareció pertinente rescatar algún texto que expresara, de algún modo, cómo se había lidiado en otras épocas con estos animales; así fue como llegué a este Encomio de las chinches, escrito en un griego bizantino que emula el dialecto ático, hace más de 900 años y tan sui generis como la propia situación que ha detonado su traducción al español.

“Como las chinches no son, ni por asomo, un problema nuevo para el ser humano, me pareció pertinente rescatar algún texto que expresara, de algún modo, cómo se había lidiado en otras épocas con estos animales…”

El creador de tal proeza oratoria es el polímata, erudito y polígrafo Miguel Pselo (Constantinopla, ca. 1017-1078), un autor que en la modernidad es poco conocido, pero que, en el siglo XI, fue un importante y prolífico escritor que se destacó en la vida tanto intelectual como política del Imperio Bizantino de su época. Entre sus hazañas literarias se encuentra la redacción de la famosa Cronografía (narración del reinado de los catorce emperadores que estuvieron en el poder a lo largo de la vida de Pselo) en donde, entre muchas otras cosas, hace una crítica del poder de la iglesia y de los excesos de los soberanos, razón por la cual, antes de su publicación, fue duramente censurada. Aún hoy es difícil determinar la cantidad total de las obras escritas por este erudito, ya que un gran número de ellas está en espera de ser editadas y otras tantas son obras pseudoepigráficas, es decir, falsamente atribuidas a él. Entre sus inquietudes se encontraba la oratoria y por ello, a la usanza de autores antiguos como Luciano de Samosata o Sinesio de Cirene, compuso piezas breves sobre temas baladíes que tenían por objeto hacer un despliegue de artilugios retóricos y demostrar el uso de argumentos sutiles para convencer a la audiencia de algún tópico contrario al sentido común como, en este caso, las características positivas de las chinches. He traducido el texto directamente del griego, el cual he tomado de las obras menores de Pselo1 reunidas en la afamada colección de la Bibliotheca scriptorum Graecorum et Romanorum Teubneriana.


Encomio de las chinches
Traducción de Gregorio de Gante

La mayoría reprocha a las chinches el hecho de que despiden un fuerte olor de su cuerpo, sin saber que, lo que para otros animales son púas, aguijones, cuernos y colmillos, eso es para ellas su peculiar hedor. Esto se debe a que la naturaleza provee a los animales de venenos para no ser capturados: unos los tienen en su interior, otros, los combinan con sus cuerpos. Y es que ni siquiera la sepia expulsa su tinta en vano, ya que con ella hace huir a sus depredadores y les da cacería a quienes la persiguen. Si para ti un motivo de censura lo constituye su mal olor, quizá eliminarías lo más importante de su naturaleza, por medio de lo cual nos beneficiamos en gran medida. Pues de este modo, sin duda, hasta la mejorana y la pimienta de la India o cualquier otra de las sustancias y gotas que, a propósito de esto, han sido por naturaleza salutíferas contra las enfermedades, podrías menospreciarlas con tu razonamiento y ponerlas en un nivel inferior.

Ahora bien, una pulga salta al acecho y huye de las trampas o de las manos de quienes las cazan y un piojo se entremete en los poros del cuerpo y se asemeja a una parte de aquello en lo que se oculta; las chinches, por otro lado, no tienen como característica natural el salto, ni son tan cobardes y propensas a darse a la fuga. Así como los hoplitas que están completamente armados, al arrojarse en medio de la línea delantera de batalla, se vuelven infranqueables para los que quieren atacarlos, del mismo modo este animal, al tener confianza en el arma que le viene de su naturaleza, no le teme a las manos enemigas. Los leones sacan el coraje de sus impulsos naturales, los elefantes, del tamaño de su cuerpo y los cerdos, de sus dientes; e incluso hay uno que otro animal que lo hace del fuego que escupe de sus narices. Las chinches, en cambio, no obtienen su poder de una parte específica de su cuerpo. Pero, así como los más acuciosos filósofos, cuando investigan las características naturales del espíritu imaginativo, afirman que, a través de este y en su conjunto, vemos, oímos y sentimos, así también a este animal le ha tocado en suerte que su fuerza natural irradie de cada una de las partes de su cuerpo. Otras bestias se vuelven fáciles de atrapar cuando se les persigue por detrás, porque su fuerza radica en sus partes posteriores, pero este animal, de un modo particular, es siempre difícil de enfrentar, ya que, al despedir la ráfaga de su olor a través de todos sus miembros, mantiene a raya a quien lo persigue.

Página del “Encomio de las chinches” en De operatione daemonum de Miguel Pselo

Pero tampoco se deben comparar con nosotros sus sensaciones, pues tal cosa no es lo mismo que para nosotros: fue equipado de este modo también por la naturaleza. Muchas cosas que son de un modo para nosotros resultan ser de otra manera para los demás animales. Ahora mismo la naturaleza está produciendo algo mortífero para nuestros cuerpos, pero no necesariamente lo será para las codornices. Y, a propósito de esto, el filósofo Aristóteles cuenta que había una vieja mujer ática que comía, sin hacerse daño, beleño negro; eso es tan frío que congela de inmediato a quien lo toma. Así, tal como nosotros discernimos los colores de una manera, pero son diferentes para la naturaleza, así también es necesario que los hedores se juzguen de un modo entre nosotros, pero de otro modo conforme a las razones de la naturaleza. Evidentemente, el olor fétido de las chinches resulta para ellas algo que les da vida; nosotros, en cambio, nos tapamos la nariz ante dicho olor. Del mismo modo que las catapultas se vuelven abominables para los asediados, pero para los propios asediadores son altamente deseables, así el aroma de las chinches nos es repugnante, pero para estos animales resulta ser de gran auxilio para no ser capturados. Pues bien, esto basta como defensa contra los que critican a este animal e insultan su ser.

Por otro lado, este maravilloso animalito no se gesta en los cambios de las estaciones —pues no es que ahora esté vivo y luego se muera—; más bien, es compañero de vida del ser humano y aprovecha cualquier oportunidad para desarrollarse. Y es que prolifera al comienzo de la primavera y alcanza su juventud en el verano; durante el invierno resiste y en la temporada del otoño se vuelve imperturbable. Las chinches no están para nada al alcance de la mano ni hacen pública su presencia, sino que son como las reinas que se ocultan a la vista de la mayoría: jamás podrías observar esta especie así de repente. En consecuencia, aunque alguna vez salga, anda con pie silencioso, demostrando lo discreto de su naturaleza.

Después, como se sabe, hace de nuestros cuerpos su alimento —salvo que no se abalanza sobre nosotros cuando estamos muertos, sino que nos ataca al estar vivos—; en otras palabras, tiene como sustento al ser humano. Pues, así como el avefría se regocija con el cocodrilo, descansa agradablemente junto con él y se alimenta con los residuos de sus alimentos, precisamente del mismo modo este animal convive con nosotros de la manera más agradable y, aferrándose a nuestro cuerpo por un instante, convierte en su alimento lo que ha tomado y lo disfruta. Y cuando, por decirlo de alguna manera, nos da las gracias por su sustento, no se va aunque esté saciado, sino que acampa y se queda junto a nosotros: es nuestro guardián, vela por nuestro cuerpo mientras dormimos y nos encomienda su vida. Pues ahí mismo, sobre nuestra cama, pasa toda su vida, justamente debajo de los cojines, y resguarda nuestra cabeza y se gana el pan de su mesa de un modo espléndido.

Y tampoco podrías criticar la forma de este animal, pues es parecida a un círculo casi exacto o, si lo prefieres, a figuras iguales cuyas longitudes no se oponen por completo a su anchura. Y es que engaña a la vista y parece ser ambos. Camina con pudor, como si imitara el comportamiento de un filósofo, pues no anda de aquí para allá ni marcha de prisa cuando aparece en público; más bien, ya sea que la persigas por detrás, o bien que la aguardes de frente, ella conserva su patrón natural: ni se inmuta, ni cambia de dirección. El elefante, aquel gran animal, a veces hace tambalear a su jinete y dobla los pies ante un entrenador, pues se inquieta si le ponen enfrente una punta de lanza y huye corriendo. Este tipo de animales, por el contrario, es demasiado libre y no hay nada que le cause miedo. Si llegas a ponerle las manos encima, sentirás cómo hierve y lo soltarás de inmediato, como cuando uno se aparta de un hierro al rojo vivo. Por este motivo también sobrevive por mucho tiempo y la vejez se vuelve algo indistinguible en él. Y es que la proporción de todos sus miembros le garantiza a su naturaleza la juventud. Las personas, al envejecer, sobre todo las que se divierten y están bien proporcionadas de su cuerpo, se van llenando de arrugas, su espalda se dobla y pierden el brillo de su piel. En cambio, este animal se mantiene idéntico a lo largo de toda su vida y ninguno de sus miembros se deforma; de hecho, se vuelve a la tierra tal como ella lo produjo y no renueva su vida, sino que su muerte es muy parecida a su gestación.

“[…] es nuestro guardián, vela por nuestro cuerpo mientras dormimos y nos encomienda su vida. Pues ahí mismo, sobre nuestra cama, pasa toda su vida, justamente debajo de los cojines, y resguarda nuestra cabeza y se gana el pan de su mesa de un modo espléndido.”

Este discurso fue pronunciado a la vez como encomio y epitafio para este animal, como explicación de nuestros dos propósitos: el artificio y la fuerza de la Retórica. EP

  1. Antony Robert Littlewood (ed.). Michaelis Pselli oratoria minora. Leipzig: Teubner. 1985. []

DOPSA, S.A. DE C.V