Sobre la publicación del video asociado a la muerte de los cinco jóvenes desaparecidos en Lagos de Moreno

Alejandra Ibarra Chaoul, de Defensores de la Democracia, reflexiona en torno a la publicación del video relacionado con los jóvenes desaparecidos en Lagos de Moreno: ¿este video se justificaba?, ¿los potenciales beneficios de darlo a conocer superan los de no mostrarlo?

Texto de 04/09/23

Alejandra Ibarra Chaoul, de Defensores de la Democracia, reflexiona en torno a la publicación del video relacionado con los jóvenes desaparecidos en Lagos de Moreno: ¿este video se justificaba?, ¿los potenciales beneficios de darlo a conocer superan los de no mostrarlo?

Tiempo de lectura: 8 minutos

“No vayas a ver el video”, era lo que se decía entre mis compañeros de la universidad hace más de 10 años, después de que se publicara un video de un homicidio en el Blog del Narco, esa página de internet que después se volvió libro. Ahí plasmaban imágenes y videos de cientos de actos de violencia cometidos en el país sobre todo entre 2010 y 2012, en el marco de las batallas entre grupos del crimen organizado y la guerra iniciada por el Estado contra ellos.

En el video aparecían dos hombres arrodillados sobre el suelo, ambos sin playera; luego entraba a cuadro un tercer sujeto de quien solo se podían observar las piernas y los brazos vistiendo un uniforme tipo militar. En las manos traía una motosierra con la que degollaba a uno de los dos hombres, cuyo torso decapitado caía cubierto de sangre sobre el visiblemente aterrado sobreviviente. Eso era todo. Recuerdo que se decía que era un asesinato pensado para enseñar una lección o mandar un mensaje; que era una especie de ajuste de cuentas entre grupos criminales. Lo cierto es que el video no trascendió el blog y tampoco sirvió para generar una reacción en la sociedad.

Esa publicación del Blog del Narco fue lo primero que me vino a la mente cuando, el 15 de agosto, me enteré de que había un video relacionado con el caso de Armando Olmeda, Dante Hernández, Jaime Adolfo Martínez, Diego Lara y Uriel Galván ―los cinco jóvenes que desaparecieron la noche del 11 de agosto de este año después de acudir a una feria en Lagos de Moreno, Jalisco―. Este nuevo video, publicado en partes por algunos medios de comunicación después de que apareciera por primera vez la noche del 14 de agosto —junto con una fotografía de los cinco jóvenes maniatados, amordazados y golpeados— es distinto. En él, aparecen dos cuerpos ensangrentados boca abajo, que se presume son dos de los jóvenes desaparecidos, mientras un tercero, otro de los jóvenes desaparecidos, golpea a una persona acostada sobre el suelo antes de que le avienten un cuchillo, con el que le corta el cuello al joven maniatado en el piso. Todo parece indicar que se trata de los cincos jóvenes desaparecidos y de cómo fueron obligados a matarse entre ellos.

Publicar un video así en medios de comunicación no es una decisión trivial. Puede servir, en teoría, para dos propósitos: i) ofrecer información y acercarnos a la verdad en un caso donde no hay respuestas por parte de las autoridades y ii) provocar una reacción de empatía o indignación, algo que lleve a la movilización de la audiencia. Susan Sontag escribió en Regarding the Pain of Others: “las fotografías de una atrocidad pueden producir reacciones opuestas. Una llamada a la paz. Un grito de venganza. O simplemente la confundida conciencia […] de que suceden cosas terribles”- El video, en ese sentido, muestra una escena traumática, entendida como la violencia ejercida contra personas en una posición de pérdida radical de poder y agencia. La pregunta es si la publicación de este video se justificaba; si los potenciales beneficios de darlo a conocer superan los de no mostrarlo.

“El video, en ese sentido, muestra una escena traumática, entendida como la violencia ejercida contra personas en una posición de pérdida radical de poder y agencia”. 

Viene a la mente el cruento feminicidio de Ingrid Escamilla Vargas en 2020, tras el cual La Prensa, tabloide de nota roja en Ciudad de México, publicó las imágenes de su cuerpo desollado. En este caso, el fuerte repudio a la publicación de las fotos se hizo notar de manera inmediata. Incluso una campaña en redes sociales inundó las búsquedas por su nombre con imágenes de ella en vida o atardeceres y otros escenarios bonitos. En otro momento de la historia, los periódicos de nota roja hacían más que provocar morbo. “Con un reporteo extenso, la nota roja servía a los lectores como una fuente informativa completa sobre la realidad del crimen y la impunidad, y les permitía fundar su propio juicio”, escribe el historiador Pablo Picatto en “La nota roja y la violencia de género tienen una historia complicada”. El caso de Escamilla Vargas mostraba la materialización de la violencia machista que ejercen algunos hombres contra sus parejas. No aportaba pistas para entender esa violencia ni datos nuevos que no se conocieran. La violencia contra parejas íntimas no es, ni era antes de ese feminicidio, un misterio. La publicación de la foto fue, en ese sentido, gratuita.

Contrario a las fotografías del cuerpo de Escamilla Vargas, el video de Lagos de Moreno sí aportó nueva información sobre un caso donde cinco jóvenes habían sido desaparecidos ―como tantos cientos de miles más en el país―. Generalmente, no sabemos nada de una persona desaparecida después de que sus familiares reportan su ausencia. Este video permitió conocer el cruel destino que presuntamente tuvieron los jóvenes; a pesar de ser espantoso, aportó información previamente desconocida. Además del video, solo existen algunos indicios que pueden esclarecer lo que le sucede a los jóvenes desaparecidos en el país. Uno de ellos es el reportaje de A dónde van los desaparecidos, publicado a principios de 2019, y el otro es el podcast Sicario, de Telemundo, publicado en 2020. Ambos abordan el reclutamiento forzado, campamentos de entrenamiento y desaparecidos que están vivos. 

A la fecha, y desde 1964, hay más de 111 000 personas desaparecidas y no localizadas en México. Sin investigaciones por parte de las autoridades, y salvo que personas buscadoras encuentren sus restos en fosas clandestinas, el destino y paradero de esas personas comúnmente es un absoluto misterio. Y si las desapariciones se quedan en esa incógnita, donde no tenemos que ver de frente el horror, es difícil movilizarnos. No hay algo específico que nos active salvo ausencias que se difuminan. Sin mayor conocimiento, como población podemos elegir no elucubrar sus paraderos. No obstante, al aportar información nueva, el video de los cinco jóvenes de Lagos de Moreno no solo nos obliga a saber lo que podíamos elegir ignorar, sino que nos produce una reacción emocional poderosa.

“No hay algo específico que nos active salvo ausencias que se difuminan. Sin mayor conocimiento, como población podemos elegir no elucubrar sus paraderos”. 

Quizá lo más parecido ―a pesar de las diferencias gráficas― es el video donde aparece viva por última vez Debanhi Susana Escobar Bazaldua, la joven desaparecida y después encontrada muerta en Nuevo León en abril de 2022, y para cuyo caso las autoridades siguen sin ofrecer respuestas a más de un año del suceso. En el video se puede ver a Escobar Bazaldua caminando sola por la carretera hacia Tamaulipas en la noche después de bajarse del taxi que la debió llevar a su casa. Ese video nos muestra información nueva y la capta en un momento donde está sucediendo algo: entra al Motel Nueva Castilla donde después se encontró su cuerpo. El video nos deja entender que el conductor del taxi la dejó en medio de una carretera, sola, a mitad de la noche. Nos deja ver que cerca había un motel. Nos deja ver que, hasta ese momento, ella estaba bien. Reduce la cantidad de tiempo de su desaparición. Hace más pequeño el margen de lo desconocido. Nos acerca a la verdad. Y ese indicio nos hace sentir. Nos llena de rabia, de impotencia, de dolor.

El video de los jóvenes de Lagos de Moreno hace lo mismo: muestra qué pasó con ellos después de ser vistos por última vez ―y nos enseña la tortura que vivieron―. El video retrata algo inimaginable: un joven siendo obligado a matar a uno de sus amigos más cercanos. Con cada golpe de esa piedra, que después cambia por un tabique, y que termina siendo un cuchillo, el corazón se estruja. El estómago se descompone. La mente intenta, sin éxito, dar sentido a lo que los ojos están absorbiendo. Un texto que narre lo que ese video contiene no alcanza para generar todas las emociones que las imágenes producen. Tanto es así que, al igual que con el caso de Escobar Bazaldua, tras la publicación del video, alumnos de Lagos de Moreno realizaron una vigilia y crearon un memorial para las víctimas y los estudiantes de la Universidad de Guadalajara comenzaron una serie de acciones, iniciando con un paro estudiantil. En 2022 desaparecieron 27 personas cada día. No hay marchas ni manifestaciones ni vigilias por cada una de esas personas. El video de Lagos de Moreno cimbró a quienes lo vieron. Ofreció un mejor entendimiento de qué significa desaparecer. 

Sin embargo, también es cierto que el video tiene otros elementos y genera muchas preguntas que trascienden el caso de los jóvenes desaparecidos. Tiene una marca de agua que lee “puro MZ”, leyenda que los expertos asocian con el grupo del Cártel de Sinaloa liderado por el Mayo Zambada quien, por cierto, fue descrito en el juicio contra Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera como alguien a quien era importante no hacer enojar porque era propenso a ordenar homicidios. La tensión, además del contenido del video, está en el propósito de filmarlo y filtrarlo. Según algunas versiones, el video se envió a los familiares de los jóvenes desaparecidos. Según otras versiones, se publicó en redes sociales de manera anónima y se viralizó. Según otras versiones más, el video se filtró a los medios de comunicación. ¿Cuál era el propósito de compartirlo? ¿Quién lo distribuyó y para qué? Podría ser el líder del grupo criminal jactándose de su violencia para infundir miedo en la población. Pero también pudo haber sido un sicario de menor rango que sintió remordimiento y quiso que las familias tuvieran, al menos, respuestas. Incluso pudo tratarse de una estrategia de uso de medios para perjudicar la reputación del grupo rival, colocando su nombre como marca de agua. Si se reprodujo ese video porque era lo que los perpetradores querían, entonces los medios están ofreciéndole una plataforma, con audiencia nacional, a los asesinos.

“Según otras versiones, se publicó en redes sociales de manera anónima y se viralizó. Según otras versiones más, el video se filtró a los medios de comunicación. ¿Cuál era el propósito de compartirlo? ¿Quién lo distribuyó y para qué?”

Esto resulta especialmente preocupante porque, a pesar de que el video sí brinda información nueva y genera reacciones emocionales poderosas que potencialmente incentivan la movilización, también es cierto que muestra la perspectiva de los perpetradores. El video está filmado por quienes forzaron tal horror en los jóvenes. Vemos lo que vieron quienes los están torturando. Quizá lo más parecido a esto es el video que Brenton Tarrant, un terrorista australiano, transmitió en vivo el 15 de marzo de 2019 mientras disparaba contra un grupo de feligreses en una mezquita de Christchurch, Nueva Zelanda, matando a 51 personas. El video de 36 minutos transmitido en vivo por Facebook fue grabado por Tarrant con una cámara GoPro que el asesino llevaba en un casco; mostraba exactamente la perspectiva del homicida. Lo opuesto sucede en fotografías como las publicadas por la revista Jet del cuerpo de Emmett Louis Till, el niño afroamericano de 14 años que fue secuestrado, torturado y linchado en 1955 en Mississippi durante sus vacaciones. Esas fotografías, del ataúd abierto, con Till descansando apaciblemente a pesar de tener la cara enteramente desfigurada por los golpes que lo mataron, genera empatía inmediata al mostrarlo como era: vulnerable, indefenso y muy joven. 

Independientemente del trasfondo del video, las imágenes de violencia tienen un efecto distinto dependiendo del contexto en que se publiquen. Como escribe Jelani Cobb en Would Showing Graphic Images of Mass Shootings Spur Action to Stop Them?, las imágenes que generan una reacción y movilizan a la audiencia son las que “exponen a un sector de la población, previamente protegido, a crueldades de las que no tenían consciencia previa o que habían sido sujetas a debate”. Como argumenta Cob, el caso de Till muestra la brutalidad del asesinato de un niño que se quiso justificar porque supuestamente había molestado a una mujer blanca. Las imágenes eliminan cualquier controversia al mostrarlo pequeño, torturado y muerto. 

El video del homicidio de George Floyd hace lo mismo evidenciando la larga asfixia de un hombre que no oponía ninguna resistencia ni ejercía violencia sino, por el contrario, suplicaba piedad. Desmiente los intentos por polemizar que la brutalidad policiaca en Estados Unidos está justificada. Para mí, el video de Lagos de Moreno hace lo mismo. Muestra una realidad que muchas personas niegan o deciden ignorar; nos obliga a mirar de frente la tortura y la miseria humana; hace imposible elegir no saber. Lejos de explicaciones superficiales que justifican las desapariciones por el involucramiento de las víctimas en actividades sospechosas, el video de Lagos de Moreno nos muestra un grupo de amigos que salieron a divertirse a la feria y fueron obligados a matarse entre sí. No queda espacio para ningún debate posible. No hay duda de la atrocidad. Nadie que lo haya visto puede pretender, después de eso, no saber lo que pasa con los jóvenes desaparecidos en México, donde nos faltan más de 111 000 personas. EP

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