Condiciones indispensables para replantear la presencia de México en el Mundo

El Centro Tepoztlán Víctor L. Urquidi, en su proyecto México próspero, equitativo e incluyente. Construyendo futuros 2024-2030 , presenta la sección Replantear la presencia de México en el mundo, coordinada por Susana Chacón y Olga Pellicer.

Texto de 19/02/24

El Centro Tepoztlán Víctor L. Urquidi, en su proyecto México próspero, equitativo e incluyente. Construyendo futuros 2024-2030 , presenta la sección Replantear la presencia de México en el mundo, coordinada por Susana Chacón y Olga Pellicer.

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¿Sin política exterior?

Todo país con una política interna sólida, que cuente con un proyecto nacional con coherencia social, política y económica, y que esté interconectado temáticamente al más profundo nivel, puede hacer que el Estado cuente con una política exterior profesional, creíble y sustentable (por ahora olvidémonos de que sea “de Estado”). Tendría que tratarse de una política exterior que represente y exprese, al más alto nivel del ordenamiento global, los atributos estelares y más representativos de su política interna. Y también una que sea de gran visión sobre los retos que se tienen en el complejo mundo de hoy, con miras a obtener los máximos beneficios para el interés nacional. No se puede hacer una política exterior responsable disociada de las condiciones internas que la producen. Tampoco se puede improvisar ni simular una plataforma de acción diplomática de futuro sin cubrir cabalmente con estas condiciones. La política exterior no puede quedar a expensas de viejos atavismos, de la nostalgia, del principismo demagógico que impida satisfacer los grandes intereses de la República. Se trata de defender, en consonancia estratégica, pero también pragmática, intereses y principios nacionales. Siempre ha sido el caso que cuando se trata de discutir la inserción de México en el mundo, la clase política y algunos sectores sociales sufren de una confusión en términos. Hoy se percibe una tensión para que los actores encargados de proponernos un proyecto de nación en el exterior, se abran y se explayen libres de culpa o mala conciencia. Este ha sido el caso de las discusiones recientes sobre esta temática. Observamos, al menos cinco problemas: 1) falta de visión estratégica, 2) falta de priorización temática y regional, 3) nostalgia por viejos tiempos que uno no sabe bien a bien cuáles fueron (y que en cualquier caso son irrecuperables), 4) soberanismo extremo y, como consecuencia, 5) poca audacia y originalidad en el diseño de una política exterior actualizada, acorde con los nuevos tiempos y exigencias de la agenda global, interméstica y regional. La política exterior mexicana es conservadora debido en gran medida a que el proceso interno (retrasado en cuanto a reformas estructurales se refiere) la ha secuestrado, volviéndola coto de caza de intereses cortoplacistas de partidos y de grupo, incluidos todos los prejuicios nacionalistas del caso. Es por esto, que la inserción de México en el mundo no avanza al ritmo ni con la intensidad que exigen los vertiginosos cambios que ocurren al nivel de la economía y la política globales. Pero lo peor es el espíritu nostálgico y parroquiano o que permea la narrativa de los actores. Se nos advierte falazmente, en un sentido más regresivo que progresivo, que, o regresamos al populismo diplomático, o este será el fin de la historia para México como actor relevante del orden global (cualquier tufo echeverrista o lópezportillista no es mera coincidencia). Los principales voceros de la política partidista afirman que México es una potencia emergente que ha perdido el papel destacado que solía tener en la escena global. Se atribuye este hecho a que la política exterior ha perdido rumbo, lo cual es en parte correcto. No obstante, hay que aclarar que esta pérdida de rumbo no se refiere sólo a que se haya carecido de capacidad técnica, y visión y astucia políticas para imprimirle el tono y ritmo necesarios, sino al hecho de que los mismos actores que hoy reivindican un cambio, han sido los responsables de detener todas aquellas reformas que hubieran quitado el chaleco de fuerza estructural que ha retrasado el avance diplomático mexicano. Para tomarlos en serio, es imprescindible que al tiempo que se realice una autocrítica, se enmiende este discurso y estas prácticas viciadas que tienden a formar un círculo perverso, en el que se involucra, manipulándola, a la sociedad, no pudiendo evitar debido a esto, el anclaje en la insularidad ombliguista pasiva y algo histérica en la que se encuentra sumida la diplomacia mexicana de hoy. Para tener un Estado que funcione en el mundo se requiere que se nos proponga seriamente una política exterior fresca, novedosa, actual, prácticamente viable y con contenidos sustentables, que trascienda el vació retórico que se palpa en las plataformas y narrativas de los principales actores del establishment político encargado de la política global. Sin resolver este trabuco, mucho me temo que viviremos lentas y opacas épocas llenas de vacíos en la materia.

El miedo a la política exterior

Sin ánimo de sobreestimarla, México cuenta con una comunidad nacional creativa que espera acciones concretas de su gobierno que le hagan justicia a su expectativa de inserción en el mundo global. La sociedad mexicana –migrante una parte de ella- ha llegado a entender mucho mejor el mundo real que sus políticos pertrechados desde la cerrada aldea del curul o desde la silla presidencial, despotricando con resentimiento contra el “enemigo externo”, sin hacer nada por poner orden en casa. Así como un ser humano le puede tener miedo a las alturas, a viajar en barco, a decir lo que piensa o siente, el Estado Mexicano le tiene pavor a la ejecución de una política exterior abierta y coherente con los cambios mundiales y con las necesidades más vitales de su nación, ya en el orden de la prosperidad económica, de la seguridad o ya en el de las libertades y derechos de su ciudadanía. Salvo en algunos momentos estelares de su historia pasada, México no ha construido un proyecto de política internacional y lo poco que ha atesorado en términos de proyecto regional, ha sido consecuencia de la inercia, la casualidad y las urgencias que impone la coyuntura crítica, en cualquiera de sus relaciones fronterizas. Nada menos que Lenin, decía que el Estado no era una isla enclaustrada, sino un miembro de la sociedad de Estados en donde participa en forma inevitable y que se encuentra en interacción dinámica con el mundo real.

Las relaciones entre un país y el mundo real son de gran trascendencia tanto para el avance de su progreso interno como de su proyección regional y global. En el mundo globalizado esto es de la mayor trascendencia si se quiere sobrevivir como “sardina en un mundo de tiburones”, como metaforizó Juan José Arévalo, expresidente guatemalteco. Los gobiernos y las legislaturas de este siglo, pero particularmente, la parte correspondiente al gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, han carecido, no se diga de rumbo, como de una gran visión estratégica sobre cómo hacer que México cuente y pese para los asuntos de mayor trascendencia económica y política. Las COPs han sido espacios de relación pública y pavoneo presidencial cuando en otros foros, como la ONU, simplemente no hemos tenido nada que decir debido en gran medida a las limitaciones que la política interna impone. Con Cuba, Venezuela, Nicaragua y, ahora menos con Brasil, no hubo política exterior (en los primeros tres casos por el miedo del nacionalismo revolucionario a meterse con los Al Capone de América Latina. Con Centroamérica sólo flashazos deshilachados de política fronteriza frente al impulso criminal logrado por los Zetas y el Cártel de Sinaloa que ya invadieron esos y otros países latinoamericanos y que hoy se han apoderado de la política migratoria y el desolador tráfico humano que padecemos desde el sur hasta la frontera norte.

Con Estados Unidos, desde que se firmó la Iniciativa Mérida (IM), hasta ahora en que hemos criminalizado la política migratoria, se ha avanzado poco en la conjunción de proyectos bilaterales que miren hacia el fortalecimiento de la relación interméstica.  La IM y la propia estrategia de seguridad, quedaron rebasadas debido a que no se cumplió con los protocolos de Palermo y Mérida y la reforma migratoria que prometía Biden ha quedado atrapada por la inercia. López Obrador secuestró la política exterior de la Cancillería, se la llevó a dormir a Palacio Nacional y optó por el estruendo, el griterío. Desde allí despotricó contra cualquier cantidad de actores políticos estadounidenses e internacionales (el Papa, Felipe II de España, la ONU, etc.) con los que resultó enfrentado para desventaja del interés nacional mexicano; y se distanció de la posibilidad de tener una relación productiva con Biden. Arremetió retóricamente contra los estadunidenses y su impúdico mercado negro de armas, contra su inconmensurable consumo de drogas duras sin aceptar la autocrítica acerca de la responsabilidad mexicana en la exportación al norte de fentanilo, metanfetaminas. Siempre mirando hacia afuera y buscando al ladrón fuera de sus fronteras, nunca en su propia casa entre sus asesores de escasa efectividad, en el Congreso aislacionista, o en su Canciller de celofán. No hay nada que celebrar en política exterior. Es un lamentable fracaso de Estado que no le hace justicia a su gente y que expresa el tremendo miedo pueril mexicano a que nos toquen siquiera con el pétalo de una rosa.

Para que la política exterior mexicana reviva, se requiere pensar sin complejos en el mundo como un todo y en sus partes con las que más tenemos cercanía y afinidad. Con Washington debemos repensar una relación de cooperación y entendimiento que nos permita aprovechar las oportunidades de la cercanía (el nearshoring, p. ej.,). Se requiere eliminar la fallida estrategia de seguridad (“abrazos y no balazos”) y suplantarla por una estrategia profesional y efectiva que permita un diagnóstico certero de las causas y los efectos de la actuación de cada parte en el combate al crimen organizado. Resulta indispensable que el gobierno coadyuve a la organización de las tareas de los principales actores involucrados en política exterior, tales como congresistas, gobernadores (diplomacia subnacional), cámaras empresariales y sociedad civil. En una relación bien pensada con sus pares estadounidenses se puede lograr la articulación de acuerdos que impacten favorablemente los intereses nacionales y nos conduzcan a llenar un nuevo espacio de políticas públicas efectivas y concordantes con los contenidos de un plan de desarrollo ambicioso y previamente bien pensado estratégicamente. Las relaciones con el mundo son puertos de entrada y salida que le dan forma y coadyuvan a llevar este plan de desarrollo nacional a buen puerto, hacia la consecución de los grandes intereses nacionales. La política exterior debe de ser una de intereses basadas en un eje central de principios no dogmáticos que nos permitan acceder plenamente a espacios de decisión como el G20, entre los muchos frentes de los cuales México se ha apartado por negligencia chovinista y por la incapacidad del jefe de Estado de posicionarse sobre aquellos temas que le son caros a un sector amplio de la población.

En este contexto y para entender el presente de la crisis geopolítica global (y la atención cercana que México debería de prestarle a la misma), habría que adentrarse en los frentes que se abrieron, en el marco del precario orden multilateral y multipolar, durante los tiempos recientes y cómo éstos afectaron el mundo de las relaciones internacionales. Los acuerdos internacionales violados o cancelados por el Trumpismo y hoy casi restaurados del todo por la presidencia de Biden, han sido piedra de choque para entender la crisis actual del multilateralismo. En cuatro años, Trump convirtió a Estados Unidos, de ser un líder esencial de la comunidad internacional, en una ínsula a la deriva y en ser uno de los promotores de la des globalización. Esto fue el resultado del nacionalismo exacerbado de Trump, así como de su insistencia en abandonar varios acuerdos mundiales de enorme relevancia. Uno de los efectos inmediatos de esto fue dejar la mesa servida a otras potencias que, en todo caso, tampoco supieron bien a bien cómo aprovechar al máximo esta ausencia estadunidense y en consecuencia ocupar los varios vacíos que dejaba EU. Ante estos vacíos, México nunca pudo articular una propuesta proactiva que nos posicionara en lo que después se convirtió en un consenso internacional, al menos del lado de Occidente. Y es aquí en donde México en el actual período gubernamental, por razones que sólo podrían ser ideológicas, no ha sido capaz de tomar partido y afianzar sus alianzas con esa parte del mundo con la que más se identifica México y con la cual conservamos una serie de intereses y principios identitarios que nos dan sentido como República democrática, me refiero a Occidente. Entre los muchos ejemplos que hay sobre el caso, destaca la endeble postura de México ante la invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero de 2022. La narrativa del presidente fue ambigua e, incluso, por momentos de apoyo velado a Rusia, cuando al mismo tiempo nuestro principal aliado, Estados Unidos, junto a la Unión Europea, mantenía una severa discusión geopolítica frente al hecho e, incluso, armaba en forma masiva a Ucrania a quien también proporcionaba, junto con Europa, apoyo económico de diverso tipo.1

Reflexiones finales

La política internacional de México tiene que reinaugurarse y acoplarse a las realidades del presente y de la globalización. Es urgente, por el bien de los intereses nacionales de los mexicanos, que logremos articular un conjunto completo de políticas, que con un sentido pragmático nos permitan alejarnos de las zonas de alto riesgo en que se ha convertido la política comercial, en áreas como la del maíz transgénico la reforma energética, que en tanto componentes activos del TMEC, nos tienen hoy ante un panel cuyo desenlace puede ser catastrófico para la economía nacional. Esto tiene un carácter de urgencia que ningún actor interesado puede negar. Al mismo tiempo en que esta apertura de criterios se da, México debe emprender una política de alianzas con sus aliados tradicionales, empezando por Estados Unidos y Europa. Con este último sería óptimo lograra un mayor acercamiento político comercial. Y con el primero se necesita emprender una alianza y una política de convergencias sobre un tema que es del más alto interés para ambos países, a saber, el tema de la seguridad y el frente de contención que urge construir entre ambos vecinos, antes de que Estados Unidos emprenda acciones unilaterales (cosa factible si los republicanos llegan al poder) que impacten negativamente la soberanía nacional y la necesaria armonía que tiene que haber entre los dos socios comerciales estratégicos. EP

  1. La ayuda militar proporcionada por Estados Unidos a Ucrania equivale a 46.6 billones de dólares (23.5 billones corresponden a armas y equipo, 18 billones a asistencia de seguridad y 4.7 billones a subvenciones y préstamos para armas y equipos). Es importante tener en cuenta que en la especificación de las cifras se destaca que la ayuda se proporciona tanto a Ucrania como a los países aliados de la OTAN, para adquirir armas y equipamiento hechos en Estados Unidos.En cuanto a la financiación, EU ha destinado 26.4 billones de dólares, los cuales corresponden a la ayuda presupuestaria a través del Fondo de Apoyo Económico, préstamos y otros apoyos financieros. Ver, Cfr., Mellen Ruby; Galocha Artur, “A look at the amount of U.S. spending powering Ukraine’s defense”, [en línea], The Washington Post, 10 de agosto de 2023, Dirección URL: https://www.washingtonpost.com/world/2023/08/04/ukraine-war-us-spending/ [consulta: 21 de agosto de 2023]. []
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