La identidad es flor de un día y con papeles gabachos

Antonio Moreno explora encuentros inesperados en El Paso y Soria, revelando las complejidades del turismo de maternidad y las dinámicas identitarias en contextos fronterizos.

Texto de 29/03/24

Antonio Moreno explora encuentros inesperados en El Paso y Soria, revelando las complejidades del turismo de maternidad y las dinámicas identitarias en contextos fronterizos.

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Después de aquel súbito encuentro con las ocho mujeres embarazadas que esperaban afuera del hotel Paso del Norte —el mismo hotel que hospedó a Pancho Villa—, empecé a revalorar algunas consideraciones sobre la identidad, la frontera y el discursillo, potencialmente ficticio, que tejemos del origen. Basándose en los rasgos relacionados con la estatura, la vestimenta y los peinados, Larry Baron, que durante la década de los setenta había visitado con frecuencia varios países africanos, me dijo con convicción que esas mujeres, con un embarazo avanzado, podían ser nigerianas. Si Larry no hubiese estado allí, habría dudado de mi percepción, porque pensé que parecía un espejismo lo que veíamos a pocos metros de su negocio, esa mañana de sábado que había ido yo para entrevistarlo.  

Hotel Paso del Norte (en el que se hospedaron Pancho Villa y Mariano Azuela) | Antonio Moreno

Larry heredó de su padre una casa de empeño atípica (pese a que es judío, vende parafernalia nazi), fundada a mitad de siglo XX. Por la ubicación de su negocio, conoce muy bien el centro de El Paso, Texas. Ha visto de todo en el área (incluyendo las cabezas reducidas por los jíbaros que guarda celosamente en sus colecciones personales), pero nunca lo que nuestros ojos captaban: ocho mujeres embarazadas esperando a alguien que pasara por ellas, haciendo grupo en la esquina de la avenida San Antonio, con esos tocados que proyectaban un porte distinguido.

Algo semejante me ocurrió en Soria (Castilla y León), la pequeña ciudad en la que vivió y se casó don Antonio Machado con aquella jovencita que por estar de tan escasa edad un familiar suyo le sugirió al novio que esperara un año más para la boda. Caminaba por las calles céntricas de la capital mundial del torrezno (chicharrón para los mexicanos), cuando, de manera intempestiva, justo al doblar en una de ellas, me topé con tres hombres de una estatura que seguramente envidiarían los jugadores chaparrones de la ene-be-a. 

Calle de Soria | Antonio Moreno

Uno pasa de la curiosidad cotidiana a la conmoción en un parpadeo, tal como se va la vida misma. Le conté con asombro del encuentro que tuve con esos hombres al novelista José Ángel González Sainz, hijo adoptivo de la misma ciudad. Espigados, más de dos metros de estatura, envueltos en una túnica que parecía de una sola pieza y en chancletas, que todo ello pasó a formar parte de una imagen fílmica fugada del tiempo. Por lo mismo, asumí mal al pensar que no hablaban español. Les manifesté mi sorpresa en inglés y ellos me respondieron con ese acento cargado y bien timbrado de Castilla. A esas horas de la mañana regresaban del café hacia el que yo me dirigía. 

Mientras el novelista me contaba que seguramente esos hombres eran del puerto de Sudán, dado que España mantiene intereses allí y con el tiempo han sostenido intercambios económicos, culturales y de escasa movilidad humana con esa específica región; yo daba por hecho que todo Soria los conocía por el santo y seña antes dicho. Tanto la imagen de las mujeres embarazadas como la de los gigantes de Soria, como salidos de Lawrence de Arabia (1962), poseen la virtud de la extrañeza y lo imborrable.  

Fue muy obvia mi reacción hacia las mujeres embarazadas, atomizadas en una imagen que se había fijado en mi retina de un modo interpelador. Crucé la calle para dirigirme hacia ellas con la intención de preguntarles por cierta dirección del centro de la ciudad, fingiéndome extraviado. La respuesta confirmó mi hipótesis. Estaban de camino a algún sitio y esperaban a que alguien las recogiera. Una de ellas me dijo que desconocía la ciudad y, lamentablemente, no podía auxiliarme. No quise quedarme cerca de allí, con la cara de estúpido viendo cómo se marchaban. Esa misma tarde, rumbo a casa, en un viaje de cuatro horas de El Paso a Midland, conduciendo por toda la autopista I-20, hice varias llamadas para poder despejar el enigma de las mujeres embarazadas. 

Larga fila de peatones para cruzar a El Paso, Texas | Antonio Moreno

Dejaba atrás la ciudad de El Paso, sin dejar de voltear constantemente hacia Ciudad Juárez, allá, cruzandito la frontera, para atrapar, en la fluidez del movimiento, alguna imagen de la urbe como si fuera una psicodélica mariposa azul y llevármela conmigo. Todo habría sido en vano de no haber recordado parte de la conversación que sostuve con unos amigos hace muchos años. Uno de ellos recordó que tenía un amigo que trabajaba con unos ginecólogos que ofrecían los servicios de parto y alumbramiento para mujeres extranjeras. En menos de dos semanas contaba con el teléfono de ese amigo de mi amigo que no sólo colaboraba con los ginecólogos, sino que era parte medular de la compañía Doctores para ti (disponible en la Internet), dedicada al turismo de maternidad para mujeres del otro lado y resto del mundo. A petición del responsable de que cientos de niños hayan nacido en suelo estadounidense, de madres africanas, asiáticas y latinoamericanas, emplearé un nombre ficticio para referirme a él. «Míster Melchor Ocampo» es un hombre de negocios y el giro en el que trabaja lo conoce al dedillo. No escatima detalles para mantener a raya la competencia local; de antemano sabe que, para una mujer juarense, pensando en el porvenir del hijo que espera, es fácil cruzar la frontera sin tener que pagar mucho dinero.

Iba a decir que la vecindad no es gratuita respecto de los usos y costumbres entre gringos y mexicanos de esta zona, cuya comparación resulta lo suficientemente anacrónica como para no volver a formularla como parte de un relato colectivo que los fronterizos conocen en sus detalles; estructuralmente, el andamio de ese relato se decanta por un realismo a secas, en parte porque los fronterizos son tan pragmáticos como los gabachos; y en segundo lugar, son culturas que viven mundos paralelos. Ese relato colectivo podría iniciar con el érase una vez una mujer embarazada que ha decidido cruzar el puente a medio día y sin acompañante para no generar sospechas ante las preguntas capciosas de los agentes aduanales y de migración sobre el propósito de cruzar en dirección a El Paso; aunque ella, con una sonrisa simulada pero graciosa, y tratando de ocultar un poco la barriga, les dirá que va de compras o de visita a la casa de un familiar enfermo; esta coartada fabuladora del relato colectivo posee una estructura narrativa realista, a partir del tema y el motivo de una historia contada de mil maneras desde hace décadas en Ciudad Juárez, con algunos elementos variables: el nombre de la dama, el estado civil (casada, divorciada o una futura madre soltera), la posición socioeconómica, el nivel escolar; y uno fijo, la visa estadounidense.    

En medio de un paisaje árido y avaro, no hay que dejar de soslayo a un espectador natural que, después de siglos, se ha transformado en un fantasma o, si alguien me apura, en una extraña metonimia. No sé de qué exactamente, pero por las asociaciones que autoriza, ingresa la imagen al universo de lo insólito: está el río. Prevalece claramente articulada en la mente de quienes arriban a la frontera del lado mexicano, la intención de conocer el río que divide los países. El río bravo o río grande (así, con minúsculas), ni idealizado ni místico, es un río del que nadie repara en lo más mínimo. Es un río esotérico. Para alcanzar uno de sus lados (Ciudad Juárez o El Paso), no sólo tienes que cruzarlo. 

El río que divide un país del otro | Antonio Moreno

También, uno puede llegar por aire, desde luego. Las ocho señoras embarazadas que yo había visto ese sábado aterrizaron en el aeropuerto internacional de El Paso, e ingresaron a los Estados Unidos en calidad de turistas, provenientes, sin lugar a duda, me reveló Míster Ocampo, de Nigeria, el autor que hace posible que cientos de recién nacidos a lo largo de más de una década hayan obtenido papeles gabachos. Este hecho deriva en la pavimentación y seguido aterrizaje de posibles conceptos y perspectivas para los que gustan de las teorizaciones sobre la identidad. Desde hace más de una década Doctores para ti opera con bastante eficacia proporcionando opciones relativamente accesibles para las parturientas que desean vivir la experiencia del turismo de maternidad.  

«Míster Ocampo» evitó darme estadísticas, porque las consideró sensibles, de las futuras madres viajeras que reciben de manera mensual o anual.  Oriundo de Ciudad de Juárez, y residente de El Paso, «Míster Ocampo» esquivó mis peticiones pero, desde los datos generales, uno puede advertir este  proceso  identitario que parte de requisitos básicos y concretos: a) las mujeres embarazadas deben de contar con el dinero suficiente para cubrir el coste del parto 6 400 dólares, con un incremento del 15 % respecto de la cifra que se manejaba hasta antes de la pandemia; b) la obtención del acta de nacimiento y el correspondiente número de seguro social para el recién nacido, documentos que lo acreditarán constitucionalmente como bebé gabacho; c) finalmente, toda mujer solicitante del servicio de maternidad debe de contar con una visa para ingresar legalmente al país. Bien analizado y comparado con los más de 20 000 dólares que cobran por un parto en los Estados Unidos con la intervención de las aseguradoras que se llevan una buena tajada, sumando los gastos del hospital y los honorarios de los médicos, nacer gabacho resulta una ganga.  

Entre que «Míster Ocampo» se hizo llamar consejero de las pacientes internacionales, rebusqué la palabra correcta en inglés que describiera el servicio ofrecido, descartando en automático las de obstetra y partero (porque él carece de estudios de medicina, pero sí de negocios en la Universidad de Texas en El Paso): prenatal caregivers. Es un término pomposo, con un tenue barniz burocrático, que no empaña, de ninguna manera, la labor geoespacial y laberíntica de un coyote. 

En plena era del menú identitario, cada vez más expansivo y flexible, el efecto del turismo de maternidad obliga ir más allá de la simple conjetura de que es parte de un negocio y en consecuencia de un souvenir administrativo que nadie sabe el momento de su rentabilidad simbólica: cuando el baby gabacho alcance la edad pertinente, podrá reclamar identidad. A nadie insatisface contar con más de dos pasaportes, uno para Dr. Jekyll y otro para Míster Hyde, según sea el caso. Para revalorar ese menú, habría que dosificar el significado político del concepto de identidad imperial (ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda), sobre todo si se cuenta con un punto de partida común: la del discurso corriente, la del ama de casa, la del estudiante con la billetera rota, en oposición a la del razonamiento legal, la del hombre acaudalado, la del abogado y del político que saben decir dónde está la mosca en el betún, cuando les conviene. Contrario a las determinaciones que han adoptado otros países, en el sentido de acotar el turismo de maternidad, como Francia, Inglaterra, entre otros, en Estados Unidos es un negocio legal y legítimo.   

A los abogados que consulté, quienes también desearon, irónicamente, no revelar sus identidades, excepto el mexicano Filiberto Terrazas (que tuvo el privilegio de casar y divorciar a Marilyn Monroe), ya fallecido, coincidieron en el argumento de que es lícita, desde el punto de vista jurídico, la práctica del turismo de maternidad, gracias a un vacío legal generado por la constitución estadounidense. De modo que, con semejante coincidencia, la ficción identitaria podrá seguir consolidando su perdurable popularidad hasta el fin de los tiempos, pese al rancio perfume medieval que se respira por todos lados al momento de querer reafirmar lo que uno es o pretende ser. No deseo debatir si es bueno o no contar con papeles gabachos. Considero que es la consecuencia de una quimera. Las historias inmediatas alrededor de ese deseo se multiplican; se les tiene que prestar oídos para aprender sobre las nuevas dinámicas y trayectorias de la pedagogía identitaria. EP

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